El bien que queda
(Traducción al español de Emilio Coco)
EL BIEN QUE QUEDA
El bien ha quedado. A pesar de todas
las cosas que no iban y de las que
hemos perdido. A pesar de que no fueras
tú a quien yo quería, y te he borrado.
Amado, también, tanto. Me faltas.
Tu rostro hermoso, entre mis manos,
que podía pasar por tus cabellos.
Que conducías mucho y no podías
cansarte. Hablabas bien francés
y no sabías cómo, pero siempre
con ese acento bergamasco en la voz.
Quisiera aún protegerte. Hacerlo para siempre.
Como si no fuera una sola la vida,
la vez que nos damos a un hombre,
la hora del amor, la salida.
CON MANOS CAPACES
De las manos celestes de un hada
puedo tomar un cuento, la vida
o una patata dulce. Las golpea y
cambia el mundo, durante algún tiempo,
o, si quiere, permanentemente.
Quiero el secreto para llegar a ser
anciana y a lo mejor, entretanto, más
grande, como una madre, por ejemplo,
que piensa en un hijo y no se cansa.
Quiero simular morir y luego
volver para ver la sonrisa
en la cara de quien quiero y dejo.
Quiero ser una cabra azul
o un caracol, que sabe andar
fuerte y despacio. El hada es capaz.
El hada lo sabe, y me lo tiene que decir.
EL BUEN HABLAR
¿Y si me llegara otro?
¿Cómo haría para tenerlo en la cabeza?
Yo soy una que no se acuerda,
no tiene memoria ni de sus palabras
ni de las de los demás. Tendría
que viajar con el Moleskine en el bolsillo,
como hacía Pound, pero algo
dentro de mí no quiere.
Entonces repito hasta el cansancio
lo que siento, en el bosque, si no
se derrite, como los amentos del nogal
en la lluvia antes de que llegue a casa.
Y ahora no vuelvo atrás,
porque la voz aún habla
y la visita no ha terminado:
hay que ir al río y luego
detenerse (quedarse quieto y callado
escuchando) y luego volver.
APEGO
Tengo nostalgia de lugares húmedos
e insalubres. No porque sean
hermosos, claro (esto lo sabéis
todos) sino porque forman parte
de la vida, de lo que he pasado
y se me ha quedado en las manos.
Un jardín en Martinengo, por ejemplo,
de una casa de labranza enmohecida
y apuntalada con palos. El puente
sobre el Brembo en Ponte San Pietro
para ir a las escuelas de primaria.
La primera vez que cruzé
el Neckar había algo mojado
y escondido: me envolvía, pero no era
niebla. Uno se apega también a las cosas
desagradables y desaliñadas
si presagian el sentido que buscamos,
una luz seca y polvorienta.
LA SOLA VEZ
Era una alegría existir
y mirar alrededor.
No había día
que no tuviera ganas
de despertarme pronto
y levantarme con las primeras luces.
Recuerdo veloces piragüistas
sobre el río helado y arces
inciertos en el vado del color.
Recuerdo un aire sin condiciones
externas. Y vuelvo a acordarme de todos.
Ni creo que se pueda amar
y olvidar viviendo
todavía. Se puede sólo morir,
por ahora, cada instante a la vida
adyacente, que calla, cumplida.