Limosnero de una mirada antes de la palabra
Antes de la palabra
Padre,
no me dejes en el juego del azar,
barajo el viento,
las hojas de los árboles,
gusano de las moreras
encerrado en mi caja de cartón,
indefenso,
ausente
de las miradas
en otro nivel de consciencia.
No entiendo las reglas
de transformación en mariposa,
arrastro mi propia esencia
de absurdas casualidades,
marco los límites
y dejo un rastro de babas
secándose,
no sirven los ojos
para las máscaras del tarot
y las adivinanzas.
¿Sólo quieres de mí
que viva,
respire,
camine,
llore,
sonría,
un árbol,
la vida silente de las raíces,
anclado en el silencio de los siglos,
abandonado a la oscuridad de la tierra
sin otra esencia
que el diminuto espacio
donde habitan las lombrices
y los hongos?
¿Me has dado de nuevo la vida
para sentir el llanto,
el misterio del dolor,
contemplarme herido en el espejo
sin otra llama
que la mano extendida,
mendigo de abrazos,
limosnero de una mirada
antes de la palabra?
El desequilibrio de los años
sucede tan voraz,
colmillos de un perro nocturno
clavado en la presa herida.
¿Acaso cuando digo Padre,
y digo Dios,
me escuchas,
tomas mis cabellos en tus manos
poderosas,
sin límites,
para hablar en mi oscura celda
de la vida y del cuerpo?
¿Acaso me dices pensamientos
que no logran escuchar
mis oídos,
sordo de tu dimensión de Amor?
Y vuelvo a la tierra
hundido en el barro,
huella vacía
donde el infinito
carece de sentido.
Sin embargo,
esta certeza
de fuego
me habla de Ti,
me inunda de tu esencia
rendido en la fe,
hombre,
humano,
caminante,
ascendiendo
en la escalera
donde habita
la luz en la puerta
del piso último,
alegre
en la meseta de la esperanza.
Ella (y sus libros)
Ella ilumina hilos de sabiduría
dormida en un silencio de madera,
un rayo leve atraviesa las ventanas
adivinando la luz en su presencia.
Ella descubre los nombres prohibidos,
inunda los aleros de lluvia y niebla,
es un misterio de fuego desvelado,
un milagro de gaviotas que regresan.
En la ceremonia de los solitarios
ella es como un océano de arena,
un río desbordado en la memoria,
una hora de armonía en las tinieblas.
Un pulso latiendo sobre el vacío,
el faro del viento embarazando velas,
ella es un átomo buscando el infinito,
la fuerza de las olas siempre nuevas.
Libre como un vuelo de golondrinas,
como una tormenta de raíces eternas,
ella huye por el limbo de los relojes
siempre encendida de palabras proteicas.
Amante última y primera,
cristal de aire donde los fantasmas sueñan.
En sus labios el enigma del poema.
Diario reflejado
No hay duda esta noche
en que termina el amor
y es martes y trece —o miércoles desnudo—,
tu diario escrito sobre las sábanas
y la tinta del deseo en el papel de los cuerpos.
Porque no es verdad que exista el tiempo
y es mentira que te visite la memoria.
Al mirar atrás no puedes ver una senda
ni los recuerdos que volverías a pisar.
Sólo este segundo atrapado
entre mis dedos de cuarzo,
el silencio perseguido por mis labios de cristal,
la oscuridad como un gusano devorando
el sabor amargo de las moreras envenenadas.
Tampoco creas que fuiste niño:
detrás sólo es ceniza y viento, miseria y olvido.
un pozo oscuro donde un rayo ciega
los fantasmas de la materia, rosas sin fuego.
Y no es cierto que ayer fuiste joven,
que veinte años eran un misterio en la piel.
Me descubro y te conozco,
tal como somos, como eres,
fugacidad del instante
en que me buscas y te habito.
No insistas, son falsas todas las fotografías
que me muestras de paisajes consoladores.
Éste es tu único retrato, el mío:
la simetría del espejo.
La certeza de la alegría
Yo comprendo aquí lo que llamamos gloria,
el derecho de amar sin medida
Albert Camus
Escribo palabras analizando
la materia del mar,
un sonido de arena
liberado en los pies.
Es ahora nuestro el invierno,
la conciencia de estar vivos,
la certeza de la alegría.
Recuerdo la forma
de un ave del paraíso:
extiende las alas
y crea un universo.
Somos la gota de lluvia
habitando las nubes,
la luz de la saliva
y sus rendijas,
la lengua del poema
donde se detiene el tiempo
en las alturas de la memoria,
el derecho de amar sin medida.
(inédito)
El molino de viento
La historia se repite:
un niño pequeño
siente la ausencia,
el molino de viento
tiene rotas sus aspas.
El niño llora
en silencio,
las cuerdas sujetan
el aspa rota,
los brazos caídos
sin refugio.
Dios sin nombre.
Me busco a mí mismo.
(inédito)
Tesela de la luz
A José Manuel Darro
En la secuencia del cinco
los números se suceden aleatorios,
multiplicando la esencia
de los lados del pentágono.
En las albercas de la Alhambra,
en los jardines de Delhi,
la piedra y el agua conocen
el lienzo del espejo infinito
atrapado en el aire
de la matemática invisible,
de lo visible poético,
del todo y sus huecos,
la perfección del vacío.
Una estela de hielo luminoso
surca el círculo de la conciencia.
Las palabras crean escalas en el cielo
donde ascienden las puertas y ventanas
del Castillo Rojo.
La unidad del tres
es el origen del misterio,
triskel girando en perfecto equilibrio,
espiral donde sanan las heridas,
talismán de tiempo sin tiempo.
Era entonces la belleza iniciática,
ser niño en la forma de los cipreses,
en los aleros del bambú sagrado,
en el mosaico de los lirios de agua
nevando en el océano de las celosías.
En el centro del instante
habita la existencia infinita del segundo,
el arco iris del rojo
elevándose ancla de arcilla,
moldeando la vocación de las formas
donde habita el alfarero eterno.
Hoy el artista con nombre de río
envuelve con sus manos
la melancolía de los objetos,
analiza la geometría de las formas
y su vida,
la unión con la tristeza tomada de la luz,
la distancia de las cosas no dichas,
la estructura invisible de los sentimientos,
ciego sanado en la melodía de las torres,
creador del universo nuevo,
tesela de lo perdido,
grito pentagonal del descubrimiento,
matemático de la mística,
de la observación donde mora
la edad de los sueños,
la exacta quietud del ahora.
(inédito)