Pedro Enríquez

Limosnero de una mirada antes de la palabra

 

 

 

 

Antes de la palabra

 

Padre,

no me dejes en el juego del azar,

barajo el viento,

las hojas de los árboles,

gusano de las moreras

encerrado en mi caja de cartón,

indefenso,

ausente

de las miradas

en otro nivel de consciencia.

 

No entiendo las reglas

de transformación en mariposa,

arrastro mi propia esencia

de absurdas casualidades,

marco los límites

y dejo un rastro de babas

secándose,

no sirven los ojos

para las máscaras del tarot

y las adivinanzas.

 

¿Sólo quieres de mí

que viva,

respire,

camine,

llore,

sonría,

un árbol,

la vida silente de las raíces,

anclado en el silencio de los siglos,

abandonado a la oscuridad de la tierra

sin otra esencia

que el diminuto espacio

donde habitan las lombrices

y los hongos?

¿Me has dado de nuevo la vida

para sentir el llanto,

el misterio del dolor,

contemplarme herido en el espejo

sin otra llama

que la mano extendida,

mendigo de abrazos,

limosnero de una mirada

antes de la palabra?

 

El desequilibrio de los años

sucede tan voraz,

colmillos de un perro nocturno

clavado en la presa herida.

 

¿Acaso cuando digo Padre,

y digo Dios,

me escuchas,

tomas mis cabellos en tus manos

poderosas,

sin límites,

para hablar en mi oscura celda

de la vida y del cuerpo?

¿Acaso me dices pensamientos

que no logran escuchar

mis oídos,

sordo de tu dimensión de Amor?

 

Y vuelvo a la tierra

hundido en el barro,

huella vacía

donde el infinito

carece de sentido.

 

Sin embargo,

esta certeza

de fuego

me habla de Ti,

me inunda de tu esencia

rendido en la fe,

hombre,

humano,

caminante,

ascendiendo

en la escalera

donde habita

la luz en la puerta

del piso último,

alegre

en la meseta de la esperanza.

 

 

 

 

Ella (y sus libros)

 

Ella ilumina hilos de sabiduría

dormida en un silencio de madera,

un rayo leve atraviesa las ventanas

adivinando la luz en su presencia.

 

Ella descubre los nombres prohibidos,

inunda los aleros de lluvia y niebla,

es un misterio de fuego desvelado,

un milagro de gaviotas que regresan.

 

En la ceremonia de los solitarios

ella es como un océano de arena,

un río desbordado en la memoria,

una hora de armonía en las tinieblas.

 

Un pulso latiendo sobre el vacío,

el faro del viento embarazando velas,

ella es un átomo buscando el infinito,

la fuerza de las olas siempre nuevas.

 

Libre como un vuelo de golondrinas,

como una tormenta de raíces eternas,

ella huye por el limbo de los relojes

siempre encendida de palabras proteicas.

 

Amante última y primera,

cristal de aire donde los fantasmas sueñan.

En sus labios el enigma del poema.

 

 

 

 

Diario reflejado

 

No hay duda esta noche

en que termina el amor

y es martes y trece —o miércoles desnudo—,

tu diario escrito sobre las sábanas

y la tinta del deseo en el papel de los cuerpos.

 

Porque no es verdad que exista el tiempo

y es mentira que te visite la memoria.

Al mirar atrás no puedes ver una senda

ni los recuerdos que volverías a pisar.

 

Sólo este segundo atrapado

entre mis dedos de cuarzo,

el silencio perseguido por mis labios de cristal,

la oscuridad como un gusano devorando

el sabor amargo de las moreras envenenadas.

 

Tampoco creas que fuiste niño:

detrás sólo es ceniza y viento, miseria y olvido.

un pozo oscuro donde un rayo ciega

los fantasmas de la materia, rosas sin fuego.

 

Y no es cierto que ayer fuiste joven,

que veinte años eran un misterio en la piel.

Me descubro y te conozco,

tal como somos, como eres,

fugacidad del instante

en que me buscas y te habito.

 

No insistas, son falsas todas las fotografías

que me muestras de paisajes consoladores.

 

Éste es tu único retrato, el mío:

la simetría del espejo.

 

 

 

 

La certeza de la alegría

Yo comprendo aquí lo que llamamos gloria,
el derecho de amar sin medida
Albert Camus

 

Escribo palabras analizando

la materia del mar,

un sonido de arena

liberado en los pies.

Es ahora nuestro el invierno,

la conciencia de estar vivos,

la certeza de la alegría.

Recuerdo la forma

de un ave del paraíso:

extiende las alas

y crea un universo.

Somos la gota de lluvia

habitando las nubes,

la luz de la saliva

y sus rendijas,

la lengua del poema

donde se detiene el tiempo

en las alturas de la memoria,

el derecho de amar sin medida.

 

(inédito)

 

 

 

 

El molino de viento

 

La historia se repite:

un niño pequeño

siente la ausencia,

el molino de viento

tiene rotas sus aspas.

 

El niño llora

en silencio,

las cuerdas sujetan

el aspa rota,

los brazos caídos

sin refugio.

 

Dios sin nombre.

Me busco a mí mismo.

 

(inédito)

 

 

 

 

Tesela de la luz

A José Manuel Darro

 

En la secuencia del cinco

los números se suceden aleatorios,

multiplicando la esencia

de los lados del pentágono.

 

En las albercas de la Alhambra,

en los jardines de Delhi,

la piedra y el agua conocen

el lienzo del espejo infinito

atrapado en el aire

de la matemática invisible,

de lo visible poético,

del todo y sus huecos,

la perfección del vacío.

 

Una estela de hielo luminoso

surca el círculo de la conciencia.

Las palabras crean escalas en el cielo

donde ascienden las puertas y ventanas

del Castillo Rojo.

La unidad del tres

es el origen del misterio,

triskel girando en perfecto equilibrio,

espiral donde sanan las heridas,

talismán de tiempo sin tiempo.

 

Era entonces la belleza iniciática,

ser niño en la forma de los cipreses,

en los aleros del bambú sagrado,

en el mosaico de los lirios de agua

nevando en el océano de las celosías.

En el centro del instante

habita la existencia infinita del segundo,

el arco iris del rojo

elevándose ancla de arcilla,

moldeando la vocación de las formas

donde habita el alfarero eterno.

 

Hoy el artista con nombre de río

envuelve con sus manos

la melancolía de los objetos,

analiza la geometría de las formas

y su vida,

la unión con la tristeza tomada de la luz,

la distancia de las cosas no dichas,

la estructura invisible de los sentimientos,

ciego sanado en la melodía de las torres,

creador del universo nuevo,

tesela de lo perdido,

grito pentagonal del descubrimiento,

matemático de la mística,

de la observación donde mora

la edad de los sueños,

la exacta quietud del ahora.

(inédito)

Pedro Enríquez Poeta, narrador y editor español, académico con la letra Z de la Academia de Buenas Letras de Granada. De su obra se han publicado 21 tít ... LEER MÁS DEL AUTOR