Robert Sabatier. Las voces profundas

 

Presentamos tres textos del gran autor francés en la versión al español de Enrique Moreno Castillo.

 

 

 

Robert Sabatier

 

 

La tierra del verano

Caballo, buen caballo que te acercas
tú no verás jamás lo que yo veo
A acariciar el pelo de la infancia
vine con una llama en cada dedo.

Digo palabras, luz me da su aceite
y arde sin consumirse mi mirada
La ciudad que se incendia llevo en mí
y en ella una mujer que hay que salvar
Una alondra, una antorcha sosegada
hija de fuego que insiste en soñar.

El aire está repleto de soldados,
de muros, de caballos que se espantan
de galopes furiosos una chispa
bajo los cascos de la tempestad
y mi pecho revienta de metralla
y sólo con mi aliento abraso el bosque.

Hablo para la nutria y el visón
hablo para la sed y la laguna
hablo entre mí para apartar las vigas
y el pelo de la frente de mi niño
mi niño más azul que mil caminos
más puro en mí que el árbol en el viento.

Caballo, buen caballo que me escuchas
dime que me comprendes, buen caballo.

 

 

 

Las voces profundas

Oigo crecer mis uñas.
Pienso en unos amigos
fuertes como bisontes
luchando contra el tiempo.

Voy traduciendo el poema
de una lengua ignorada.
En lo alto de mi ser
una voz quiere hablar.

Que los muchos presentes
del cielo y de la tierra,
juntos en esta página,
entreguen sus secretos.

Si tuviera el saber
del bello analfabeto,
viviría en colores
en una región negra.

¿Qué dios corta su barba
para más parecérsete,
oh rostro mío, liso
como la piel del mar?

Yo nunca digo nada
sin escuchar mi cuerpo.
El canta como rosas
en el verano ardiente.

De mi piel los amigos
no necesitan labios.
Son músicos igual
que el sol y que la luna.

 

 

 

La invasión

Estoy lleno de gritos como un tigre de garras.
Estoy lleno de ti -mis labios son tus labios
y en mis ojos cerrados lloras tú con mis lágrimas.
¿Quién me liberará? El tiempo y el espacio
ya no hablan. Espero. Miro cómo te escapas
y rompe mis pisadas esa nada en tu voz
que ha dejado de hablarme. Invoco tu fantasma,
me responde sin ti con palabras de plomo
y tus mil otras voces en mis venas me hieren.

Era como una fiesta. Giraban los tiovivos
y este amor arrojaba la llama de Bengala
que nos quemaba el cuerpo. Cuando un volcán se extingue,
otro volcán renueva sus torrentes de lava.
Sólo guardé ceniza, mis lágrimas son negras,
soy un muro de pie entre tantas ruinas.
Padecer así. Escucha. En tus nuevos viajes
¿olvidarás la voz que se pierde en el tiempo?

Por ti quiero morir, brotar y disolverme,
ser el alba y la flor, ser la bruma en el alba,
despertar como un sol que calienta tu cuerpo.
Por ti quiero ser libro y razón de ese libro,
el lector y la hoguera para mi auto de fe,
quiero ser la morada de tu voz, de tus frases,
y en mí sólo hay silencio y renglones agónicos
para llenar un fárrago cuya tinta se borra.

Me alimento de ti como un tigre de carne,
pero en la remembranza, mientras que un astro aúlla
en el presente y ruge al borde del futuro,
yo sólo canto mi hambre, devoro aquellas horas
que tanto nos mecieron, y desgarro esa otra,
ese rostro extranjero que cierra sus fronteras
y muere sólo en mí que tanto ansío su vida.

No tengo otra virtud que la de amar el árbol
en el que fui injertado. ¿No ves la rama muerta
que mira en otras ramas los frutos en sazón?
Ha llegado el momento de amarla más que a otra,
de ser deshecha en vida enlazada a su cuerpo.
Al sol de primavera no opongo sino otoños,
con nada viviría y todo me consume
en la savia que gimen los labios de mi herida.