Raymond Carver

Tu perro se muere y otros textos

 

(Versión al español de Sandra Toro)

 

 

Anatema

Toda la familia sufrió.
Mi esposa, yo, los dos chicos y la perra
a la que los cachorros le habían nacido muertos.
Nuestros affaires, si así se podían llamar, se marchitaban.
A mi mujer la dejó el amante,
el profesor de música manco, que era
su único contacto con el mundo exterior
y con las cosas del espíritu.
Mi novia también dijo que no podía seguir así,
y volvió con el marido.
Nos cortaron el agua.
Todo ese verano la casa fue un horno.
Los durazneros quedaron chamuscados.
Las flores de nuestro jardincito, pisoteadas.
Los frenos del coche se rompieron, y fallaba
la batería. Los vecinos dejaron de hablarnos
y nos cerraban la puerta en la cara.
Los comercios nos devolvían los cheques
—después, directamente, el correo
dejó de llegar. Nadie más que el comisario pasaba
de vez en cuando —con uno de nuestros dos
hijos en el asiento de atrás,
suplicando que lo llevaran a cualquier otra parte.
Y más tarde los ratones entraron en tropel a la casa.
Seguidos por una serpiente toro. Mi mujer
la encontró tomando sol en el living
al lado del TV, que no andaba. Lo que le hizo
es una historia aparte. Le cortó la cabeza
ahí mismo, en el suelo.
Y, como seguía retorciéndose,
la cortó en dos. Se veía que no íbamos a aguantar
mucho más. Nos habían vencido.
Queríamos ponernos de rodillas
y decir perdona nuestros pecados, perdónanos
la vida. Pero era tarde.
Demasiado tarde. Nadie nos iba a escuchar.
Tuvimos que ver cuando tiraron la casa abajo,
y dieron vuelta la tierra, y después
nos dispersamos en las cuatro direcciones.

 

 

Lluvia

Esta mañana me desperté con la urgencia
terrible de quedarme en la cama todo el día
y leer. La combatí por un minuto.

Después miré la lluvia por la ventana.
Y me rendí. Me puse por entero
en manos de esta mañana lluviosa.

¿Volvería a vivir mi vida otra vez?
¿Cometería los mismos errores imperdonables?
Sí, si tuviera la menor oportunidad. Sí.

 

 

Una horquilla y una guadaña

Por un minuto tuve las ventanas abiertas
y había sol. Una brisa
tibia cruzó el cuarto.
(Esto lo conté en una carta).
Después, mientras miraba, oscureció.
El agua empezó a encresparse.
Los botes de pesca dieron media vuelta
y avanzaron, como una pequeña flota.
Sonaron las campanas de viento
del porche. Las copas de nuestros árboles se agitaron.
El caño de la estufa sonó y rechinó
en sus anclajes.
Dije “una horquilla y una guadaña”
Así me hablo a mí mismo.
Diciendo los nombres de las cosas
amarra, cabrestante, marga, hoja, caldera.
Tu cara, tu boca, tu hombro
¡ahora inconcebibles!
¿Dónde se fueron? Es como
haberlos soñado. Las piedras que trajimos
de la playa están boca arriba,
enfriándose, en la ventana.
Volvé. ¿Me oís?
Mis pulmones están llenos del humo
de tu ausencia.

 

 

Tu perro se muere

lo atropella una camioneta
lo encontrás al costado del camino
y lo enterrás.
te sentís mal por eso.
te sentís mal por vos,
pero te sentís mal por tu hija
porque era su mascota,
y lo quería tanto.
siempre estaba cantándole
y lo dejaba dormir en su cama.
escribís un poema sobre eso.
lo titulás como un poema para tu hija,
sobre el perro que atropelló una camioneta
y cómo lo fuiste a buscar
y lo llevaste al bosque
y lo enterraste hondo, muy hondo,
y ese poema resulta ser tan bueno
que casi te alegra que al perrito
lo hayan atropellado, si no nunca
hubieses escrito un poema tan bueno.
después te sentás a escribir
un poema acerca de escribir un poema
acerca de la muerte de ese perro,
pero mientras lo estás escribiendo
oís que una mujer grita
tu nombre, tu nombre de pila,
las dos sílabas,
y se te para el corazón.
después de un minuto, seguís escribiendo.
ella vuelve a gritar.
te preguntás cuánto más va a seguir.

 

 

Lo que dijo el doctor

Dijo que no se veía nada bien
que en realidad se veía mal de hecho muy mal
dijo conté treinta y dos en un solo pulmón antes
de dejar de contar
dije me alegro no hubiera querido saber
de ninguno más que hubiera
él dijo es usted un hombre religioso se arrodilla
en un bosque y se permite pedir ayuda
cuando llega a una cascada
con la bruma flotando contra la cara y los brazos
en esos momentos se detiene y pide claridad
dije todavía no pero me propongo empezar hoy mismo
él dijo lo siento mucho dijo
me gustaría tener otra clase de noticias para darle
dije Amén y él dijo algo más
que no escuché y sin saber qué más hacer
y sin querer que él tuviera que repetirlo
ni yo que digerirlo por completo
solamente lo miré
un segundo y me devolvió la mirada entonces
di un salto y le estreché la mano a ese hombre que me acababa de dar
algo que nadie más sobre la tierra me había dado jamás
debería haberle agradecido el haber sido tan fuerte

 

 

Miedo

Miedo de ver un patrullero que estaciona en la entrada.
Miedo de quedarme dormido a la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que resurja el pasado.
Miedo de que el presente levante vuelo.
Miedo del teléfono que suena en plena noche.
Miedo a las tormentas eléctricas.
¡Miedo de la mujer de la limpieza que en la mejilla tiene una cicatriz!
Miedo de los perros que según dicen no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo de tener que identificar el cuerpo de un amigo.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener demasiado, aunque la gente no lo crea.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo de llegar tarde y miedo de llegar antes que ninguno.
Miedo de ver la letra de mis hijos en los sobres.
Miedo de que se mueran antes que yo, y sentirme culpable.
Miedo de tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que no estás.
Miedo de no amar y miedo de no amar lo suficiente.
Miedo de que lo que amo resulte letal para los que amo.
Miedo de la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo de la muerte.

Eso ya lo dije.

 

 

Una tarde

Mientras escribe, sin mirar el mar,
siente que la punta de la lapicera empieza a temblarle.
La marea sube por detrás de las tejas.
Pero no es eso. No,
es porque en ese instante ella decide
caminar hasta la habitación sin nada de ropa.
Somnolienta, sin saber con certeza dónde está
por un momento. Se aparta el pelo de la frente.
Se sienta en el inodoro con los ojos cerrados,
la cabeza inclinada. Las piernas abiertas. La ve
cruzar la puerta. Tal vez
se está acordando de lo que pasó esa mañana.
Porque después de un rato, abre un ojo, lo mira.
Y sonríe con dulzura.

 

 

Beber al conducir

Estamos en agosto y no
leí un libro en seis meses
salvo por uno que se llama La retirada de Moscú
de Caulaincourt
Igual, estoy contento
paseando en auto con mi hermano
y tomando una lata de Old Crow.
No tenemos en mente ningún lugar adonde ir,
nada más manejamos.
Si cerrara los ojos un minuto,
estaría perdido, pero
con gusto me echaría a dormir para siempre
al costado de esta ruta.
Mi hermano me da un codazo.
En cualquier momento algo va a pasar.

Raymond Carver (Clatskanie, Oregon, EEUU, 1938- Port Angeles, Washington, EEUU, 1988). Poeta y cuentista, considerado uno de los padres del realismo sucio ... LEER MÁS DEL AUTOR