Máscaras y otros textos
ELEGÍA A LA MUERTE DE MI PADRE
Esto dijéronme:
Tu padre ha muerto, más nunca habrás de verlo.
Ábrele los ojos por última vez
y huélelo y tócalo por última vez.
Con la terrible mano tuya recórrelo
y huélelo como siguiendo el rastro de su muerte
y entreábrele los ojos por si pudieras
mirar adonde ahora se encuentra.
Ya los gavilanes han dejado su garra en la cumbre
y en el aire dejaron pedazos de sus alas,
con una sombra triste y dura se perdieron
como amenazando la noche con sus picos rojos.
Las potentes mandíbulas del jaguar se han abandonado,
a la noche se han abandonado como corderos
o como mansos puercos pintados de arroyo;
velos abrirse paso en el fondo del bosque
junto a los ríos que hurgan1 su lecho subterráneo.
Y de esos mirtos y de esas rosas blancas
toma el perfume entre las manos y échalo lejos,
lejos, donde haya un hacha y un árbol derribado.
Ya entró la terrible oscuridad
y con sus inexorables potencias cubre las bahías
y hunde las aldeas en su vientre peludo.
Toma ahora el jarro de dulce leche
y tíralo al viento para que al regarse
salpique de estrellas la tiniebla.
Pero aquel cuerpo que como una piedra descansa
húndelo en la tierra y cúbrelo
y profundízalo hasta hacerlo de fuego
y que el pavor se hunda con sus exánimes miembros
y que su fuerza descoyuntada desaparezca
como en el mes de mayo desaparecen algunas aves
que se van, errantes, y nadie las distinguirá jamás.
La joven vestida de primavera,
la habitante en colinas más verdes,
la del jardín más bello de la comarca,
la del amante de las lluvias;
la joven vestida de primavera se ha marchado,
inconstante, como los aires, como las palomas,
como el fuego triste que ilumina las noches.
Así pues:
Que tus manos no muevan más esos cabellos,
que tus ojos no escudriñen más esos ojos,
pues se cansa el caminante que en la cumbre se detuvo
y que al camino no pudo determinar su fin.
Pon sobre los lechos tela limpia,
arrójate como el vencido por el sueño
y como si fueras sobre los campos, sobre los mares,
sobre los cielos, y más, más, y más aún:
Duérmete, como se duerme todo,
pues el limpio sueño nos levanta las manos y
nos independiza
de esta intemperie, de esta soledad,
de esta enorme superficie sin salida.
Dijéronme:
Tu padre ha muerto, más nunca habrás de verlo
Ábrele por última vez los ojos
y huélelo y tócalo por última vez:
como se toca la flor para la amada, tócalo;
como se miran los extraños mundos de un crepúsculo,
míralo;
como se huelen las casas que habitáramos un tiempo,
huélelo.
Ya los zamuros se retiraron a las viejas montañas
y también los lobos, las serpientes,
y no saldrán hacia los claros bellos de la luna
y no escucharán el canto de las estrellas silvestres
y no detendrán el suave viento que mueve las hojas.
Voltearon y se fueron y ya no quieren más las claridades,
las claridades que bailan serenamente en las copas.
Ya las flores nacidas anoche,
como el lirio, como la amapola, como la orquídea blanca;
las flores nacidas anoche han desaparecido
y sólo cuelgan con olores tristes de los gajos.
No mires más a los arroyos que se llevaron las aguas,
las de ayer, las de hoy, las de ahora mismo,
y por la lejanía no dejes vagar tu mirada
acuciada por el dolor de los pájaros presos,
por el dolor de quienes dejaron partir a la amada,
por el dolor de quien no puede marchar más nunca a su país.
Hace poco tiempo han pasado ante tus ojos
sobre la tarde gris, por el cielo inhóspito,
ciertas aves migratorias llenas de tristeza.
EL VIAJERO
Me permito mirar atrás
tomar una copa y reír
en todo igual al cielo
y sus brindis de licor fino sobre mi cabeza.
Comienzo así la deliciosa fiesta
en que la feria
por mi corazón queda trasformada
pura, despojada de los malos sabores
y los asuntos del desprecio.
Entro así,
parecido al ganador de las mañanas
o al pájaro que roba la última estrella.
Esta es mi suerte
y así quedan mis dados,
mis cartas entre los paños amos del azar.
Una mujer alumbra este rostro
desde muy lejos.
