Pedro López Adorno

Tinta en su interior

 

 

 

Interludio (A pesar de Platón)

Puede ser la hoguera de la casualidad,
el paladar de un vacío. Fugaz en el hallazgo
los cuerpos aterrizan. Episodio,
contemplación, abismo,
melodía, seducción,
la metáfora de pájaros sedientos
que en la orilla zozobran. Puede
ser el gran olvido sobre la miel de
los glúteos. Temblores
de cielo
entre sílabas y no hay mejor
poema que esa pareja
de enemigos en el lecho. Puede
ser esa línea recta que lleva
al amor a New Orleans y del Mississippi
superfician los dones de la sombra, las salchichas
y mariscos testigos de la primera
cópula. Puede ser. Siempre
puede ser la blancura de la página la dueña
de ese jazz que sólo desde y sólo
hacia (o viceversa) puede ser sin
ser
asfixia.

 

 

Marco de referencia

Por el cauce de la insurrección explora
cabañuelas. Cumpleaños
nublado. Húmedo zumo el de su suma.

Los árboles del jardín
quieren lluvia aunque entiendan
que el cielo también es un quizás.

Paladea la idea de la eternidad
como si el aroma de sílabas huidizas
que en su aura refulge renaciera
huracán sobre el paisaje de la página.

Calla. La épica del viento ha reanimado
poder de cerrazón o humo incierto cada vez
que la consumación desmemoria su hallazgo.

Así despertó esta mañana. Sin agua
en la casa. Sin un solo ser para versar
tinieblas. Sin lamentar  mudez. Sínsora
de perturbación por el vacío.

La insólita vejez se le ha venido
encima. Voluntariosa brújula
en el diluvio de la travesía.

 

 

El silencio de las nubes

Aquí está en su arca-atardecer.

Lenguas y pulsos saltan
al óleo naif
de una ciudad de pirotecnias de repente nublada
con su cuatro de julio armado hasta los dientes.

Voluntariosa indigestión de sílabas
inunda el paisaje de lo escrito.

Parece mentira que desde enero
la tinta sonámbula sequía
no logre deshabitar la jaula
donde engorda el vacío.

Observa cómo la ciudad va decorada.
Metralletas francotiradores y sabuesos
contaminando el porvenir.

Aquí está en su arca-atardecer.

Solo fomenta desafío
el silencio de las nubes.

 

 

Tinta en su interior

Paradisíaco infierno. Cumple uno
cincuenta. Llueve. Lleva
letras en la lengua. En los dedos
locura.

Muere uno tantas veces para contar
con los cincuenta de este acoso. Mostrar
la vida como Parmigianino
abultada mano.

A ver si viaja veloz, áspero
o nublado o se acuesta
con los pájaros para pasar
el año en paz

sobre este lecho del discurso
en tanta vuelta. Infranqueable
pirámide el deseo. Vengan
ahora a la gran fiesta sin otra

sustancia que tormenta. La vida
brevísima copia. Ninguna
libre de cicutas y ácidos.
Mirar a fondo el mar es cerrojo

sagrado. Esperar ilusos la araña
que muere ante nuestros pies
augurando destilación
de purezas perdidas.

Pluma densa y bailable y
ya jamás. Cumple cincuenta.
Anuncios de inesperadas
muertes puerto exigen.

Ahora, justo ahora, le cuenta Raúl
Orlando que Cuco ha muerto.
¿Que qué? Sí, Rubén Velázquez, alias
“Cuco”, espiritista y santero, de repente

se sintió mal del corazón y
se nos fue. ¿Cuándo? Hace unas
semanas. ¿Pero cuándo? A principios
de diciembre. Nadie se acuerda del efugio.

También se nos fueron el meticuloso Juan
Nieves Mora y, tras él o antes de él,
Efraín Ramírez ya no leerá libros frente al mar
a altas horas de la noche.

Debieron ser las fuertes lluvias, los cuasi
huracanados vientos de diciembre
los culpables. Desmemorias de este Atlántico
rebelde sin causa. Isla del más

allá regalándole migas a la infancia
ante un balcón Calle Caribe.
Tardes tibias las arrugas de la abuela.
Omnipotente trenza al despertar.

