Rafael Alberti

Retornos del amor en la noche triste

 

 

 

 

Engaño

Alguien detrás, a tu espalda
tapándote los ojos con palabras.

Detrás de ti, sin cuerpo,
sin alma.
Ahumada voz de sueño
cortado.
Ahumada voz
cortada.

Con palabras, vidrios falsos.

Ciega, por un túnel de oro,
de espejos malos,
con la muerte
darás en un subterráneo.

Y alguien detrás, a tu espalda,
siempre.

 

 

 

Los ángeles colegiales

Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras
ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos.
Sólo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda
y que un eclipse de luna equivoca a las flores
y adelanta el reloj de los pájaros.

Ninguno comprendíamos nada :
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran las aritmética.

 

 

 

Retornos del amor en medio del mar

Esplendor mío, amor,
inicial de mi vida,
quiero decirte, toda tú belleza,
aquí, en medio del mar, cuando voy en tu busca,
cuando tan solo puedo compararte
con la hermosura tibia de las olas.

Es tu cabeza un manantial de oro,
una lluvia de espuma dorada que me enciende
y me lleva a navegar al fondo de la noche.

Es tu frente la aurora con dos arcos
por las que pasan dulces esos soles,
con que sueñan al alba los navíos.

¿Qué decir de tu boca y tus orejas,
de tu cuello y tu hombros si el mar esconde conchas,
corales y jardines sumergidos, que quisieran al soplo
de las olas del sur ser como ellos?

Son tus costados como dos bahías en reposo, donde al
son de tus brazos sólo cantan, el silencio de amor que las rodea.

Triste es hablar, cuando se está distante,
de los golfos de sombra, de las islas
que llaman al marino que los siente
pasar, sin verlos, fuera de su vista.

Amor mío, tus piernas son dos playas,
dos médanos tejidos que se eleven con un rumor de juncos si no duermen
dame tus pies pequeños para andarte,
voy por el mar, voy sobre ti, mi vida,
para sentir todas tus riberas,

tú belleza, más bella que las olas
aquellas que en momentos se me parecen a tus
bellos ojos verdes…

 

  

 

Retornos del amor en la noche triste

Ven, amor mío, ven, en esta noche
sola y triste de Italia. Son tus hombros
fuertes y bellos los que necesito.
Son tus preciosos brazos, la largura
maciza de tus muslos y ese arranque
de pierna, esa compacta
línea que te rodea y te suspende,
dichoso mar, abierta playa mía.
¿Cómo decirte, amor, en esta noche
solitaria de Génova, escuchando
el corazón azul del oleaje,
que eres tú la que vienes por la espuma?
Bésame, amor, en esta noche triste.
Te diré las palabras que mis labios,
de tanto amor, mi amor, no se atrevieron.
Amor mío, amor mío, es tu cabeza
de oro tendido junto a mí, su ardiente
bosque largo de otoño quien me escucha.
“Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.
¿De quién más, de quién más si solamente
puedo ser yo quien cante a tus oídos:
vida, vida, mi vida, vida mía?
¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera
sin ese fuerte y dulce muro blando
que me da luz cuando me da la sombra,
sueño, cuando se escapa de mis ojos.
Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,
oscuras, braceando en las tinieblas,
sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos
golpes de sal, sin ti, contra mi boca!
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.
¿Me escuchas? ¿No me sientes
llegar como una lágrima llamándote,
por encima del mar, en esta noche?

 

 

 

Castigos

Es cuando golfos y bahías de sangre,
coagulados de astros difuntos y vengativos,
inundan los sueños.

Cuando golfos y bahías de sangre
atropellan la navegación de los lechos
y a la diestra del mundo muere olvidado un ángel.

Cuando saben a azufre los vientos
y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre.
Oídme.

Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel la luz traía la muerte.

Oídme aún.

Quieren huir los que duermen.
Pero esas tumbas del mar no son fijas,
esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con rostros desfigurados.

Oid aún. Más todavía.

Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen siglos y dioses futuros.

Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas derruidas,
en las órbitas secas de los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.

Más, más todavía. Oídme.

Se ve que los cuerpos no están en donde estaban,
que la luna se enfría de ser mirada
y que el llanto de un niño deforma las constelaciones.

Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre.

Oídme, oídme por último.

Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan,
a los derrumbes de la muerte sobre el esqueleto de la nada.

 

Rafael Alberti (España, 1902 – 1999). Es uno de los autores más representativos de la generación del 27 junto a Federico García Lorca y Vicente Aleix ... LEER MÁS DEL AUTOR