Piedad Bonnett. Sin novedad en el frente

Presentamos tres textos claves de la celebrada autora colombiana.

 

 

 

Piedad Bonnett

 

 

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE

En esta misma hora
Cecilio estaría sangrando la vaca:
le diría “quieta” con su voz nocturna.
Y Antonio, en esta misma hora, escribiría
con su letra patoja, “recibido”.
¿Qué haría Luis? Quizá le ayudaría
a su hermano menor a hacer sumas y restas,
quizá se despidiera de su madre
pasándole la mano por el pelo.

(Cecilio, Antonio, Luis, nombres conjeturales
para rostros nacidos de otros rostros)

Cecilio es negro como el faldón con flores de su madre.
Antonio tiene acné y sufre los sábados
cuando va a un baile y ve a una muchacha hermosa.
Luis es largo y amable y virgen todavía.

En esta misma hora,
uno mira hacia el sur, donde su hermana
ha encendido una vela. Un gallinazo
picotea su frente. El otro
parece que estuviera cantando, tan abierta
tiene la boca a tan temprana hora. La misma
en que el tercero,
(largo y amable y virgen todavía)
parece que durmiera
con una flor de sangre sobre el sexo.
Sobre su pecho hay un escapulario.

Todo en el monte calla.
Ya alguien vendrá por ellos.

 

 

 

MOAB (UTAH)

Cada mañana,
cuando las gentes de Moab abren sus puertas,
ven la inmensa cadena de montañas de piedra
que ciñe su pequeña ciudad
como un rosado anillo prehistórico

y allá arriba
el cielo imperturbable,
recién nacido insecto luminoso
que ignora la belleza de sus alas.

Saben los habitantes de Moab
que detrás de las rocas,
más allá de sus vidas ajenas a todo sobresalto,
se extiende un universo de silencio,
dunas,
abismos, lava gris y rosa,
y el viento cabeceando entre los riscos.

Cuando la carretera que atraviesa Moab queda desierta,
el silencio que habita detrás de las montañas
cae sobre sus gentes como una culpa antigua.
Ellos, hombres buenos que viven tercamente sus días,
levantan sus miradas hacia el cielo
y beben de su azul,
beben de su remota transparencia.

 

 

 

LAS HERENCIAS

 

Enfermedades en mi casa
Pablo Neruda

Hijo mío, me duelen las herencias

Esta culpa, zarza que arde y me quema,
y que no me concede saber cual fue el pecado

En tu inocencia se mira mi inocencia
como en un ojo de agua que me cuenta una historia
que ya ha sido olvidada

y otros hablan entre tus voces turbias
y otros sufren de nuevo entre tus sueños
y en tu silencio sufren
otra vez más aquellos que están muertos

y tu herida
es una pena antigua que por mi sangre pasa
y estalla en las entrañas en que nadaste un día.