Ricardo Bellveser

Antes del silencio

 

 

 

La casa de los padres 

Qué desorientación y qué soledad,
aunque, ¿no es el vivir soledad
y no es la soledad el primer síntoma
de la Gran Desorientación?

 

Es lo último que quizá quedaba de ellos,

una casa repleta de objetos raros

de los que me deshago con impaciencia,

apenas trastos han  sido en el sendero,

cachivaches henchidos de extravío.

La casa de los padres, ahora lo sé,

se transforma en una tibia crisálida,

espesa red de recuerdos aturdidos

que tejen las madres con hilos de seda

mientras nos tienen atrapado el corazón.

Allí pasé de gusano a mariposa,

y emprendí el vuelo si es que andar es volar.

 

Esa casa, esta, después de irnos todos,

quedó como piel de serpiente olvidada

en el camino tras precisa la muda,

pues la sierpe la cambia para crecer

y eso es lo que le da la libertad.

 

La abandono, creedme, sin emoción,

con la extrañeza de saber que ha acabado

parte de mi historia y que ahora comienza,

en serio, la otra, la gran aventura

que surge de lo que queda del recuerdo,

la memoria o la lección bien aprendida.

 

Salí de allí pues el mundo me esperaba,

que era solo mío desde ese momento,

del que ya he consumido buena parte.

Salgo ahora silencioso y conmovido,

a beberme los últimos tragos largos

de una vida en la que se desorientan

los mal contados días que me queden.

 

 

 

 

Clavo en la pared

Todo acto humano tiene un propósito.
El tiempo se encarga de ocultarlo.

Hasta el más olvidado clavo

en la pared, isla de acero

en el desierto de cemento,

tuvo sentido.

Quizá de él colgó un retrato,

una medalla, un título,

un testimonio del ayer.

Se puso allí para cumplir

una misión hija del cálculo.

 

Hoy, en las cenizas del nido

es un objeto solitario,

que parece un insecto detenido

e inútil al que nadie atiende.

 

Su absurda soledad desvela

lo que hay de vano en nuestros actos.

 

La ausencia del calor humano

engendra hostil entre las cosas

un confuso caos sin albedrío.

Lo inexplicado muere de olvido.

 

 

 

 

Vamos a ver

 

Vamos a ver: la noche es cálida,

hay un insecto detenido en el aire

y un gato cruza la calle

husmeando en cada charco.

 

Vamos a ver, cayó la noche

y formamos una sola melena

de saturnos enhebrados

como caracolas marinas.

 

Vamos a ver: la noche es cálida,

el gato curioso, cansino y negro;

nosotros junto a un vaso de vino

como el que enriqueció el sueño

del patriarca Abraham,

sabroso cuál mistela de postre.

Y en algún país hay una guerra.

 

Vamos a ver: hemos vuelto a vernos.

Mientras reímos historias contadas,

un insecto se ha detenido en el cielo

y nuestros cuerpos, leves cual sombras,

reflejados en el charol mojado,

recuerdan el tacto del contacto,

el sabor de la saliva en los labios,

el azúcar del aliento jadeante,

mientras se escurre el gato

entre los coches varados en la orilla

y el insecto busca la luz de una farola.

 

Vamos a ver: bebo un trago de vino,

nos olvidamos, quizá, de las guerras

y nos declaramos una, ¿lo entiendes?

 

 

 

 

Antes del silencio

 

Bien lo sé: la fragua que incendia las venas,

el yunque en el que se moldea el corazón

a golpes de conciencia, negarán, después,

haber existido. Dirán que fue un ensueño.

Todo se habrá convertido en sinsentido,

en indignación, en explosión de cólera,

en arrepentimiento, en sueño soñado,

cuando caiga, profunda y lúgubre, la razón

sobre mis sienes y robe lo poco de valor

que aún quedaba disuelto por el ánimo.

 

No es necesario esperar a ese momento,

aquí tenéis la vida, el deseo, la esperanza:

cobraos el gasto de mi saldo de tiempo

y aún os estaré agradecido por el negocio,

si con ello me ahorro el mentir callando.

Coged las arrugas, los versos, la vida

y daos por satisfechos con ese pago

muy superior a cuanto os debo.

Quedaré conforme con las sobras

de los enojos, con los residuos del día,

los pecios que cubren el mar de lo diario.

 

Triste alma la que a anochecidas ilumina

con su mirada el retrato de un lejano cadáver

que desde la pared, enmarcado en sudario

de óleo, mira, y al hacerlo inclina los ojos

avergonzado por el desplante.

 

Iros de aquí, huid de mala gana,

porque nunca entenderéis, me temo,

que una sombra fresca pueda aliviar,

la ruta cotidiana de solanas, rampas y aguaceros,

por la que transcurre la diaria vulgaridad,

la aceptada primavera de la noche,

que precede al silencio.

 

 

 

 

Universo de universos

 

Universo de universos, cosmos fértil

donde se cruzan flores de los cinco continentes,

se polemizan y fecundan entre ellas

con la ayuda de la brisa y las abejas

infatigables en su trajinar de vida viva.

Jardines de reyes y de mendigos,

de atletas y de borrachos, de amantes

y de mirones, jardines del niño y el grito.

 

Paisaje en mutante movimiento

que reta a la aspereza estática, aplomada

e incambiante de las piedras cinceladas

por el mazo, el martillo y la constancia.

El jardín es la proyección de la vida moderna,

el indudable ejemplo del trabajo de la ilustración,

es el orden, la razón, la disciplina, las luces,

la insistencia, la civilización, la tenacidad.

 

Complejo jardín decorativo, belleza plena,

ensueño de colores, armonía de sus curvas,

labor para el ocio, el ocio regalado,

o complejo jardín productivo que el sol admira,

huerto de trabajo recompensado

que crece por las noches abrasado de luna

mientras bebe del rocío y sus raíces

sienten el frescor de la tierra que lo acoge.

 

Al fondo, filtrada por las hojas, la luz presagiada

enciende la vida, la mía, en la mezcla de sombras

en las que se ha convertido mi pasado.

 

Sólo me interesa ser jardinero de este parque

en el que he ido derrochando mi vida

desde su primera luz, con la candidez de la aurora,

desdibujado por el amanecer que se emborrona

ahora de pasado, de hojas secas,

de ramas quebradas mezcladas con la esbeltez

que le ha dado el tiempo. Luz insinuada

en la primavera del ocaso que ya sospecho.

Ricardo Bellveser (España, 1948). Licenciado en Filología (Universidad de Valencia), en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid) y Pe ... LEER MÁS DEL AUTOR