Sin red
IX
Cuentan que el joven Huidobro visitó a un chamán Aymara,
en esas alturas andinas mostró su inquietud, misterio, duda
sobre la poesía; el viejo sabio le dijo con el frío que cortaba
los sueños- “poeta no hables de la lluvia, haz llover”.
No supe si el mago chileno hizo caer agua, sólo sé que dijo
“hay que hacer florecer la rosa en el poema”, alquimia o magia.
Ahora ignoro si en la poesía algo nace como flor o planta o
árbol como las venas de mi sangre, porque la savia del
mundo se muere, se mueren los poetas, así dicho, si el latido
es una rosa marchita, emblema de los reinos, del amor o desamor,
rosa cósmica, ahora el poema es agreste como el cemento, la
urbe, en que las estrellas son un recuerdo o una fotografía apenas.
No sé qué es o será la poesía sino ésta herida abierta, este sol sin
palacio de bosque, porque ahora el único árbol vivo es el hombre,
quizá florecerá en su palabra, en el sueño de su palabra, la poesía,
él mismo, el poema, la escritura de su sangre, la música del verbo.
XXXVI
La justicia carece de luz,
sale el sol para la poesía, el hombre, la mujer que sueña,
la justicia es un desierto, en el que los obedientes siembran
mentiras;
la justicia es para el poder, la poesía es para los jóvenes,
la justicia es para el cura, el militar, el inversionista,
a ellos los mira, los palpa, los reconoce, para ellos trabaja,
la justicia;
la justicia lo explica, es justicia para unos, miseria para los
más, la poesía es para todos;
la justicia dicen sus administradores no es el bien ni el mal,
la justicia es para los crímenes castigados a conveniencia,
la justicia es venga mañana,
los diarios, los noticieros, aseveran que la justicia es
nuestro destino, que la justicia es el poder establecido,
la poesía dice que la justicia ha muerto;
el pueblo violento, desangrándose,
responde, la justicia somos nosotros;
la poesía no sabe no lo que es la justicia,
sólo sabe lo que no es la justicia,
y no sé quién sepa más, lo que sí es que la gente sabe
que no hay justicia,
a golpes o disparos no hay justicia,
o sea que de un modo u otro existe la justicia,
por su ausencia todos lo saben y si esto es absurdo,
identificar la aplicación de la ley,
la justicia con la poesía
que no hace diferencia con los hombres,
a todos les canta, a todos los ama,
no puedo señalar que la justicia existe
y no debemos dejar de conocerla o abandonar nuestra
resistencia
por la simple desidia;
ahora puedo decir que existe
cierta coincidencia,
la poesía es el amor;
la justicia no sabemos dónde está ni como es, no la podemos
dominar ni conocer ni implantar,
esa justicia que nos hace luchar , justicia que sólo en el amor
cumplimos a carta cabal, como la poesía.
(De Volar de ver de volar, 2010)
Sin red
Los años que pasan son indescifrables para la memoria,
se alargan otros caminos para el asombro
donde la dulzura es un nombre pronunciado
con un poco de infinito,
así los rostros de lo vivido se olvidan
en la arena sin fin de este sueño.
Sin embargo,
voy a guardar tu cuerpo en este latido para mirarlo
por dentro mío, donde ya no existo.
¿Con qué pasos hemos llegado hasta aquí,
a este asombro de juntar palabras
para mostrar el revés del tiempo?
A este resistir moviéndose hacia el nunca,
a esta renuncia a lo inmóvil,
a este llevar en las manos el arcoíris
que perdieron los ciegos,
a esta suerte de saltar
al vacío como quien desea hundirse
en los ojos de los vivos
sin red, sin esperanza, sin certeza,
como defender un árbol
amándolo con el aliento del deseo buscando lluvias,
con el cuerpo gozante anudado a lo imposible.
Los visitantes
Los vivos no saben por qué regresan los muertos,
por qué bajan o suben desde su negación
o ese olvido
hasta aquí donde golpean la puerta del sueño,
entran como si el argumento les perteneciera,
no les interesa si molestan o serán aceptados.