Hecho por su amor,
a ella debo el fulgor de mi boca
y el baño que en mis labios se brinda
cuando la belleza me posee.
Luzcan en mi elogio muy altos sus senos,
conviértanse en el lirio inmortal.
Amigos, desertores del salto,
huidos de las mieles del juego.
¿En qué parte, diseminados
siembran los años de compañía
y lloran, por nostalgia,
las pequeñas glorias pasadas?
A cada día
el cielo se hace espeso
y andan lentas las naves.
Alarguemos este amor
y el único rocío de los besos.
Un brindis, un brindis para ti,
precioso amor ido,
o venidero
o de nunca jamás.
Y aunque muera esta rosa roja
y mi frente sea un día coronada por la rosa blanca
quedará en los aires un íntimo y purificado placer.
Por más que no me llamen los aires
estará el aroma vivo
y la alegría bordará la tierra.
Si no se conoce mi nombre
me llamo el viajero,
el que no alcanza a ser la flor trinitaria.
Pero hoy te poseo, sol,
no menos que las espumas
o los peces ocultos.
Tiempo hace que mi padre abandonara la ciudad,
pero mi presencia le da créditos.
Y, constantes,
las altas montañas derriban la luz,
y los caballos juegan sobre el oro
bajo el último sol.
Hermanos, qué lejos,
qué aire tan diferente respiramos hoy,
en tu boda.
¿No hubo lágrimas?
¿No se manchó el traje de alba
ni hubo lluvia mientras se dormía?
¿Pensará alguien en nosotros
ahora, frente a la llanura,
cuando acontece el descenso de ciertas aves?
Qué larga la tarde
y dada a la meditación.
Pronto, al árbol que miro cerca de la noche
aparecerán densas riberas
brillantes hacia el cielo.
Por todo esto que peso
y comparo al paso de los vientos
veo que debo ser algo triste.
Pero en un instante soplo la nostalgia
y arranco de mí la alegría
como a la más bella flor de mi cuerpo.
Y al paso de los astros,
las gentes muertas
y los hechos desaparecidos
brindo a los ocultos
los desconocidos pájaros del rodeo próximo,
diciéndome que no retornaré más nunca.
Y así comienzo mi aventura.
SALUDOS
Saludos, precioso pájaro.
Y no abandones el oro de las plumas
entre aquellas nubes
ni pierdas el canto en el dominio de los truenos.
No sea que pases del cielo
y quedes preso en los astros.
De viajes cuánto se ha perdido,
cuánta ola estrellada en el acantilado,
mientras tus alas
robaban fulgores al poderoso perro del cielo.
Y cuánto de lluvias,
de verano, de hierba roja
por la implacable estación.
O de gris, nieblas y continuado fantasma
frente al joven enamorado de barcos.
Los vecinos perdidos,
el llanto de amigos
que he visto secar en paños
por olvidos e irremediable paso.
Ni qué decir de la muchacha
cuyo pecho hasta ayer fuera tan liso
y que luego se ha visto
como exquisito racimo.
Saludos.
Pero, amigo de viajes,
¿cómo poder contar las pérdidas,
ventas que se han hecho,
nuevas adquisiciones?
si la modesta familia
vende las posesiones de provincia
y compra apartamentos confortables,
¿no hemos vendido al corazón
y una y otra vez
cambiado los pareceres de conciencia
para entender mejor las noticias a la semana?
Y mientras tú por el pasado año
te entregabas a los aromosos cielos del norte,
aquí las muertes y los nacimientos
cambiaban las cuerdas del buque
y hacían trastabillar al viejo.
Y mientras robabas a ese perro
los bellos fulgores,
el oro para majestad en tus alas,
los cambios de ciudad,
las venidas al amor,
los cantos de una ilusionada nube
que nos ahogara en deseos
pintaban nuevas y extrañas figuras
en la quilla del buque.
Y entretanto no había más
que el incesante brillo
y el incesante batir de esas alas
sobre espumas y ciudades,
sobre campiñas y lejanas praderas;
más allá de las torres establecidas por la caída de noches.
No había más que esos ojos absortos,
fijos hacia el norte o el sur,
la cola firme,
a manera de timón,
y el impulso
y la ruta que algún hilo indicaba.
Y el cielo, y los aromas
de flores muertas o recién abiertas
y los aires cambiantes.
