Silvia era una runcha
-Fragmento de: Loma ardiente y vestida de sol
Premiada en el Concurso Ricardo Miró de 1973, sección novela.
Jurado: Mario Benedetti, Diógenes de la Rosa y Rogelio Sinán.
Silvia era una runcha
Es difícil definir a una persona con setenta palabras o con una
imagen, cuando hay palabras que no sólo se definen a sí mismas
sino que son susceptibles de dar un concepto adecuado de toda
una gama de cosas. En este aspecto, el lenguaje de la Loma,
como el de todo el país, es meramente conceptista. No basta
con saberse la definición para imaginarse a una runcha, pongo
por caso. Es necesario utilizarla sólo en determinados momen-
tos, cuando la palabra equivale exactamente a lo que se quiere
indicar. No es lo mismo, por ejemplo, una zorra, una ramera y
una surrupia, porque aunque las tres palabras indican un tipo
especial de oficio, hay graduaciones entre ellas que les impo-
nen límites precisos. Y así sucede con la mayoría de las pala-
bras que, a la larga, se convierten en modismos: no es lo mismo
decir carrazo que carrón, porque si bien uno indica abundancia
de lujo, el otro indica abundancia de tamaño pero carencia casi
absoluta de lujo, y tampoco se pueden equipar palabras como
vulva y chucha, porque si bien la primera indica una parte preci-
sa de la anatomía femenina, la segunda indica un complejo de
órganos que superan a la vulva en límites y función. Así, el de-
cir que Silvia era una runcha significa ni más ni menos que Silvia
era una runcha y no podía ser otra cosa. Sólo se puede definir a
Silvia diciendo que era una runcha, pues esta palabra no es como
la palabra vaina.
La palabra vaina es un comodín, por no decir un diccionario.
Es la palabra que puede sustituir a todas las demás del vocabula-
rio sin que por ello el que la mencione quede mal ante quienes lo
escuchan: ¡vea la vaina! ¡qué vaina! tráeme la vaina aquella, eres
una mala vaina, tal cosa es una vaina muy fea, la vaina es una vaina
que no tiene definición porque es una vaina ponerse a definirla,
esta vaina es una vaina, deja la vaina en su sitio, siempre me pare-
ció que esa tipa tenía una vaina rara, le pegó con la vaina ésa y le
calló la boca, vamos a ver qué vaina se le ocurre ahora, ¿qué vai-
na?, eso fue como el vainazo que soltó el otro día, ¡qué vaina más
pendeja, creí que la vaina no se acababa. Pero el diagnóstico dife-
rencial se logra precisamente porque la vaina tiene capacidad fun-
cional y potencial para colocarse en medio de una frase cuando
no se sabe qué palabra emplear, y la palabra runcha sólo define un
estado de desaliño tal que sería menester una película para defi-
nirla, porque una imagen sería insuficiente. Es como definir a
una rambulera, que es un concepto que se graba en el inconscien-
te sin que nadie, pensándolo, llegue a describir a una en su estric-
to sentido. Decir que Silvia era una runcha es decir que Silvia
valía sebo, algo más o menos. Silvia era taquillera en un cine.
Silvia era vecina de Mista Smith, que no tenía más que un apelli-
do porque no tenía mamá y se creía el cerro takarcuna. Silvia,
pese a todo lo que intentaba, no dejaba de ser una runcha. Iba a
trabajar en chancletas y con el pelo de estopa hecho un etcétera.
Silvia no usaba sostén y los pechos le caían por debajo del ombli-
go, aplastados como corbatas. Cuando usaba pantalones, los lle-
vaba tan ajustados, que se le notaba la digestión desde la acera de
enfrente. Y se llenaba la cara de colorete y de cremas hidratantes,
deshidratantes, noxema y hasta, si se quiere, calamina. Silvia era
una runcha. Otra cosa no podía ser cuando se notaba su presencia
antes de que llegara por la estela de olor a ajo mezclado con be-
rrinche o cualquier cosa parecida a ese coctel aromático. Ni ha-
ciéndolo adrede nadie sería tan runcho como Silvia. Nadie sería
capaz de llevar un traje tan arrugado que parezca una ciruela-pasa,
ni de pintarse las uñas de morado para lucir con un vestido blanco
adornado con dos flores verdes en la cintura. Silvia era una runcha
de campeonato, tan runcha que espantaba a los saínos y atraía
sobre sí toda suerte de moscas, tábanos y demás gente simpática.
Pero Silvia era buena gente, y siempre tenía el corazón abierto
para ayudar a los demás. De no ser así, quedaría totalmente aisla-
da en un mundo donde la incomunicación es un problema que no
existe porque nadie puede dejar de comunicarse, como Susanita,
el personaje de Quino. Ser un Lobo Estepario en la Loma es como
ser negro y aspirar a la presidencia del Klu-klux-Klan. Y si por
ser runcha Silvia se iba a condenar voluntariamente al ostracis-
mo, entonces el Apocalipsis sería un juego de niños. Por eso
cuando Mista Smith se volvió loco su mujer buscó primero que
nadie a Silvia y por eso Arnoldo vino en su busca cuando encon-
tró a la merola con Josesito un día de Corpus Christi que él salió
a beber con un compadre suyo y dos amigos de la infancia.
Pero, con todo y su corazón de oro, Silvia siguió siendo una
runcha.