Uno no sabe qué hacer en el día, están colgados
en las imágenes que fueron, sus restos van
en los bolsillos, en palabras, aromas, en algunos
gestos sus mensajes, por las horas hablan.
¿Qué hacer, quién pone un orden? los muertos
no traen noticias ni vaticinios de loterías
ni injurias felices,
sólo visitan, esperan algo de nosotros,
un cuento, una historia, la revelación sobre algún
olvido: ellos sólo pueden ver y andar por dentro
de nuestros sueños, no afuera.
(De Deslumbramientos de travesía, 2016)
I
En la casa de mi madre es el único lugar donde no muero, en otra ciudad caigo herido de ser el que soy: el viajero sin tregua, el cómplice del azoro, el que funda con naipes del sentir la noche del vacío.
Bebo el vino necesario para volar en la extranjería, para demoler fronteras con los abrazos; en el mantel el pan es extenso, con los milagros de una cocina que alimenta desde su olla sin fondo ni horario tantas hambres deslenguadas.
En la casa de mi madre de ser caído me levanto por el agua breve de sus manos, descanso en su nombre, en su voz suave que despierta al niño que me habita con júbilo.
Pasan los años, se fundieron en un solo tiempo, eterna historia cíclica.
Llego con mi equipaje de aventuras, sólo allí la guerra del hastío no me encuentra:
-Hijo: ¿no se te hace que al viento se le olvidó que es noviembre y ya no debería andar por aquí?
II
En la casa de mi madre el viento es un largo llanto en el limonero, el polvo es un trompo entre las hojas, las primeras gotas de lluvia señalan a los ancestros el camino de las nubes.
Mi madre está enamorada de la lluvia, busca un motivo para salir a mojarse el dolor callado, es una flor abierta a los besos del agua; quizá llora bajo la lluvia para que nadie la mire, tal vez sólo baila bajo la lluvia en el patio, atrapada en su niña de ayer ardiendo lejanías.
Viento, lluvia desnuda de tiempos, instante mojado de asombros chispeantes, húmedo de gloria, acaricia los cabellos, la frente de mi madre: en su íntima plenitud su risa abre el arco iris, descalza gira como una loca, ella más que una palabra es una mujer de barro, gira bailando bajo la lluvia y para mí el mundo tiene esperanza en la fertilidad del baile de mi madre, porque la tierra es una hechicera que no pierde la memoria.
IX
Una mariposa detenida en el pulso de mi madre es un aliento enloquecido de ternura, la manera que mi padre utiliza al hablarle, si tiembla una rama del limonero es él rezando por ella desde el más allá de otra galaxia, donde no hay santos ni ángeles ni demonios.
Ella dice que mi padre le habla en sueños, al despertar le cuenta su soledad, su arrepentido trato, antes que se vuelva olvido.
No sé cómo sea ese sentimiento, a mi madre se le humedecen los ojos al recordar, fragua muchas horas su ausencia y su nostalgia despierta a la lluvia más de una vez.
Mi madre es una niña perdida sin mi padre, pareja antigua dicen ahora, compañera de una vida, amores de otro tiempo que no se soltaban al primer tajo.
Ese hombre sólo se rendía ante ella, mi madre firme como la piedra de los templos aún ordena la casa y el universo con sus manos, con sus pasos, con su caminar de agua, con el secreto de su cuchillo de caza, de sus hierbas medicinales y de su piel curtida por soles maduros.
Mi madre habla con el fantasma de mi padre, lo extraña tanto que le pide perdón, él le responde que todo está bien, que anda por otros rumbos conociendo lo que no pudo, que tiene otro cuerpo, que es otra su piel y que nunca sintió tanto amor como en la vida: ahora goza de otro universo.
Mi madre cierra los ojos con su saber antiguo, todas las tardes busca allí, entre las luces de su latido, para ver si mi padre ha resucitado.
(De En la casa de mi madre, 2018)