Las sílabas y el cuerpo
II
Ojo cerrado de la realidad;
ojo parpadeante del hombre;
en el centro tu cuerpo, mujer,
le entrega el mundo al mundo.
Cojo un fruto y lo paso por tu cuerpo
para encontrarte la boca;
veo cómo seleccionas la semilla
y plantas un árbol en mi alma.
Te tengo para hablar con aquello
que no he logrado despertar,
te tengo para callar y dictar pasos y sombras,
para encender el cuerpo que vaga solo por el lenguaje.
¿No sientes al viento batir
las hojas del árbol
que sigue en mi sangre?
Tú vives reunida en el polvo, todos te sepultan,
pero yo te hago sílaba en mis manos
y te pongo en la herida como una venda.
Otros prefieren vivir sin un signo,
sin un adentrarse del cuerpo en el cuerpo.
Ellos están en el techo de las cosas,
en la intemperie del mundo,
sobre la alegría de lo clausurado.
Pero tú me abres el hogar de los hallazgos,
me invitas a descubrirme.
Porque tantas cosas no pueden existir para quedar mudas,
porque yo voy pasando mi mano sobre tu agua petrificada
para elevar el día sobre la carne
y encontrarte debajo del polvo,
abierta hacia todas las manos.
Ojo abierto de la realidad;
ojo parpadeante del hombre.
Y en el centro estás tú,
dormida y enemiga de ti misma.
Y en el centro de mi corazón estás tú,
esperándome muda para hacerte.
VI
Yo me vestí con la sangre y dejé las venas desnudas.
Yo te llamé orilla y venían todas las cosas
como olas cabizbajas a vestirte.
Hay espacios en el hombre
donde solo se siente el ruido del corazón
como una carreta que carga con la vida.
Yo me hundo en las cosas y te encuentro,
yo salgo de la orilla con un ave en los ojos
y a veces fustigo las olas para que sean la cama
donde te engendras distinta cada día.
Eres la orilla a la que va a dar el naufragio del mundo
y mi sangre escapa llena de hijos
hacia la demorada calma de tu cuerpo.
Ven a desnudarme, mujer,
sé la marea que descubre
todos los ahogados que llevo en la ropa.
Hagamos una isla en el mediodía de nuestros cuerpos.
Hablemos despacio para que las olas sean nuestras lenguas.
Yo me ato a la marea, yo sigo una dirección hacia ti
y llegando soy apenas tu sombra
y tu vegetación destrozada.
Yo me quedo desnudo en la superficie de todas las cosas
esperando por destrozarme contra algo.
Yo me visto con la sangre y salgo de un desfile de difuntos,
de un oleaje indefinido.
Yo me quedo desnudo
con la humanidad que avanza hacia ti,
me quedo detenido en el centro
donde nada es mi comienzo y nunca acabo.
Hacia ti me destruyo y me voy entregando.
Mujer, orilla, llama mojada a la puerta del deseo.
Orilla, acantilado siempre entre lo otro y lo incierto.
Ven, mujer, acércate,
ven con tu orilla y mis manos como olas sobre tu orilla;
ven, mujer, te espero,
orilla en vilo bajo el agua de tu cuerpo;
ven, lentamente ven.
Todo permanecerá desnudo en mi corazón
para que tú lo vistas con tu nombre.
-Obra ganadora del XXXV Premio Loewe de Poesía.
-Reiniel Pérez Ventura
Las sílabas y el cuerpo
Colección Visor de Poesía
España, 2023