Una isla
Vengo de un reino extraño…
vengo de una isla iluminada,
vengo de los ojos de una mujer.
Desciendo por el día, pesadamente.
Música perdida me acompaña.
Una pupila
cargadora de frutos
abandonados
se adentra
en lo que ve.
Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera con el vacío
ha caído hoy.
Música entregada en el desastre.
Mis manos han sentido crecimientos puros.
El amor ya no avanza ahogándose en preguntas.
Claridad sin quimera se insinúa, lenta.
Muelle de enormes llamas.
Navíos que viajan al sol,
música de tambores,
sales desencajadas,
piélago de niños desnudos,
marineros que descargan plátanos.
Ciudad de corazón de árbol, de humedades temblorosas,
de juncos que danzan.
La luz golpea mendigos,
divide al mundo en dos memorias.
Mi frente se hunde en la cesta del mediodía.
Un espejo copia el deseo que se remonta al acosado
firmamento.
Soy latido, sonrisa, adoración.
Piélago como fruta que acerco a mi boca.
Isla respiración, el que desheredaste para que se sostuviera con su memoria, te ama.
En ti vivió, creció como un beso, enflaqueció frente a la luna, fue conquistado.
Ahora hace ofrendas a cielo abierto, se ahoga sin clave, se sostiene en su naufragio.
Desde entonces es un habitante.
Con sonidos de selva la bailarina danza en la noche sucia.
Carbón vegetal.
El hálito verde de su cuerpo que gira en un pozo azul salpica las mesas.
Su risa en la densa luz rasga ojos inseguros.
A la puerta alguien vela.
Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle,
vas llena de besos que no has dado.
Del amor ignoras la escritura prodigiosa.
Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo
mar que en tus venas danza.
Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro
de mi arena.
Luminosas bienvenidas de la tierra.
Cielo plateado, subyugadas colinas, plantaciones de coco,
tren de nubes, olor de viandas.
Alfombra mágica de los labios.
Regia marcha. El camino está lleno
de palmeras grises.
Vamos hacia San Fernando.
Recorreremos la ciudad de madera y su sortilegio de vívida
noche nos encantará.
Tú y yo solos e inmensos levantando nuestra rosa a las
frías tinieblas
arqueadas sobre un cigarrillo.
Las tinieblas dulces.
Despedida
Nuestras inscripciones fueron barridas,
nuestros lugares devorados por la arena,
nuestras fiestas convertidas en fogatas que avientan
su ilusorio mediodía.
Contemplamos la devastación.
Todas las creaciones de nuestros ojos
se hunden.
Respiramos
separación. El cisma
es nuestro
refugio.
No hay luz que nos enlace
pero una vez
corrió el licor abandonado,
desconocidas fuerzas de unión
manaron para marcar a fuego
toda la vida.
Ahora
quiero sentir sobre mí la alianza
que anonadó nuestros rostros.
Devuélveme el fulgor
y los ojos que le pertenecen.
El vino se ha eclipsado.
Los días de los amantes también pasan.
Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.
Costa que se aleja,
puedes
darme el poder
de vivir en otra parte.
Ausencia
Te he buscado, ala de mar, infantil.
Las aguas arrasaron la verde claridad.
Se llevaron la casa que fundé entre indigencias.
Doy vueltas en una ciudad, sin objeto, como devolviéndome.
Perdidas dinastías de los ojos, por entre duras calles
transcurro.
Déjame el camino franco hacia el valle, reino de la frente ofrecida.
Mi voz se pierde entre estos veleros que saben ser sordos,
entre cajas de manzanas, en la piel de los pilotos.
Esplendor que te confundes con mi infancia, renunciaré
a los fulgores bebidos.
Sé acariciar el día desde un oscuro jardín.
No supe si mi cuerpo acompañaba mi frente.
¿Quién creerá a mi habla seca, el fuego que conocieron
mis rodillas, lo que mis manos tocaron?
Mi palabra siempre nacerá donde la arena comienza.
Yo estaré en la ciudad, sin validez, frente a las puertas
humilladas.
Volveré a tu silencio, ciego litoral.
Pero no esperes mis ojos.
¿Quién celebra la llegada del nuevo día, el advenimiento
de la niebla, el término de la levedad?
Otra temporada se inicia y mi esclavitud a los dioses
transparentes ha terminado.