

Presentamos tres textos del reconocido autor dominicano.
Pedro Mir
Andante
Los rodillos cayeron sobre los guijarros
Exactamente aquella mañana proyectada en almejas.
Mas no fue solamente sobre la isla de Santo
Domingo – denominada en el Mar Caribe
Cálidamente
Patria mía – sino mucho más lejos, traspasando
Las anchas cordilleras y las zonas volcánicas
De todo planisferio. Fue una conducta planetaria.
Un ecuménico establecimiento del abuso.
Puesto que si el derecho de propiedad
Está constituido por algunas palabras
Que estabilizan a las corporaciones y sostienen
Sobre la alta espuma a la marina mercante
Es porque algunos hombres bajo algunos almendros
Ejercen la razón de que su casa es suya.
Y continuando el argumento frío
Que sirve de pentagrama a este concierto
La patria
Es el derecho de propiedad más inviolable.
Y una patria es una sola patria
Que cubre el universo en varios pasaportes
Y no hay patria que se abalance sobre otra patria.
Y el tanque no es la norma física ni el portaviones
El orden natural. Ni el rascacielos constituye
Por razones de acero un mandamiento irrevocable.
Ni la cibernética le ocurre al hombre
Como una hemotisis. Puesto que entonces
La escala se desprende de las cuerdas
Y asciende en espiral a las frecuencias
Más vividas, resuenan los trombones, la atmósfera
Tiembla con la percusión desenfrenada del timbal
Subdesarrollado, la orquesta universal retumba,
Gran concierto de la humanidad sacude
Sus entrañas, el tímpano lanza un alarido,
Las leyes históricas trepidan bajo las patas
De los contrabajos mientras los violoncelos
Del corazón humano resuenan para estallar
Estrepitosamente en todos los confines
En un desentumecido solo de esperanza.
Cadencia
La esperanza es un muerto
Con los labios mordidos.
La esperanza es crispar
Los puños frente al olvido.
La esperanza es un tema triste
Que resuena en un río negro
Que llevamos dentro.
La esperanza es un íntimo
Rencor cuando los pueblos
Se desangran, cuando ha visto
El mundo llenarse de clamor
Y sacrificio
No solamente el alma
De Santo Domingo
Sino el tiempo el corazón
Unánime del siglo
En todos los idiomas
Y todos los delirios.
La esperanza es la hora
De impulsar la marcha
Del reloj, de practicar
El barco sobre la mar
Y el caballo en la montaña
Que amaba Federico.
La esperanza es el fin
De la Humanidad
Si no torcemos el rumbo
Del rodillo
Si una antorcha y un puño
No alzan los volcanes
Y desbordan los ríos
De redención en redención
Hasta la carcajada de los niños.
La esperanza es la última
Vez
Cuando por delante y por detrás
No queda otro camino
Que la realidad golpeante
Y golpeable
Palpitante y palpitable
Como un vals
Sobre los cinco sentidos.
La esperanza es el fin
De la esperanza
Y el comienzo
Del destino
De la esperanza.
Elegía del 14 de junio
Se respira a estas horas
bocanadas de aire de una atmósfera inquieta.
Cruzan puñales de silencio, lívidos
puñales de silencio innominado.
Ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.
El dolor más oscuro cava incesantemente.
Muerde la boca su vencida lengua, y chupa
la sangre airada que tiene un sabor a gente.
Galopa la brisa con la muerte en la grupa.
Saber que los hombres puros, los tejidos
en una labor más fina que la de las arañas,
muerden y pelean sin horas ni sonidos,
sin flautas del esfuerzo ni tímpanos de hazañas.
Ver lo que envuelve el silencio más crudo.
Que es la lucha más firme y la fe delicada,
hecha de piedra pura y de corazón desnudo,
convertida en silencio y edificio de nada.
Saber que aquellas frentes vestidas por la luna
de una genuina palidez, sudor de sueño,
transitan por un eco de noticia ninguna,
por un triunfo sin arco y una gloria sin dueño.
Dolidamente cruzan sus dos manos de ira
los relojes callados, erguidos en la esfera.
Es un tiempo que pasa y que parece mentira.
Sólo la sien golpeando parece verdadera.
Y nadie sabe nada, sólo que no se rinde
nunca la piedra pura y el corazón abierto.
Y que toda esperanza se recoge en la linde
sollozada de luna de un combatiente muerto.
Y que toda victoria tiene melancolía.
Taciturno perfil de mariposa inquieta.
Justa gloria, aunque no hayan ruidos sobre el tejado.
Ni crucen en las horas solas de lejanía,
ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.