Rafael Courtoisie. La cuchara y Una copa de vino

Continuamos esta nueva sección de Textos claves con dos notables poemas del renombrado autor uruguayo.

 

 

 

LA CUCHARA

La cuchara es la fruta más extraña del mundo. No se come. Sin embargo se lleva a la boca, tiene cáscara y es como la ilusión, dura y violenta.

La cuchara se mete en la sopa y la asusta. Se mete en el arroz y lo hiere, se mete en la harina y la muerde.

Sin embargo, no tiene dientes.

La cuchara no expresa sus sentimientos, es como el corazón de Dios, que está dormido y alegre, que no se mueve, que es duro pero se puede tocar, que no siente.

La cuchara no siente. El frío y el calor no la molestan.

Es necesaria sí, para la vida del hombre, pero también es rara.

Tanto, que no tiene temor de las estrellas, ni de las moscas, ni del tiempo eterno.

La cuchara vive sin saberlo, entre los otros cubiertos, al lado de los cuchillos filosos y de los tenedores ciegos, al lado de las tazas frías y junto a las papas violentas. Las cucharas se burlan del aceite.

Las cucharas son mujeres sin cuerpo, mujeres sin sentido, mujeres sin tiempo. Herramientas poderosas de un sutil recuerdo, de una mirada fugaz, de la voz de los muertos.

Las cucharas llevan la voz de los muertos en el té, en el caldo. Las cucharas recuerdan. Y no tienen miedo.

Si ves una cuchara, sigue de largo. Piensa en la luna que vive feliz y blanca sin cucharas que la molesten.

Una cuchara es como el metal del silencio,  dura y terrible, sin dueño.

***

UNA COPA DE VINO

El vino es una flor de un sólo pétalo de vidrio.

Entre los tantos seres que pueblan el mundo debido a su leve violencia, el vino es el de más firme delicadeza.

En el oscuro y claro reino de los líquidos, cuya soberanía comprende desde los almíbares hasta los venenos, el vino ocupa un lugar de misterio. La fuerza y somnolencia de las propiedades que lo definen hacen que se parezca a la sangre humana.

Está vivo, sí, pero es lento.

Le cuesta un poco fluir. Es hosco, vago y espeso. Avanza paso a paso entre las  nubes de piedra que van desde los labios al borde del vaso, y del vaso al filo de las estrellas.

Va sin pensar, dentro de sí, en medio del sentido líquido de su cuerpo, como si le pesara la flojedad del sueño. Por lo común  es rojo, de tono rubí, sereno, o francamente tinto.

A veces aguachento, como con gotas de agua lustral venidas de lejos.

En ocasiones, debido a la opalina propia de la cáscara de la cepa, al fermentar transparenta, dando la idea y la palidez de una leucemia.

En el extendido reino de los líquidos se hallan junto a él el sudor, la saliva y el semen. También el agua de mar, las lágrimas de llanto y las de la menstruación, los humores segregados por los racimos del páncreas y los propios del hígado en su seno.

Pero el vino es el que más sobresale, el que más canta.

La pureza de su sonido y la razón proveniente de la oscuridad hacen su fuerza más verdadera.

Pero más obstinado y persistente aún que el vino es su silencio, el rastro de humedad que deja en las copas al abandonarlas, al ser bebido.

Al colmar una copa se alcanza la verdad, y al vaciarla se llena de violencia.

Entonces en el espacio queda una pregunta.

Y fuera del espacio el vino sin respuesta.