Pura López Colomé

Vapor, humo, vapor humano

 

 

 

 

Vapor, humo, vapor humano

 

No sé si sabré. No sé si llegará el día

de interpretar la transparencia.

Cuándo (o si) atravesé la puerta falsa,

al escuchar o leer por primera vez

eso que por y en la boca fue

al pensar, al recordar,

al saber de memoria;

la carne una, la sangre otra

que circula invisible

en vocablo cristalino,

replicándose, repitiéndose:

se desprende júbilo,

se desploma tormento.

 

 

1. Capítulo ubicuo, de juncos y cañas

 

En los orígenes, se deslizó

íntegra la historia

por la lengua y la garganta

hasta quedar pintada

en misivas anónimas

halladas luego sin querer:

 

en o entre páginas delgadas,

papel calca (que revela el Verbo),

papel de arroz (ni cerca ni lejos),

papel Biblia,

nombres y hombres

fuera de quicio

unidos y flotando

 

por mares rojos (montañas inversas de rubí)

que al tacto se abren

de par en par (como las tapas de aquel libro)

para que un pueblo entero llegue a la otra orilla.

Sin olvidar a nadie, sin dejar a nadie atrás.

Mundo de arte mayor de un autor imaginario.

A sus espaldas, el oleaje va en aumento

mientras murmuran las espumas:

no hay nada que temer, no hay nada.

Y revienta, gritando frases marinas.

 

 

2. Versículo siniestro, redes de algas

 

En la curva de la empuñadura,

una famélica cabeza de serpiente.

El guía posa la palma encima,

las sinuosas líneas de la vida;

se distingue al conocerlas,

al mirarlas se descubre

en un mar negro,

artículo de muerte,

Mare Nostrum.

 

 

3. No te vayas

 

Soñé contigo, conmigo.

Nos revolcábamos en un césped

de agua, profundamente felices.

Mirando sin pupila, sin tímpano escuchando.

Nada podía prendernos fuego porque

todo venía en llamas

a punto

de arder de amor

bajo las olas.

Se disparaban los matices.

Turquesa, verde esmeralda,

oro naranja y plata derretida.

En las puntas de los nervios

un infierno febril y duradero.

 

 

4. Enclaustrados en el mundo

 

Y en aquella solitaria habitación,

frente al espejo, todo lo que has dicho,

lo que te ha hecho ser quien eres

en tan grandiosa, única ocasión

de brillo personal y colectivo,

chispa,

aquella con que quemaste mariposas

al captar el rayo del sol con una lupa.

De golpe recordaste los colores del diseño,

la belleza consumiéndose despacio,

su ígneo ser danzando por los aires.

Sin ilusión de cambios, sin fe, sin fénix.

 

Muerto mar, que en vapor humano se disuelve

id est,

esto es, idéntico a

ser para no ser.

 

No solamente recibí explicaciones: con lujo de detalles se me

mostró la entraña etimológica, las partículas, las vísceras de

la palabra justa, amén de sus contiguos grabados, para que

no cupieran sombras ni dudas: Moisés, transmitiéndole a “la

gente” el mensaje: al llegar a buen puerto, hay que quemar la

ofrenda; Abraham, más adelante, obedeciendo la consigna,

colocándola sobre el tabernáculo, frotando luego las dos

piedras y… Entraban en escena toda suerte de víctimas

propiciatorias, de mirada tierna, seres antes vivos

desangrados, su hermosa lana manchada, la oscura lengua de

fuera, listos para la transformación de la materia, para

volverse humo en ascenso… Ésa era la palabra, el holos

caustos: eso, quemarlo todo. Al salir y al ponerse el sol.

Diariamente. Hasta el final de los tiempos, es decir, hasta

nunca. Y mientras escuchaba semejante admonición, el

sueño se iba haciendo realidad.

 

Ser para No ser.

 

No ser para Ser.

 

El ánima sola, encadenada, en una imagen

voluptuosamente vulgar. El fuego la encarcela, mientras ella,

desnuda, lanza una plegaria, un ruego a las alturas. [Después

de habitar cielos mitológicos, mira cuán bajo has caído,

Alma, Mariposa, Psique, Psiquis. Tú, la Inmortal, Inmortal

mente amada.] Surge del inframundo tras la condena (su

pecado “mortal”, la hermosura); surge del infernal espanto

de un país moderno que, hundido en abyecto deterioro, se

cree lejos de la barbarie; donde los tesoros que guarda la

tierra “nutricia” son cadáveres sin acta de

nacimiento/defunción. Surge entre cuerpos inertes y

amontonados, descritos “objetivamente” como

“desaparecidos”. Algo de carne aún pegada al hueso,

esqueletos manchados (como la lana del cordero) que

parecen reír a mandíbula batiente. [Mira lo que son las

cosas, Fernando Pessoa; de qué manera estas cosas son el

sentido oculto de las cosas.]

 

No hubo un arder,

un reducirse a polvo calcáreo aquellos huesos,

el ser de plata, sedoso y volátil, de alas cenicientas…

 

ni un abandonar la condición de oruga, ser crisálida y

desplegar velos de papel calca, papel de arroz, papel Biblia,

que permitieran no deambular más.

 

Insecto en capullo, hombre en la tumba.

 

¿Cómo irrumpir desde ahí hacia una vida mejor? Cuando

comenzaron a sacarlos, nadie percibió el revoloteo de

animales dignos del “Monarca” apelativo; sólo agoreros

enjambres negros de polillas, del tipo llamado “Psíquide” por

los entomólogos.

 

Ningún lepidóptero perfecto saliendo intacto de la larva.

 

Palabra justa. Palabra clave, doliente, ensangrentada. Palabra

(capilla) ardiente. Palabra en holocausto. Sobre el altar del

(sacrificio) sinsentido. Llena de mí. Replicándose,

repitiéndose. Palabra a secas. Puerta falsa.

Pura López Colomé (México DF, 1952). Es poeta, ensayista y traductora. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.  Es aut ... LEER MÁS DEL AUTOR