Jaime Huenún

Reducciones

 

 

 

LOS VIAJES, LAS VIGILIAS

1 

Izamos la bandera de la nieve
en nuestros huesos,
-las estrellas de la muerte río arriba-
y caímos al barranco.
Fuego hicimos,
blanco fuego
en la noche aullante de las piedras.
Cómo te llamas, río.
Cuál es tu nombre, árbol.
Dónde te mueres, viento.
Escuchan los caballos ahora
el rumor de nuestra sangre
en el sueño.
Mañana uno de ellos caerá
bajo el hacha de nuestra hambre.
En la roca lucirá su cráneo
como un sol diminuto
en el limpio amanecer de las montañas.

 

2

Detengamos por fin nuestros pasos
frente al mar que es la sombra extendida
de las verdes montañas.
Partamos con calma el pan de la mañana,
bebamos sin apuro la sidra avinagrada
por el sol y los caminos.
No somos extranjeros en la patria de la arena,
no somos extranjeros en las costas de la luz.

 

3

Entonces fundamos un pueblo.
Las barcas iban y venían
cargadas con peces sin nombre.
Olvidamos para siempre la nieve,
las monturas,
el afilado viento de las serranías.
Abrimos ventanas en las piedras para respirar
el cielo desnudo de la medianoche.
Cuál es tu nombre, estrella sin luz.
Dónde te ocultas, pájaro sin trino.
Las fogatas ondulaban encima de las rocas
para recibirnos.
El jardín estaba lleno de almas cortadas,
de pájaros que buscaban en la hierba
un poco de aire.
Esta aldea se llama Clemencia.
Aquí las mujeres se hunden
en los ojos de los perros silvestres.
Miremos a los niños trepar los árboles parlantes,
contemplemos sus sombras que iluminan nuestras sombras
al atardecer.

 

4

Me dieron la tierra roja
y oscuros bailes y cantos
para despertar.
Mi tierra,
la cuenca vacía de los dioses,
las playas de greda ante el furor del sol
y montes quemados en la raíz y el aire.
Aquí las piedras labradas desde el sueño.
Aquí palabras ocultas bajo el viento.
Mi tierra,
andándome con cardos y pastores,
hundiendo su luna en mi mirada.
Nada más allá de mi mirada,
nada sino la ceniza
que el oleaje deja a las rocas
y a los bosques frente al mar.
Mi tierra,
el salto de culebras de espesura
abriendo la neblina en los juncales.
Mi tierra,
los muertos en el arco del conjuro
bailando y delirando bajo el sol.
Mi tierra,
la danza,
el lento apareo después de la embriaguez.

 

 

