

Presentamos algunos textos del renombrado autor uruguayo pertenecientes a su libro Diario de un clavo.
Rafael Courtoisie
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El carpintero me sostuvo entre el índice y el pulgar
de su mano izquierda y con la derecha empuñó
el martillo, como si fuera un juez en una corte
dio uno, dos, tres golpes y cayó muerto, fulminado
por un rayo que le partió el corazón, un infarto
al miocardio.
Quedé con la punta, con mi único pie enterrado
en un río inmóvil de madera de la veta.
Las tres cuartas partes de mi cuerpo fuera
mi único pie apenas hundido, lo suficiente
como para permanecer aquí unos veinte años
a oscuras. El carpintero está muerto y enterrado
sus hijos vendieron los martillos, las garlopas, el viento
lunar que llevaba el aserrín, las arañitas
pacieron en el huerto mudo del taller, también
murieron y dejaron telas de seda entre la perpendicular
de mi cuerpo y el mundo, hilos blancos de luto
donde se mueren las moscas que vienen a lamerme
el cuerpo vertical, desnudo, sin recuerdos.
Soy simplemente un clavo usado, inútil, cuando se pudra
la madera que me sostiene me acostaré a dormir.
Mientras, como no tengo ojos, sueño de pie
duro, con vos.
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FRUTAS
Un animal de hierro tiene sueños de carne tibia, sueños
de piel suavísima, sueños de terciopelo de durazno, la “z”
de la palabra durazno es un relámpago de la escritura
un signo del cielo entre las líneas de un poema:
¿qué tiene que ver la carne jugosa
de un durazno con la sombra bruna
de un clavo?
Ambos son frutas de la mirada
del lenguaje sobre esta página.
Ambos se llevan a la boca
el tapicero se llena los labios
de tachuelas para hacer lo suyo
y el durazno oculta en el vientre
una íntima dureza parecida
al clavo.
Ambos se llevan a la boca
ambos son en los labios
voces diversas, besos
osados.
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RUBÉN DARÍO
Un clavo es una tautología: es un clavo.
Lombriz de acero, perfecta, con punta
rígida, lisa, sin ojos, vertical
sin estómago.
Un solo pie en punta, para hundirse, cabeza plana
para ser golpeada y golpeada y golpeada, una testa
sin poesía: Rubén Darío flaco, lineal, unimembre
beodo, sin curvas, puro hierro y algo de carbono
para formar la aleación de acero, puro metal
ebrio, duro en la existencia. Un clavo
simbolista, parnasiano, modernista.
La princesa está triste ¿qué tendrá la princesa?
Le hace falta un clavo.
Y en un vaso olvidada se desmaya una flor.
15
DISCURSO DEL MÉTODO
No tengo nombre, sin siquiera
artículo determinado, apenas
soy “un” clavo, uno posible
entre miles de cuerpos
en Auschwitz, Dachau
Treblinka
despojos de vida que no fue
apenas pedazos de dureza
débil, desprendidos
del universo, una dureza
pobre, humilde, no la dureza
del diamante, ni la del dictador
no la dureza del mandamás, no
la dureza de la retórica
lacaniana, abstracta
del “padre”, del “nombre del padre”,
no la dureza de la palabra “piedra”
ni la que se exhibe obvia
en el nombre “Pedro” :
“tú eres piedra
y sobre ti edificaré mi iglesia”.
Ninguna iglesia se erige sobre un clavo.
A lo sumo, algún obispo, algún patriarca
se siente sobre uno, como al descuido
pero no hay teología en un simple clavo
ni misterio, ni Santísima Trinidad, ni arco
de las alianzas, ni pacto, ni diez
mandamientos, ni vacío zen
ni misterio, ni signo
sacramental
apenas algo de utilidad, un artificio simple
práctico, sin más misterio que su columna
despojada y la fuerza, la energía que transmite
de un extremo a otro y que fija dos partes
separadas, en un lugar, en un solo
pensamiento simple:
imagina un clavo
y te verás a ti mismo,
desnudo, el último
día de tu vida
frente a la nada, lleno
de miedo.
No eres Luis
no te llamas Rafael
Courtoisie, ni María
Luz, ni Azucena
Cádiz, ni Georges
Lairec, ni Alberto
Moravia.
No tienes apellido, ni otro
sexo que el propio
del clavo.
No eres “el” clavo.
Eres “un” clavo.
En la gramática, apenas
un artículo indefinido.
Uno más del montón
en el estante, en la barraca
en fila esperando turno
para morir de una vez.