Declaración del hechicero
DUCHA
Para M.C.
Me endureces la piel cuando me besas,
cuando quiero sembrarte y que me dejes.
Me mojas y me sacas de los ejes,
y te atravieso en agua y me atraviesas.
Al empaparme entiendes que me espesas
la sangre que dormía. No me dejes
sin impregnar tu curva, ni te alejes
de nuestras uñas rojas pero ilesas.
Me conozco mejor cuando me muerdes
en este músculo del cuello. Sabes
dónde me gusta sin que lo recuerdes.
No te despegues, no escupas, no acabes,
que aún nuestras costillas están verdes
y esto es amor por mucho que te laves.
(de un libro inédito)
3
No deberían arder las ciudades
sino los hornos de pan y las farolas,
el combustible de los repartidores de gardenias
y las baldosas naranjas del paseo con sol reciente.
No deberían arder las ciudades
porque una ciudad es una cebra fogosa,
una ofrenda necesaria de sombra y luz
para aplacar la mandíbula del león humano.
No deberían arder las ciudades,
ni la que tiene piscina de leche para baño de unicornios
ni la poblada por escorpiones y tentáculos que los devorarían.
No deberían arder ni la torre ni la madriguera.
Deberían arder la muerte y su geometría.
Debería moldearse un cuerpo nuevo que recordara por sí mismo
cómo llegar al pantano en que se oculta la salamandra de la respiración.
Deberían arder las corazas. Deberían arder los rectángulos.
Pero no deberían arder las ciudades.
5
Soy más viejo que mi cuerpo
como el cedro es más viejo que sus hojas actuales.
Hiberno como el cedro, y despierto cuando la batuta de las horas
golpea el atril del espacio. Por mí han pasado corcheas
como por el cedro macillos de colibríes.
Soy el que fui con la corteza de lo que seré sin estrenar.
Soy más joven que mi espíritu.
Mi casa es un cráter que creó una roca de otro mundo
antes del invierno nuclear y de la primera glaciación.
No comprendo que ninguna pirámide sea más antigua que el más joven de mis olivos,
ni entiendo la trompeta frigia y el arpa persa que a veces toco por intuición.
Me confunde ser testigo del nacimiento de una galaxia.
Cómo puedo ser viejo cuando soy joven y joven cuando soy viejo.
Cómo puede no existir una edad única que me dé sentido,
que justifique mi presencia en el pasado y el presente
y que imponga paz al bramido bélico del estar siendo y del ser estando.
Cuándo poseeré un rostro definitivo para todos los espejos.
Cuándo podré decir este soy yo sin equivocarme demasiado.
Soy joven, pero conozco los secretos de la cartografía.
Soy viejo, pero tengo agilidad para boxear contra mí mismo.
Soy lo que falta antes de ser y lo que queda después de estar.
A quién odiaré más que al palimpsesto de mi carne.
A quién tendré por cómplice en el soborno de mi espíritu.
A quién daré los labios de quien me habita sucesivamente en soledad.
15
Cuando mueves las manos me enseñas a blandir tulipanes.
Esa dosis de armisticio que propagan tus uñas
es una escuela de cómo domar dromedarios.
Quiero dibujar tus dedos, pero ya están trazados por delfines
o por la lluvia que espolvorea semilla de yuca
sobre el jardín salvaje de un llanto incomprendido.
Cuando mueves las manos combates el hambre
y te reconozco en tu postura de ninja durmiente,
de húsar que ofrece su espada a un sintecho.
Eres una valkiria que toca una tuba oxidada
en la terraza de un sórdido rascacielos.
Aunque alimentan, nadie sabe entender tus yemas todavía.
Cuando mueves las manos entran en ritmo
las sonrisas de toda una ciudad en donde importan.
Tienes algo indescriptible en los nudillos,
algo así como bongos olvidados en la jungla
pero más profundo: quizá el cuero de una darbuca abisal.
Hay artefactos que no comprendo sin que tú los hagas música.
De pronto tus manos no se mueven. Sé que descansas,
que ahora no vas a crear más dulces conflictos
y que después atenderás a los quiromantes.
Mientras, yo vigilo tus guantes y difundo tu sueño.
Cuando no mueves las manos petrificas koalas.
Te esperaré batiendo palmas y forjando anillos.
20
No hay nada como verter
un cubilete de azahar sobre tu blusa,
abrirte el balcón y anunciarte
que aún no ha llegado el correo de las islas.
No hay nada como hacerte ver
que un nómada te sostiene la sombrilla
cuando vas a remojarte los pies a la charca con luna.
No hay nada como tener celos de un vestido.
No hay nada como escoltarte a la bañera
y abrirte el tarro de sales y algas.
Nada como alcanzarte la toalla
que ayer te plancharon las sirenas chipriotas.
No hay nada como tenderte una mano
y que la tomes. No hay nada como cerrar los ojos
y verte. No. No hay nada que nos falte,
nada que se nos olvidara en la costa.
No hay nada como ensartar todo lo nuestro
en un collar de minutos para el cuello de la esfinge,
nada como un vaso de zumo de nuestro tiempo.
No hay nada que se resista a nuestra doble soledad en punto.
Sí lo hay. Hay pensar que en el solsticio de mañana
nos habremos olvidado de acordarnos,
y que a partir de esta noche faltarán constelaciones
para que no sepamos reinventar la madrugada.
-De Manuscrito del hechicero (Valparaíso Ediciones, 2016)
Mordiste una granada y en tus dientes
quedó la sangre presa para esculpir anillos
sobre estas piedras suaves de mis hombros.
Maceraste un limón entre tus labios
para empapar mi piel con su pulpa de estrella
y así apurar el jugo azul del poro.
Hundiste tus encías en las ascuas
de un gajo de naranja que en el panal de lenguas
me incendió el paladar hasta el rescoldo.
Y cuando abandonaba la viña incandescente de tu cuerpo
se me quedó la carne enfrutecida.
Yo aprendí en tu cintura una danza abisal
como quien localiza bajo el mar el paradero de las ánforas.
No encubras la evidencia carmesí del oscuro picotazo
y llévame a dormir donde pernocta el vientre de la abeja.
-De La orilla libre (Ártese, 2013 / Nueva York Poetry Press, 2019)