Ramón Cote Baraibar

Isla Negra

 

 

 

 

 

ÁLBUM

 

La muerte tiene una especial predilección

por los álbumes de fotos familiares.

Con sumo cuidado pasa cada una de sus páginas

y solo se detiene para señalar con su dedo

al elegido.

 

Ahora que lo sabes, considera muy seriamente

la posibilidad de que en este preciso momento

esté meditando acerca de cuál de todos aquellos

que sonríen a la cámara será su próxima

víctima.

 

 

 

 

LOS SOLITARIOS      

           

Parece que nuestras vidas sean un recuerdo
que alguna vez tuvimos en algún lugar
Charles Wright

 

Los solitarios caminan por sus apartamentos

hasta altas horas de la noche y sus ventanas

son las últimas en apagarse en toda la ciudad.

Allá en lo alto se preguntan por sus vidas,

repasan las infinitas posibilidades perdidas

de ser feliz, reconstruyen el rompecabezas de sus equivocaciones

y con el mayor sigilo y sin hacer el menor ruido

revisan los cajones, miran viejos álbumes de fotografías,

abren varios libros y leen renglones subrayados a lápiz

que ya nada les dicen, dedicatorias que no comprenden,

y hunden sus manos en lo profundo

de los bolsillos de las chaquetas buscando algo

que les dé razón de su extravío. Así suceden sus días

y sus noches comprobando con amargura

que la vida se les perdió de vista en algún lugar

y que hasta ahora nadie da cuenta de su paradero.

 

Después de su acostumbrada ronda de pesquisas

que no arrojará ningún resultado,

en la soledad de sus cuartos a oscuras

se preguntarán por la vida que alguna vez tuvieron

y seguirán mortificándose por la que quisieron tener.

 

 

 

 

LA HORA MÁS OSCURA

 

No hay en la noche hora más oscura

que esta en la que no se oye ni el parpadeo

de un ángel. Es la hora preferida por los suicidas,

cuando el tiempo se cubre la cara con las manos

y el vacío muestra en la sombra su enorme dentadura.

 

La muerte duerme con los ojos abiertos

y vigila cada uno de los pasos que a tientas

das en la sala, esperando que le hagas compañía

y seas uno de los suyos.

 

No hay en la noche hora más oscura

que esta.

 

 

 

  

LUTO

Muchacha lasciva y enlutada
Gonzalo Rojas

 

Por qué te atraviesas con tu negrura

destilando en tu luto un aroma

a sacrilegio, ahora que te diriges

a la velación de un pariente lejano

y te veo subir las escaleras de la iglesia

intentando por todos los medios disimular

tu hermosura entre todos los presentes

con unas gafas negras y un abrigo hasta los tobillos,

para no desviar la atención del recién

desaparecido.

 

La belleza siempre crea una confusión entre los mortales

y es capaz por un instante de alterar el eje de la tierra,

de desviar la dirección de las aves migratorias,

por eso no me extrañaría que alguien,

al final de la ceremonia, cayera en la tentación

de ofrecerte un clavel blanco

que acabara de robar de una de las coronas funerarias.

 

 

 

 

CAJAS DE CARTÓN        

El ensayo de una despedida
Francisco Brines

 

En esas cajas de cartón que ves ahora

está reunido parte de tu pasado.

Tardaste varios años en abrirlas

y al hacerlo apareció ese que fuiste

alguna vez, intacto y un tanto borroso

como una oxidada moneda de metal.

 

En medio de fotografías y cartas,

postales y apuntes ya amarillentos

de las clases de la universidad,

tienes la sensación de ser al mismo tiempo

el difunto y quien lo vela, el juez

y la víctima, el muerto y el asesino

que pasados los años vuelve al lugar del crimen.

 

Allí está tu ayer. Al poner las cajas una detrás

de otra y cubrirlas con un plástico, te asombra

su parecido con un ataúd y de repente compruebas

en medio del silencio de la noche y con unas tijeras

en la mano, que estás asistiendo a una función privada

de tu futura despedida.

 

 

 

 

LA PESTE EN EL AÑO BISIESTO

 

Una música a todo volumen se escucha

detrás de la puerta.

 

Sólo se ve un rayo de luz que se escapa

debajo de la puerta.

 

No se oyen pasos ni nadie repite las canciones

que retumban en la puerta.

 

Ninguno de los habitantes del edificio ha podido dormir por el ruido

que sale de la puerta.

 

Al día siguiente los vecinos tocan el timbre

y golpean varias veces la puerta.

 

Algunos de ellos señalan los periódicos sin recoger

delante de la puerta.

 

Todo parece indicar que la muerte se oculta

al otro lado de la puerta.

