La tercera mañana del día
(Traducción al español de George Nina Elian)
LA TERCERA MAÑANA DEL DÍA
la alegría me amenaza, me amenaza todas las mañanas, el espacio envuelve mi mano. comunicar contigo mismo como dos estrellas en el cielo ciego. comunicar contigo mismo hasta la monotonía con que la cal reemplaza tus ojos, el dolor quema en el cerebro, un mueble negro, cubierto de sangre negra y verde, baila, más solo que el silencio en pleno rechazo. corto mis ojos, me pudro en mi propia sombra, me duele la bandera de la victoria silenciosa, la ventana, como una mujer muerta, está cubierta de sangre, su cabello se está cayendo, se convierte en la puerta por la que te siguen los muertos, veo el dolor. la concentración anunció mi alienación, la expresión anunció mi tiempo, mis hechos me queman. me anuncio en ellos. ya no tengo palabras, ya no me tengo a mí mismo. la imagen de la palabra congela mi cerebro.
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LA CUARTA MAÑANA DEL DÍA
el horizonte avanzado del rechazo se desintegra de una manera irreal, el sadismo sigue siendo inalcanzable para el grito de la mujer que se deshace a los pies del hombre. llena sus entrañas de su desapego, más allá del final la fuerza blanca se está despejando, la libertad trágica de la estructura atómica, la profundidad gris palpita, resucita la gravedad seca de la demencia, más allá del espacio algunas palabras en el manto de la palabra.
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LA OCTAVA MAÑANA DEL DÍA
el crimen y un silencio nórdico, la precisión de la droga va de una habitación a otra. cuidado, la lucidez empieza a despegar, muslos mecánicos, la monotonía progresiva de los encantos, todo lo que amabas delira delante de ti, como un final incendiario, el miedo, sin embargo, perdura, la habitación central se ríe. el insecto devora sus patas, gotas blancas caen de sus articulaciones, en las comisuras de la boca la saliva brilla como dos ojos bien abiertos, cuidadosas venas pasan de una habitación a otra. llegó a la última pata, la agarra con la boca, la arrebata, se la mete en el abdomen, sus finas y blancas vísceras cubren su pata, él respira por un rato, luego se arrastra hacia la pared y se golpea y se golpea la cabeza contra la pared más y más rápidamente, por el agujero del abdomen el sonido del golpe vuelve más digno en su carne. sólo puedo pensar en sus golpes contra la pared que nunca nunca acabarán y ya no tengo aire.
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EL QUINTO DÍA DEL DÍA
sangre sobre la que está tatuado el signo de la alienación, ya no puedo despegar de las paredes mi cara. el ennegrecimiento frío del espejo, la marcha cósmica del cerebro, el cobre negro de la victoria saluda al yodo blanco. los cadáveres se mueven de una habitación a otra. la puerta en éxtasis, escribo y respiro, la paciente se arrastra a cuatro patas, su espalda está ardiendo mientras ella bebe el líquido frío. se pudre bajo mis pies y grita, sube en el arma. estoy lejos, cerca de la última mañana del día. el barro hermético se desprendió del cielo. lo que permanece es el cielo como un ojo enorme y denso.
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PAREDES DE CIANURO
la primera mañana
sobre el terciopelo negro de la quema la linfa monótona pulsa de cal a cal, de la ceguera a la ceguera, de boca a boca, de cruz en cruz, la mano enrarecida murmura a lo largo de las paredes, esperando el blanco del lejano violeta
la segunda mañana del día
el monje golpea su sexo contra la pared.
Jesús aparece
ante la frígida soledad.
el espacio como un pulmón judío. dentro el cuidado de la que cuida, cubierta de negro, las manos y las estrellas quemadas, la estrella de la amenaza, los ladrillos de acero en la pared del aburrimiento, la monotonía ajena de ese extranjero frío. sus pasos cantan, la estrella de la amenaza canta, el espejo arde en la nada, segregación lexical, la demencia del final está preparando la última sombra, el pelo de la sombra, la mano del pelo, la puerta árida, el presente de la pared como sonido ártico, huele el incendio de la alienación. la melancolía del que lucha por partir. de pie, en la luz, en el cerebro, en el alcohol, en la puerta húmeda, como un recipiente en llamas, en los hombros de la que bebe tu indiferencia, me aburro. en el subsuelo de la demencia el cielo líquido me quema la frente. todo va al lejano violeta, al monótono interior del éter, de la muerte, escuchar la imagen que amenaza, ser destruido por un par de palabras, la tiza negra de la sangre de la explosión del cerebro anuncia la Siberia de la alienación.
alegría de un cerebro sin sangre, alegría sin fin de profunda soledad.
violencia muda, la mirada ataca la piel, los extranjeros de una habitación a otra. sus ojos rojos son ciegos, la luz de las manos quema, la amenaza de ellas es un horizonte que me persigue, la cripta del fracaso atrae a las mujeres sucias, escribo y respiro, el yodo real no puede reemplazar la muerte, el sexo de la primera mañana grita. el cerebro se abre y adelgaza, la lucidez del silencio comienza a cantar su himno, el final se sienta tras las rejas, la estrella de la amenaza. en la habitación la blanca presencia de los extranjeros negros corta a johann. la cruz, cegada por la intersección de los metales duros, alumbra el pecho lleno de jeringas, jeringas llenas de cal. la boca quemada por tanto silencio reemplaza el éxtasis de la palabra, la distancia entre el condenado y el pelotón de fusilamiento, el oscuro silencio del vagabundo entra en la libertad como una alegría a los bordes cósmicos, en saxofón del sufrimiento un gallo negro corta el aire, aviones parados en el cielo. dos mujeres bailan tango, el azul húmedo de ellas, con una voluptuosidad tropical, se deshace el pelo. el toro de hielo pierde su sangre, debajo de cada habitación monasterios en decadencia solar, el sacrificio surge del ladrido mortífero como una gran cicatriz, se escucha el pensamiento, el acercamiento cibernético de las paredes enciende al que ya no se reconoce, al que solo quiere reconocerse a sí mismo en la ausencia.