MALOCAS

Así vinieron ellos, con hachas y cuchillas,
derribando solares, púlpitos y alcobas.
¿Habrá visto, Usía, las púberes mancebas
aullando sobre el lomo de los indianos lóbregos?
Sus nombres: Huichapán, el puma come perros,
Pafián, el venenoso, Troquián, el matancero.
Cómo olvidar sus rostros aquí en las chicherías
si aún vienen huyendo, huyendo por los ríos.
Bramando en los degüellos, azotando los llanos,
cortando con sus lanzas la gris zarza mojada.
Heridos balbucean la idioma de la muerte,
nombrando sus linajes bajo el cielo del sud.
Tú eres Paichil, el lobo, sobrino de los brujos,
hermano de Naipil, la culebra de monte.
Tú eres Nahuel, el tigre, y hueles a cautiva,
a pecho de cristiana llorando junto al fuego.
Cómo olvidarlos, oye, si en cada boca muerta
escucho las injurias de aquellos pendencieros.
Robáronme el azúcar, un chal, tabaco negro,
alforjas, candelabros y un rosario español.
Por eso aquí les traigo las hijas de la noche
para que al fin entibien sus catres de ciprés.
Nos dicen animales: yo soy lobo toruno
y mis cachos relumbran cada vez que aparezco.
Sobre el agua verdosa estoy hecho un encanto
y te tomo mi niña hasta hacerte reír.
Estoy hecho un encanto y doy miedo al trampero
que camina bordeando los ríos de la luz.
¡Aléjate! -le grito- qué mi ojo tuerto arde
y quema mi mirada tu torvo corazón.
Navego, sí, navego, por tu triste cabeza,
cuando llueve en los montes sin pausa y sin amor.
Aquestos son los hijos de su propia ignorancia,
idólatras del aire donde vive la nada;
nos dicen ver a diario lo que nunca veremos,
por eso, antes del alba, alzados morirán.
¿Contemplaste tu cráneo, Zorro Azul, en el río,
la cabeza del Cóndor en mi estaca de luma?
¿Me soñaste, acaso, ayuntar tus hermanas,
las feroces infieles de esta tierra final?
No fue, hijo, que viéramos sus muertes miserables,
ya secos y avarientos en la su extremaunción,
contando sus doblones, leyendo la vulgata,
amarillos de oro, de humedad y dolor.
Sólo vimos despiertos lo que en sueños veían
y olvidaban temprano para no enloquecer:
hambrientas alimañas mordisqueando en los bosques
pellejos castellanos hediendo bajo el sol.
Traduce a su merced los niños del demonio
bailando entre las nubes la sajuria del mal.
Traduce, comisario, ese veneno alado
que emana de los sueños de esta gente falaz.

Maloca: incursión bélica.

 

 

ALONSO DE ERCILLA PARLAMENTA Y FUMA
FRENTE AL LEVO ALZADO DE CHAURACAHUIN

 ¿Qué zapato en la locura pisa y llora?
¿Por qué caminos las estrellas se quedan
en los ojos que las vieron morir?
¿En qué tiniebla se cierran los párpados
de los que aún no nacen,
germinados de muerte
y cruel velocidad?
Este es el cuchillo, el animal yerto y salado,
la noche que humedece el sexo y el rosal,
el canto de las piedras,
el río que pasa y en silencio te moja,
y este es el cielo en tu terrible ensoñación.
Come entonces y procrea y caza
y quémate en la llama que alumbra
la cara de tus muertos
y dibuja en la roca el corazón del tiempo
como el niño que escribe su ancho nombre
en la tibia arena del atardecer.

 

 

HALCONERO 

Si cada forastero se detiene
en la sombra del árbol sobre el agua,
yo me detengo en la lámpara de aceite,
en el pan mojado por la niebla
y en la alta ventana de la niña
que juega con su anillo en las alcobas.
Yo soy el hombre del bosque, el halconero
nocturno, embozado, cabizbajo
que olfatea al venado y a la luna
y se embriaga en los muelles de madera.
Veo el salto de los peces en las islas
que han nacido de los ahogados,
y es un fulgor de muerte que me alegra,
un cruel destello de oro en el silencio.
Los rapaces han comido de mi oreja,
de mis manos y de mi memoria;
hambrientos de sí mismos, ya no vuelan
si no sacian su apetito en mi carne.
Los boteros que ya pasan por el río
me cancelan el peaje entre las sombras:
sal marina, alcohol, tabaco de hojas,
mujeres de ordinaria contextura.
Aquí veo amanecer la luz del río
y a las aves que cantando se marchitan.
Aquí vengo a navegar por la locura
donde todos los demonios se reúnen.
Veo lejos la cara de mi padre
escuchando al sacerdote envuelto en pieles
y los libros donde escribe el polvo
el destino de los cuerpos luminosos.
Ebrio palpo el pelaje de tigrillos
que me acechan la sangre y la simiente,
animales que extraviados me padecen
y olisquean mi mirada en los reflejos.
Yo soy el hombre del monte, el pajarero
que desgarra con sus águilas el campo,
el que habla sólo con las uñas
y los picos de sus aves asesinas.