 

 

 

 

ISLA NEGRA

 

Esta ola solitaria y única

ha venido desde el centro del mundo

a reventar antes de enfrentarse a las piedras

no como una derrota, de rodillas y en cansancio

sino como proclamando su valentía,

su vasta navegación, haciendo una reverencia azul

delante de mis ojos, al final de su viaje, en la arena.

 

Esta es la ola concedida, la ola

que trae consigo la noticia intacta

del océano, la ola que me señala

aquí en Isla Negra, cuando juntos

coincidimos, cuando ambos

llegamos a tiempo para cumplir

nuestra cita de años y postergaciones.

 

Aquí estamos los dos, tú al borde del mar

y yo al borde de la tierra,

tú rompiendo en espuma y yo

levantando mi mano para saludarte,

para decirnos el uno al otro

de sal a hueso, de mar a carne

que la espera ha sido larga pero ha valido la pena,

reconociéndonos como dos desconocidos

destinados al encuentro, felices

por dejar de ser fantasmas, a pleno sol,

celebrando este momento que el tiempo

nos tenía deparado, en esta cita

aquí en este año bisiesto, aquí en el Pacífico,

aquí en tu casa de Isla Negra.

 

 

 

 

NADIE HA MUERTO EN UNA CANCHA DE TENIS

 

Después de pasar por un laberinto rodeado

por unos pinos espesos, perfectamente

podados, contenidos por una fuerte malla de metal,

se llegaba a las canchas de tenis, donde el color del polvo

de ladrillo contrastaba con el verde circundante.

 

El olor de las pelotas amarillas recién sacadas de sus tarros,

con su suave pelusa de frailejón, las camisetas blancas y las faldas

plisadas de las jugadoras, completaban la sensación

de estar en un lugar suspendido en el tiempo.

 

Todo esto lo he recordado al oler una hoja de pino

puntiaguda y pegajosa que deshice entre mis dedos y me vi allí

nuevamente a mis seis años, en una mañana completamente azul,

en medio de esas líneas de cal que trazaban

una nítida frontera dispuesta a impedir la presencia

de otra cosa que no fuera la eternidad.

 

Resuena en mi memoria el eco

de las pelotas rebotando en las raquetas en un partido

interminable que nunca jugué, donde sigo siendo

ese espectador solitario que mueve la cabeza

de un lado para otro en la gradería soleada.

 

Camino por las calles frotando entre los dedos esos ásperos

pinos y en el aire trazo en semicírculo un imaginario

aviso de advertencia en las canchas de tenis donde se lee:

“Prohibida la entrada a la muerte”.

 

 

 

 

VANITY FAIR 

Para Juan y Constanza

 

Qué haces esta noche apoyado en la baranda de una terraza

mirando a lo lejos las luces de los barcos, descifrando

 

las palabras que murmuran las palmeras en el viento,

esforzándote por diferenciar, sin saber muy bien por qué,

 

el sonido que hacen las olas en la orilla oscura,

entre las que llegan y las que mansamente se retiran,

 

mientras fumas un cigarrillo solitario a las dos de la mañana

con un gesto ausente, como si fueras la foto fallida

 

de un director de cine injustamente olvidado

que nunca salió en la portada de una Vanity Fair.

 

Quizás pienses en lo que te espera cuando terminen

las vacaciones y tengas que enfrentarte a todos los fantasmas

 

que allá te aguardan, que allá con sus cuchillos afilados

te quieren dar la más cordial de las bienvenidas.

 

Por eso aprovechas esas últimas horas que te quedan

para disfrutar con tu camisa a cuadros y con el viento en la cara,

 

allá en las alturas donde te sientes intocable,

esa mínima pero inmensa libertad de estar ausente.

 

Qué haces a esta hora de la noche

mirando el mar, con cierto ademán suicida en la terraza

 

deteniéndote en todo lo que sucede en el hotel,

como si filmaras una película que inicia la primera toma

 

con un lento barrido que va desde los quioscos de la playa

hasta enfocar las luces apagadas de las habitaciones,

 

pasando por las palmeras que agitan sus manos

abiertas en el aire como suplicándote

 

que te vayas a dormir de una vez por todas,

antes de que sea demasiado tarde.

 

Qué haces qué pides qué respuestas buscas desde el piso catorce

mientras la brisa borra la huella de tu cigarrillo como la estela de las olas,

 

ahora que sabes lo fácil que es desaparecer para siempre

y llevarte a la tumba los secretos de tu obra maestra,

 

ahora que sabes que nunca aparecerás en una portada

de una Vanity Fair.

 

 

 

 

-Poemas de LIBRO DE AVERÍAS. Valparaíso Ediciones. Granada, 2021.

 

 

Ramón Cote Baraibar (Cúcuta, Colombia, 1963). Historiador del arte de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros de poesía Poemas ... LEER MÁS DEL AUTOR