Y nada más había para ti, amigo de viajes;
las idas, los regresos
encontraban esas pupilas
quietas, serenas, tendidas
en medio a las carreras que el cielo juega.
Saludos.
Apenas para ti hay tiempo de cantar
en el delicioso jardín
y sacudir en el estanque las alas
allí donde el viento no ha podido vencer.
UN GAVILÁN
Se paró el gavilán y se quedó pegado en las nubes
y ya no pudo dar más vueltas
y le dijeron:
Ya no podés hacer más hilo, ya no vas a poder tejer el cielo,
entonces todas las flores que estaban se pusieron tristes
y comenzaron a secarse
y entraron caminando en una cueva
y se veía una fila de gladiolas que iban rezando
y cuatro coronas de orquídeas y rosas
y así se estaba quieto el gavilán allá arriba
viendo que las montañas se habían puesto negras
y que los ríos parecían urnas;
cuando llegó un gran viento y dijo a resoplar
y estremecía los árboles como si fueran ropa colgada
y bajaron todas las estrellas y se pusieron a hablar
y salieron volando las nubes y dando vueltas
brincando por las colinas
y las praderas estaban muy contentas y les brillaban los dientes de risa.
Entonces se desató el gavilán y se sentó en una silla a beber
y se emborrachó y dijo a cantar
y nombró a todos los que habían venido para ayudarlo
y le parecían las alas como lunas
y los ojos que tenía era el sol que se le había metido en la cabeza
y a él se le llamaba el gran tejedor
porque anudó todo lo que había y puso en el cielo un barco
que va nadando, nadando
enseñando todos los sueños.
PAJARITO QUE VENÍS TAN CANSADO
Pajarito que venís tan cansado
y que te arrecostás en la piedra a beber
Decime. ¿No sos Polimnia?
Toda la tarde estuvo mirándome desde No sé dónde
Toda la tarde
Y ahora que te veo caigo en cuenta
Venís a consolarme
Vos que siempre estuviste para consolar
Te figurás ahora un pájaro
Ah pájaro esponjadito
Mansamente en la piedra y por la yerbita te acercás
— “Yo soy Polimnia”
Y con razón que una luz de resucitados ha caído aquí mismo
Polimnia riéndote
Polimnia echándome la bendición
—Corazón purísimo,
Pajarito que llegas del cielo
Figuración de un alma
Ya quisiera yo meterte aquí en el pecho
darte de comer
Meterte aquí en el pecho
Y que te quedaras allí
lo más del corazón.
MÁSCARAS
He aquí que existimos en el límite de la mentira
que nuestra vida es impalpable
que estas personas representadas pertenecen
a un dueño de otro orden.
Cumplimos cabalmente en escena
ante el gran público. Así recreamos bajo los astros
y acudimos a una cita en los vientos
saliendo al paso de nuestras fiestas.
Nuestro corazón está prestado a otros personajes,
murmuramos un sueño y nuestros labios no son responsables,
somos bellos o nobles según las circunstancias.
Nos asalta un delirio azaroso
y caemos en los escenarios bajo una voluntad extraña.
Y no tenemos vida,
pues andamos sobre ruedas en un país desconocido
cuyas flores nos interesan de manera frívola
y cuyas mujeres nos aman en alcobas de falsedad.
Producimos un fuego y su corazón azul
crepita con más fuerza que el nuestro
en tanto arden los leños a la manera de sangre.
Nos permitimos ser extraños. Falsos.
Llevar una emoción no sincera.
Mientras andamos, desterrados de nuestro cuerpo
en un interminable paseo.
EL SOL
Andaba el sol muy alto como un gallo
brillando, brillando
y caminando sobre nosotros.
Echaba sus plumas a un lado, mordía con sus espuelas al cielo.
Corrí y estuve con él
allá donde están las cabras, donde está la gran casa.
Yo estaba muy alto entre unas telas rojas
con el sol que hablaba conmigo
y nos estuvimos sobre un río
y con el sol tomé agua mientras andábamos
y veíamos campos y montañas y tierras sembradas
y flores
cantando y riéndonos.
Allí andaba el sol
entre aquellas casas, entre aquellos naranjos,
como una enorme gallina azul, como un gran patio de rosas;
caminando, caminando, saludaba a uno y a otro lado;
hasta que me dijo:
Mi amigo que has venido de tan abajo
vamos a beber
y cayó dulce del cielo, cayó leche hasta la boca del sol.