Antes del silencio
La casa de los padres
Qué desorientación y qué soledad,
aunque, ¿no es el vivir soledad
y no es la soledad el primer síntoma
de la Gran Desorientación?
Es lo último que quizá quedaba de ellos,
una casa repleta de objetos raros
de los que me deshago con impaciencia,
apenas trastos han sido en el sendero,
cachivaches henchidos de extravío.
La casa de los padres, ahora lo sé,
se transforma en una tibia crisálida,
espesa red de recuerdos aturdidos
que tejen las madres con hilos de seda
mientras nos tienen atrapado el corazón.
Allí pasé de gusano a mariposa,
y emprendí el vuelo si es que andar es volar.
Esa casa, esta, después de irnos todos,
quedó como piel de serpiente olvidada
en el camino tras precisa la muda,
pues la sierpe la cambia para crecer
y eso es lo que le da la libertad.
La abandono, creedme, sin emoción,
con la extrañeza de saber que ha acabado
parte de mi historia y que ahora comienza,
en serio, la otra, la gran aventura
que surge de lo que queda del recuerdo,
la memoria o la lección bien aprendida.
Salí de allí pues el mundo me esperaba,
que era solo mío desde ese momento,
del que ya he consumido buena parte.
Salgo ahora silencioso y conmovido,
a beberme los últimos tragos largos
de una vida en la que se desorientan
los mal contados días que me queden.
Clavo en la pared
Todo acto humano tiene un propósito.
El tiempo se encarga de ocultarlo.
Hasta el más olvidado clavo
en la pared, isla de acero
en el desierto de cemento,
tuvo sentido.
Quizá de él colgó un retrato,
una medalla, un título,
un testimonio del ayer.
Se puso allí para cumplir
una misión hija del cálculo.
Hoy, en las cenizas del nido
es un objeto solitario,
que parece un insecto detenido
e inútil al que nadie atiende.
Su absurda soledad desvela
lo que hay de vano en nuestros actos.
La ausencia del calor humano
engendra hostil entre las cosas
un confuso caos sin albedrío.
Lo inexplicado muere de olvido.
Vamos a ver
Vamos a ver: la noche es cálida,
hay un insecto detenido en el aire
y un gato cruza la calle
husmeando en cada charco.
Vamos a ver, cayó la noche
y formamos una sola melena
de saturnos enhebrados
como caracolas marinas.
Vamos a ver: la noche es cálida,
el gato curioso, cansino y negro;
nosotros junto a un vaso de vino
como el que enriqueció el sueño
del patriarca Abraham,
sabroso cuál mistela de postre.
Y en algún país hay una guerra.
Vamos a ver: hemos vuelto a vernos.
Mientras reímos historias contadas,
un insecto se ha detenido en el cielo
y nuestros cuerpos, leves cual sombras,
reflejados en el charol mojado,
recuerdan el tacto del contacto,
el sabor de la saliva en los labios,
el azúcar del aliento jadeante,
mientras se escurre el gato
entre los coches varados en la orilla
y el insecto busca la luz de una farola.
Vamos a ver: bebo un trago de vino,
nos olvidamos, quizá, de las guerras
y nos declaramos una, ¿lo entiendes?
Antes del silencio
Bien lo sé: la fragua que incendia las venas,
el yunque en el que se moldea el corazón
a golpes de conciencia, negarán, después,
haber existido. Dirán que fue un ensueño.
Todo se habrá convertido en sinsentido,
en indignación, en explosión de cólera,
en arrepentimiento, en sueño soñado,
cuando caiga, profunda y lúgubre, la razón
sobre mis sienes y robe lo poco de valor
que aún quedaba disuelto por el ánimo.
No es necesario esperar a ese momento,
aquí tenéis la vida, el deseo, la esperanza:
cobraos el gasto de mi saldo de tiempo
y aún os estaré agradecido por el negocio,
si con ello me ahorro el mentir callando.
Coged las arrugas, los versos, la vida
y daos por satisfechos con ese pago
muy superior a cuanto os debo.
Quedaré conforme con las sobras
de los enojos, con los residuos del día,
los pecios que cubren el mar de lo diario.
Triste alma la que a anochecidas ilumina
con su mirada el retrato de un lejano cadáver
que desde la pared, enmarcado en sudario
de óleo, mira, y al hacerlo inclina los ojos
avergonzado por el desplante.
Iros de aquí, huid de mala gana,
porque nunca entenderéis, me temo,
que una sombra fresca pueda aliviar,
la ruta cotidiana de solanas, rampas y aguaceros,
por la que transcurre la diaria vulgaridad,
la aceptada primavera de la noche,
que precede al silencio.
Universo de universos
Universo de universos, cosmos fértil
donde se cruzan flores de los cinco continentes,
se polemizan y fecundan entre ellas
con la ayuda de la brisa y las abejas
infatigables en su trajinar de vida viva.
Jardines de reyes y de mendigos,
de atletas y de borrachos, de amantes
y de mirones, jardines del niño y el grito.
Paisaje en mutante movimiento
que reta a la aspereza estática, aplomada
e incambiante de las piedras cinceladas
por el mazo, el martillo y la constancia.
El jardín es la proyección de la vida moderna,
el indudable ejemplo del trabajo de la ilustración,
es el orden, la razón, la disciplina, las luces,
la insistencia, la civilización, la tenacidad.
Complejo jardín decorativo, belleza plena,
ensueño de colores, armonía de sus curvas,
labor para el ocio, el ocio regalado,
o complejo jardín productivo que el sol admira,
huerto de trabajo recompensado
que crece por las noches abrasado de luna
mientras bebe del rocío y sus raíces
sienten el frescor de la tierra que lo acoge.
Al fondo, filtrada por las hojas, la luz presagiada
enciende la vida, la mía, en la mezcla de sombras
en las que se ha convertido mi pasado.
Sólo me interesa ser jardinero de este parque
en el que he ido derrochando mi vida
desde su primera luz, con la candidez de la aurora,
desdibujado por el amanecer que se emborrona
ahora de pasado, de hojas secas,
de ramas quebradas mezcladas con la esbeltez
que le ha dado el tiempo. Luz insinuada
en la primavera del ocaso que ya sospecho.