Roberto Armijo

No puede ser que el hombre

 

 

No puede ser que el hombre

No puede ser que el hombre
sólo
sea una expresión entre el tigre y la alondra
una ferocidad
Agazapada Y torva
El infierno y el cielo besan el cerebro
cuando la máquina de escribir anima
las manzanas los insectos y las rosas
que brotan del estiércol
Entonces nos olvidamos de la mosca
dejamos de sentirnos babeados como
estropajos
Cómo podemos
¡Dios de mis padres!
no oír el ruido del mundo arrullando los pétalos
danzando en los cristales del aguacero
Ruido que atraviesa la noche de los apartamientos
la noche de los despachos cerrados
el laberinto de los corazones cerrados
Ruido que tiene la terquedad del oleaje
de la amenaza del polvo
del infinito de los cielos estrellados que hacía
temblar a Pascal
Ruido que nos retrata
y nos semeja a un cántaro
a una teja de barro de casa de campo
Ruido que sube con pequeños estertores de azúcar
al corazón de la guanábana
que le murmura a la oruga que no pierda el tiempo
que a la muchacha le pule los senos como
dos escudos de bronce
que vibra compacto en el olor de la madera
duerme en los artesonados de la Casa del Adivino
en Uxmal
musita tristeza en el fémur de mi padre
no descansa en los 74 años de mi madre
¡Perdóname hijo mío
yo vivo como tú el diálogo de la hierba seca!
Ruido que nos une a todos
en manojo de piel sueños y huesos
Ruido que vence al tigre
y vuelve azucena el ala del ángel
Ruido que se comparte
entre la noche del cuervo
y la llama del alba

 

 

La historia de nosotros no tiene límites

La historia de nosotros no tiene límites
Puede fijarse en el grano de arena
O derramarse como la tarde
En Normandía
Donde Rodrigo juega en la espuma
Y busca caracolillos

Pienso entonces que mi cabeza pudo haber florecido
En océanos prisioneros en las octavas de Camoés
Sólo me tortura la palabra
Sonora hermana de la espuma
Enemiga de los sueños
Aliada de las derrotas
Para el poeta alado
Para el santo loco

 

 

El poeta extranjero

El poeta extranjero camina en la ciudad extranjera
Mira el río las barcas los pájaros saltando en la nieve
En el vago espectáculo se sienta a ver la tarde
los vehículos que pasan las palomas que pasan
y fumando su cigarro se hunde en el invierno
-puñado de frío excitación de la piel tos necesaria
El poeta extranjero se levanta se cala el sombrero
tose otra vez
y se pierde en la noche extranjera.

 

 

Tríptico doloroso

A José Francisco Valiente

I

Son cuatro inviernos de agonía hermana.
De amanecer el corazón abierto.
Quisiera ser, pero el futuro incierto
Me ensombrece la senda del mañana.
Cuatro años de penumbra cotidiana.
De presentir vivir, viviendo muerto.
De abrir el corazón, sentirlo yerto,
Sin escuchar su musical campana.
El dolor es espina en mi sonrisa.
Aunque nací para cantar, presiento
Ser un gorrión fugaz hacia la brisa.
Esta acerba dolencia me acongoja.
Soy un árbol que lento se deshoja
Y voy de paso con mi hermano el viento.

 

II

Sólo las sombras en que estoy hundido.
Sin restañar, sin restañar la herida.
Y presentir que en mi vital huída
Me apagaré, lo intuyo, estoy vencido.
Andar bajo la niebla adolorido
Sin atisbar el alba prometida.
Yo bien lo siento se me va la vida
Y soy raíz de un desgarrado aullido.
Le he dicho a Dios, yo soy enfermo y triste.
A mi garganta una resaca embiste
Inundándola de algas y de espumas…
Pero él ineluctable como el viento,
Hundió en mi carne el látigo violento
De su furor y me abismó en las brumas.

 

III

¡Qué me duele esta arcilla dolorosa
Arquitectura de mi sombra incierta!
Una resaca de violencia abierta
En mi bronquial respiración se empoza.
Este turbión de tos vertiginosa
En mi garganta es una espuma muerta.
Esta agua turbia en mi dolor despierta
Con sus ondas de asfixia rumorosa.
¡Ah! Aguaceros en mis bronquios siento.
Quiero cantar y se me escapa el viento
Y se me encharca de aguas la garganta.
Esperar, esperar lo que no llega.
Andar, andar bajo la noche ciega.
¡La noche ciega al corazón que canta!

 

 

Los niños nos exigen un mañana

Los niños nos exigen un mañana
Donde se pueda
Respirar aire limpio
Y sin temor.
El hombre que ama a sus hijos,
Ofrecerá su corazón,
Su pensamiento,
Por un mañana sin odios y sin guerra.
Los niños crecen como las flores;
Oyen caer la lluvia
Y avanzar la alborada que despierta las frutas.
Los niños no sospechan
Que entre las luces
De la mar que descansa silenciosa en los puertos,
Ronda el aire fatal de las lluvias nucleares.
Los niños sueñan con leyendas vagas.
Sin presentir la sombra que acecha sus juegos.
Si la guerra estallara,
¿Cómo podría la escuela alegrar sus aulas?
Quedarían heridos los juguetes.
Pinocho cada vez más triste
Y perdida en sollozos
Caperucita en medio de la noche honda.
¿Cómo podría el mundo estallar en colores
Y palpitar la estrella sobre la cabaña?
Los animales inocentes
Se volverían polvo
Y la tierra una pálida cicatriz de tristeza.
La novia primorosa
No luciría sus cabellos
En la mañana azul que hace brillar los árboles.
Y llegaría Octubre,
Y en la vaga aventura del aire
No habría barriletes.
Una llaga de estruendo sería la tierra
Y quedaría solitaria.
Los niños nos exigen un mañana,
Y el que quiere a sus hijos
Oye el llamado de los niños del mundo.
Hay injusticia.
Se apaga entre fiebres y basura
Adolorido el hombre;
Pero la tierra es ancha como el pensamiento y la luz.
Siempre habrá una alondra, un astro,
Una muchacha que consuele una frente pensativa.
La mañana la siente mi corazón…

 

 

Madre

Madre
Apártame el vinagre y la sal!
Se deshace en pedazos mi cabeza
Y lleno de trapos y esparadrapos
Junto a la lámpara a medianoche pongo sobre los cuchillos
El viejo corazón
¿Qué significa para él
las constelaciones vistas por el islandés de ayer
y por el fenicio vagabundo del porvenir?

Esta noche acerco mi copa a los labios
Y brindo
Y vivo a fondo
Mi quemadura

Vino a tocar mi puerta la inteligencia
Me ató de pies y manos
Y después callada cerró la puerta
Y se fue al fondo de la noche inhóspita y callada…

Roberto Armijo (El Salvador, 1937- Francia, 1997).  Poeta, narrador y dramaturgo. Vivió durante muchos años en Francia. Armijo es la voz lírica de su g ... LEER MÁS DEL AUTOR