 

 

FABLA DE CASTILLA

Esta es la lengua que devora bosques,
fuego y maldición tejen sus palabras.
La lengua arrebata al hijo su pureza,
la lengua le desgaja la intacta desnudez.
He allí la que nació para la triste locura,
hilando seductora sonidos del infierno.
La lengua que te miente dice la verdad,
la lengua amorosa destila igual veneno.
Lengua es el azote de todas las naciones
y de todos los amantes yaciendo bajo el sol.
Lengua como tumba cebada por los rayos,
perversidad desnuda de vocal en vocal.
Mirad al niño índigo salir de su inocencia
nombrando criaturas que habitan en la luz.
Nacer, vivir, morir no son sólo palabras,
aullidos son de un alma convulsa y demencial.
La lengua es la fruta del hambre de absoluto.
La lengua es la soberbia movediza y oscura;
acalla lo sagrado, consuela a los insomnes,
desangra en los jardines las rosas del amor.
La lengua sólo habla de huesos y de cuencas,
de coronas mortuorias sobre la tierra fría.
La lengua ya anochece en la flor del limonero,
asqueada y deslumbrada por un pétalo febril.
La lengua limpia el cutis de los muertos antiguos
y arrulla al claro cisne que agoniza en el agua.
La lengua es fiero viento sobre las pesadillas,
el susurro de un árbol sin aire y sin raíz.
Estos son los trabajos que apenas ya soportas,
oh, lengua del cascajo y el quieto manantial.
Oh, útil decadencia, oh cínicos cantos
para habitar en vano esta tierra mortal.

 

 

FUNDACIONES I

No sabe aún morir la ciudad de los insomnes,
no sabe ya viajar en los ojos de un halcón;
la piedra la levanta, el agua la atribula,
el sueño de los niños la detiene en el mar.
Tenemos un país que ilumina tormentas
y rompe las ventanas frente al aire dormido.
La carne, lo sabemos, trabaja maleficios
para aquellos que marchan hacia el polvo y la luz.
Mirad la enredadera cubriendo los umbrales
de viejos caserones donde ladran los perros,
mirad las blancas sombras en las puertas vencidas
de una larga ciudad enfrentada a los astros.
Dirán que no tuvimos suficientes delirios,
dirán que no cubrimos la paz de nuestros muertos;
qué será de nosotros buscando en las basílicas
el último mendrugo salvado de las ratas.
Los barcos ya han partido hacia el cielo y el fuego
llevándose el deseo del oro y de la carne,
los libros que escribimos, las cartas a un imperio
que levanta castillos donde no muere el sol.
Nosotros arrastramos las armas de la noche.
Con ellas defendemos las fronteras del alma,
los frutos cosechados con lágrimas y coitos,
la sangre que enterramos para no regresar.

 

 

FUNDACIONES II

La ciudad viene hasta ti con sus ácidas cadenas
y esas grúas que levantan los cimientos de la historia.
Son nublados palacetes donde anidan pardos búhos
y la opaca lluvia andina de la tenue Cruz del Sur.
Las ciudades son ahora el final de tu memoria,
la escritura humedecida de tus sueños siempre nómades.
Es por ello que no olvidas una plaza, una explanada
donde el pueblo erige a tumbos una gris catedral.
Tras murallas ves un barco de antimonio sobre el aire,
y carruajes de caballos emplumados en los muelles,
traficantes de palomas, pavorreales, guacamayos,
mil esclavos que te venden sus cabezas y sus sexos.
¿Y qué puedes dar a cambio por la urbe que te ofrecen?
Ni semillas ya, ni lenguas, ni tratados, ni armamento:
tú destino entre nosotros es falaz como la arena,
un gobierno de cuchillos en el agua nocturnal.

 

(De Reducciones, 2013)

Jaime Huenún (Valdivia, Chile, 1967). Estudió Pedagogía en Castellano en el Instituto Profesional de Osorno y en la Universidad de la Frontera en Temuc ... LEER MÁS DEL AUTOR