

Presentamos un texto clave del gran poeta austriaco en la versión al español de Jaime Ferreiro Alemparte.
Rainer María Rilke
LA TRILOGÍA ESPAÑOLA
I
De esta nube, mira: la que a la estrella
así impetuosamente oculta, que estrella ahora fue (y de mí);
de esta serranía, al fondo, que, noche ahora,
vientos nocturnos tiene por un tiempo (y de mí);
de este río en lecho profundo, que el destello
de un claro de cielo desgarrado aprisiona (y de mí);
de mí y de todo esto hacer una sola
cosa, Señor: de mí y del sentimiento
con que el rebaño, encerrado en el aprisco,
acepta, en la espiración de su aliento, el grande y oscuro
no-ser-más del mundo; de mí y de aquella luz brillando
en medio de la oscuridad de muchos hogares, Señor:
hacer una cosa de lo que me es extraño, pues
a nadie conozco, Señor, y de mí, y de mí
hacer una cosa; de los que duermen,
de los desconocidos ancianos en el hospicio,
que con importancia tosen en las camas,
de los niños semidormidos en un pecho tan extraño,
de tantas cosas imprecisas y siempre de mí,
de nada más que de mí y de lo que no conozco,
hacer la cosa. Señor, Señor, Señor, la cosa
que, cósmico-terrenal como un meteoro,
reúne a escape en su gravitación tan sólo
la suma: no sopesando sino la llegada
II
¿Por qué uno ha de andar de este modo por la vida
tomando sobre si cosas tan extrañas, como quizá el cargador
que levanta de puesto en puesto el cesto ajeno
de la compra, cada vez más lleno, y agobiado camina
detrás, y no puede decir: Señor, para qué el festín?
¿Por qué uno ha de estar aquí como el pastor,
tan expuesto a la desmesura del influjo cósmico,
participando tanto de este espacio lleno de suceso,
como si su destino estuviera apoyado a un árbol
del paisaje, sin hacer más?
Y sin embargo, en su exorbitante mirada
no tiene el silencioso alivio del rebaño. No tiene
sino mundo. Tiene mundo cada vez que levanta la vista,
mundo en cada inclinación. Lo que para otros resulta
placentero, de pasada se cambia para él, e inhospitalariamente
como música y a ciegas le penetra en la sangre.
Entonces se yergue en la noche y la llamada
del pájaro, afuera, la tiene ya en su existencia,
y se siente osado, ´porque recoge en su mirada
todas las estrellas, grave. Ay, no como el que
prepara esa noche para la amada
y la mima con la intimidad de los sentidos cielos.
III
Y no obstante, ojalá que cuando solitario me halle de nuevo
en medio de la aglomeración de las ciudades y de la enmarañada
madeja de ruidos, en medio del laberinto de vehículos,
ojalá que, por encima del espeso bullicio ciudadano,
vuelva a mí el recuerdo del cielo y el térreo borde de la montaña
que desde la lejanía pisa el rebaño camino de la majada.
Pétreo esté mi ánimo
y que la obra cotidiana del pastor sea hacedera para mí.
Qué gallardo va curtido por el sol, y cómo ribetea con piedras
bien medidas el rebaño allí donde se desfleca.
Lento el paso, no leve, con su cuerpo pensativo,
pero magnífico cuando se para, aún le sería dado
a un dios revestirse en secreto de su figura, y no por eso sería menos.
Alternativamente avanza y se detiene, igual que el día mismo,
y las sombras de las nubes
le atraviesan como si morosamente el espacio
pensase pensamientos por él.
¡Sea lo que fuere para vosotros! Como la luz que de noche
oscila detrás de la pantalla, así me sitúo yo en su interior.
Un destello de luz se sosiega. La muerte
encontraría su camino más puro.