Menguante es el ocaso
*
Acá se cruza un pájaro con las alas desiertas.
Hace mucho que ha roto con el ángel,
ya nada lo emparenta a ese exiliado leve
que camina de incógnito entre las multitudes.
Acá se cruza un pájaro con las alas desiertas,
con su pico profundo,
con su plumaje sordo y con sus ciencias ocultas.
Acá se cruza un pájaro terrible.
*
¿Te perdiste al menos una vez en la parte más profunda del bosque
y gritaste hay alguien ahí?
¿Hay alguien ahí?
Otra pregunta:
¿te arrojarías sobre el fruto prohibido hasta ser devorado?,
¿o no hay fruto prohibido en este paraíso con su telón de fondo,
con su cielo al alcance, radiante y sin un pliegue?
Ah, desperdicio, gesto desaprensivo,
¿qué fue lo que cambiaste por espejos,
por algunas estrellas que parecen estrellas,
por monedas,
así como si nada?
Allá vamos ejército sonámbulo,
vamos hacia el destino de uno en uno,
solitarios y ajenos allá vamos,
el corazón blindado,
sin mirar atrás.
Tierra de desaliento ¿quién responde?
¿Hay alguien ahí?
*
En algo la ciudad
me recuerda las viejas madrigueras del bosque.
Esa misma manera de agolparnos así los animales
cuando viene la lluvia
y de darnos calor
por todo lo que nos quitamos.
Con eso nos quedamos,
con la memoria de la proximidad
mientras la sombra avanza.
*
Ya ves, cuantiosa está la noche,
terciopelo tendido para su pedrería.
¿Encontraste el tesoro?,
¿has visto cómo brilla al fondo del abismo?
Y entonces nos decimos
cuidado, porque tenemos miedo,
cuidado el remolino,
cuidado con el pozo por arriba de nuestras cabezas,
no te asomes, no te tiente el destello de la fosa en lo alto,
ten cuidado
que la noche es de luto
y vasto y enjoyado es el lugar de la pérdida.
*
Y el viento dice, el viento nos hace decir:
acepta las virtudes de la duración.
Por ellas, todo lo que debería retirarse así lo hará.
También tus pertenencias, la manera en que eras,
todo lo que la corriente lleva; acéptalo.
Así llorarás menos,
así tendrás más fuerza.
Cierra tus cuentas, actúa como si todo ya hubiera concluido.
Busca el fondo del pozo.
En su espejo de agua y en el mayor silencio
verás que hay un suceso extraordinario
aún por consumarse.
*
No hay mayor resonancia que la que provoca
el ramaje en el viento. Arranca desde donde se ocultan
tantos seres furtivos, por especie o espíritu,
por vocación de fuga. Ves cómo se prolonga el temblor
entre una idea y otra, se aleja hacia las puntas sensitivas,
yemas que soñaron alguna vez un cielo
un poco más profundo, diferente a este otro
que está por desplomarse. Quién sabe de esta forma
se cometa un crimen, un asesinato por aplastamiento.
Mientras tanto hay un brillo, como si se tratara de otro cielo
todavía inocente
sin pecado ni culpa, de los que ya no existen.
*
Y a pesar de todo lo que ya sabíamos
acerca del tiempo circular en nuestras vidas,
y así como hay un tiempo en redondo
y el rostro de los pájaros
no refleja otra cosa que una repetición,
asombrados decimos:
aquí yo estuve un día
-y el canto que escuchamos
es una repetición,
nos sorprende y anuncia:
otra vez se escuchó una campana.
Yo escuché esa campana.
Escuché esa campana; cantaba y se rompía,
cantaba y se rompía
porque esa era la luz del tiempo,
cada vez
el último de los inicios.
Sí, más y más luz para la hora
que avanza hacia ésta otra,
el tiempo de la flecha justo a término,
justo sobre el final.
Este es el tiempo,
se arroja hacia adelante
como el pueblo elegido cuando lo guía la fe.
Hay tanta sencillez en las ultimas cosas,
en la menor distancia
que ruge entre dos puntos
–esta es la trayectoria:
imposible perderse,
aunque quisieras no podrías.
*
Un ala, aquella que proyecta el vuelo
hacia adelante
se detiene. La otra va hacia atrás,
hacia un fondo de grava. Allá donde familias
de palabras reciben al viajero
entre idiomas ajenos y en su centro
un graznido foráneo que declara:
estoy aquí
pero ya no me ves.
Se ha perdido mi rostro,
mi cabeza emplumada entre
los nombres.
No. Ya no lo veo.
Me veo sólo a mí en el reverso,
decreciendo. De vuelta a ser semilla,
esa semilla que nunca debería
haber quedado atrás.
Ahora estoy en la corola de un crepúsculo,
justo en el lugar donde el violeta vira al rojo.
Menguante es el ocaso.