Se entrega de nuevo al ritual. Cumpleaños
feliz como tocar cima o lamer
con la mirada vela que arda
para siempre. Ver claro

tan claro que nada tenga sombra ni supure
sospechas la miasma que acelera
nuestro afán de vivir para contar
las incertidumbres y los nudos.

Límites y ritos, escondrijos y escombros
al son de “que los cumplas feliz”,
eso somos. Víspera de parpadeantes
pies camino a hogueras. Eso.

Música, ofrendas, fulgor.
Habrá derroches quebradizos en la contienda
de seguir viviendo. Así de fácil
el flechazo en la sombra.

Lo incognoscible la propia carne
que se encumbra. Visible la voz Benny Moré
ante el umbral de una Singer 1911.
Allí otro hallazgo de hongos

sobre los acentos y antigüedades
de la cueva que ahora suda amigos
que llegan plateados por la luna
cuando al oscuro curso los silencios.

Por lo pronto el porvenir
se conmueve. No ataca al que cumple
cincuenta. Así se explican las manchas
de tinta en su interior. Pez contra secretas ruinas.

Cumplir es batallar y la batalla deletreo.
Consumación la espuma eterna
de luminosos puntos ciegos
anclando en nuestros genitales.

No es fácil la vida pero queremos
rescoldo e impermanencia y abotonado
origen. Soplar y vencer. Dejar de ser
remoto rumor, ignorada espesura.

Los comensales ríen; alzan las copas.
El metro ochenta junto a sus muros
sonríe, tiembla, petrifica. No es que vaya
a anclarse en lo flotante oscuro.

No. Es otra elevación lo presentido.
El hielo no puede fustigar
su empecinamiento de caribeño
en flor. ¡Vaya flor de la edad! Primicia

grisácea entre el cuero cabelludo y las tiernas,
húmedas muertes que destila su sombra.
Demolición muda mientras los fiesteros
recorren el patio. Contemplan

naranjas, guayabas, la todo-
poderosa luna en la invasión que vuelve
oblicuo al que agasajan.
Toda errancia encendida.

No teman. Más porfiados el abismo,
la guerra en Irak, el panópticon
de la era del 2do. Bush. Pero la insurrección
de esta vertiente inconclusa

nadie la detendrá aunque el agasajado
sea colapso y muera. Total
nadie dijo que viviría para siempre
ni que sería matusalénico su hechizo.

 

 

Despedida en el Banco Oriental

He vendido la casa que era mía.

Madre, he vendido la casa de tus sueños.

En los ’70 tu dulce hogar
fue un minúsculo palacio de murciélagos.

Aprendiste la jerga de su idioma nocturno
y me contabas las hazañas de tu soledad
cada verano que volvía. Héroe mío,
Madre, pérdoname la ofensa de vender
los frutos de tu involuntaria diáspora.

Mero préstamo. Salvoconducto efímero
tus 17 años en la extranjería. Nunca
fuiste tú entre los gestos del invierno
ni tu sombra fue la sombra de esos árboles
que exhibe el Jardín Botánico del Bronx.

Viniste a morir aquí. A esta casa
que hoy lunes  28 de junio he vendido.

Hasta las toronjas lucen perplejas y ofendidas.

 

 

Episodio con San Antonio al fondo

Reaparece artilugio por las tentaciones de lo escrito.

En el fondo de la blancura total
presiente tartamudez tu silencio.

Cuerpo sobrecogido en luz.

Gravita entre sueños la anhelada espesura.

Todo pensamiento parece levitación
sobre los muslos de lo amado.

Tú aún no duermes.

Desveladas algas en tu garganta crecen.
Coartadas del desinhibido mundo que ahora añoras.

Pedro López Adorno Nació en Puerto Rico en 1954. Desde 1965 reside en la ciudad de Nueva York. Doctor en Filosofía y Letras de New York University (1982). Es ... LEER MÁS DEL AUTOR