Paola Cadena Pardo

Caso de música y silencio

 

 

APUNTES PARA UN IDENTIKIT

La nueva poesía latinoamericana, la que se está desarrollando en la primera mitad de este siglo XXI, tiene el signo de la diversidad y el desasosiego. No se trata de un tiempo histórico que edifique la ilusión o el proyecto nítido de un cambio, más bien es una poesía de testimonio global y de interrogación, a veces irónica, casi siempre desgarrada.

Entre esos creadores jóvenes y muy jóvenes del continente, la poeta colombiana Paola Cadena Pardo ha mostrado un decir preciso, una novedad firme y expresiva, condiciones que siempre se agradecen.

Cadena Pardo se toma su tiempo para publicar. Ha publicado dos poemarios: Hotel (Ulrika, Bogotá, 2008) y Cinema (Venezuela, Bid & Co. Editor, 2012). Poemas suyos han aparecido en diversas revistas y antologías de Colombia, España y México. Su libro de ensayo Corpus autobiográfico de Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik: un acercamiento a la experiencia creadora fue publicado en Argentina por Alción Editora en el 2018.

Si en su primera búsqueda pudo haber experimentalismo -como en el de todo poeta en construcción de su decir- en sus hallazgos presentes el lector puede percibir una solidez que permite un nuevo modo sensible, una construcción del pathos desde una esencialidad comunicante, capaz de abrirse en una polisemia gozosa que no abandona por completo su misterio original.

Cadena Pardo ha participado en varios encuentros internacionales y ha colaborado en revistas internacionales, tiene un doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Cincinnati y actualmente es profesora de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, Estados Unidos.

La presente selección de poemas es una invitación al descubrimiento.

Rafael Courtoisie

 

 

 

Del libro inédito Apartamento 4 (3419 Telford Street)

 

Caso de música y silencio


No sé muy bien cómo se llama esa sombra,

pero supongo que es bailarina

porque se mueve como una ausencia y tiene luz,

eso es:

una ausencia sonora, una penumbra desnuda,

el vaivén de la música como un temblor de Dios,

la sospecha de una escena que sólo existió en mis ojos,

pero existió,

lo juro.

 

Y vi salir la vida toda desde mi alfombra

como un muerto que se levanta a besar sus flores.

No tengo un cementerio en este cuarto

pero la vida, como un difunto, se puso en pie

y ya no supe yo cómo nombrarla.

 

Esta mujer desnuda que soy, sobre mi cama,

soledad de un respiro hecho tabaco

y la música, que se hundió en el aire y en la lluvia

para mojarse, para ser canción húmeda y lejana

fue ese el acontecimiento.

Nada más trascendente que una rutina sola,

esas cosas que pasan cuando el mundo se olvida

y la sangre se vuelve líquido trasparente

y los navíos de Dios, que tampoco se llama Dios, colonizan los ojos.

Esas cosas que pasan y que no puedo decir,

no sé cómo se llaman,

nada de esto que escribo se les parece,

es eso, ¡eso que está ahí!

un bombillo apagado, una canción,

una noche sin destino ni convidados,

este fuego en el pecho como una verdad,

algo mío.

 

Sólo quise decir que la música está en el aire,

como Dios,

que Cohen canta y en su voz

hay un color y un sudor tibio.
 

 

 

Aeropuerto

 

Una mujer, en la sala de espera de un aeropuerto, está llorando.

La que parece ser su hija, vestida de negro como la madre,

llora también.

No entendí palabra alguna,

su garganta estaba hecha crujidos y desgarros,

pero estoy segura de que era madre

y que el funeral de un hijo

era aquello que la esperaba al otro lado del cielo,

donde ese avión,

que me llevaría también a mí,

la dejaría con los pies puestos frente a la muerte.

 

La hija insiste en que coma algo,

pero ella se niega,

-no quiero nada- dice,

-no puedo nada- dice,

nada entraba en su cuerpo pequeño y maltratado

a no ser ese dolor que se le salía por los ojos

y por la boca:

el dolor la ocupaba toda,

se expandía por la sala

como el aroma de un muerto se esparce en el velatorio.

 

Aquí está ella, sin su muerto,

con su llanto inacabable

que no para,

que se une a su estar viva como la respiración.

 

Una madre con un hijo muerto no respira, sino llora.

 

Imaginé el hijo y la causa de su muerte,

imaginé el encuentro entre el cuerpo frío

y esta mujer que viaja desde aquí para abrazarlo.

Miré, con disimulo, los ojos inválidos de la mujer,

escuché, como quien no quiere,

sus palabras en mi lengua,

y me dije: esta es la razón,

he aquí mi miedo a la distacia.

 

 

  

Suena algo como un timbre

 

Cómo duele recordar que la muerte existe.

 

A veces,

en medio de los días normales, suena algo como un timbre,

algo que nos recuerda

la ineludible posibilidad de estar muertos.

Se devuelve a la tierra el aroma de los ya idos,

su antigua costumbre de respirar, su ya imposible forma de abrir los ojos.

 

No sé por qué morimos, si nacimos para estar vivos

y tardamos décadas en aprender a hacerlo.

Es pesaroso saberse finito y saber que todos, un día

han de renunciar.

Una caja de madera como último presente,

la cáscara de lo que es nada, de lo que fue campana y cintura,

vitrina poco a poco desmoronada por la sinfonía de las horas.

 

Yo recuerdo que mi abuela sabía reír, sabía de azucenas

y de niños que aún no aprendían a rezar despiertos.

Ella sabía llorar, lo recuerdo

pero a veces olvido, sin saber por qué, cómo sonaba su estar viva.

¡Que se vayan los muertos, pero no sus ruidos!

no el color de sus pupilas encendidas, de sus tardes latidas por el viento.

Yo quisiera recordar cómo sonaba mi abuela, pero se me escapa

esa costumbre de escuchar en silencio.

Aunque en días normales, a veces,

suena algo como un timbre.

 

 

 

Y la primavera

 

El método, ante ese pájaro que al fin suena,

se ha quebrado.

No hay forma de levantarse, igual que siempre,

y respirar, tal vez comer, igual que siempre.

 

Los pájaros han sonado.

 

Y han sonado con un canto más de ojos que de trinos

porque es la luz la que hace el coro,

melodía brillante y tibia, como un sol nuevo,

hecha de flores recién paridas,

de una muerte blanca que se ha marchado.

 

Porque la muerte es blanca,

estoy segura,

nada tiene que ver el negro

con tanto silencio y tanta quietud.

 

 

 

Como el frío

 

¿Por qué hace a veces, como el frío,

tanto silencio?

Yo busco en la ventana algún ruido pequeñísimo,

algún vibrar imprevisto que indique malos sueños,

por lo menos una sirena, eso suena,

pero la ambulancia no es mía,

esta enfermedad no tiene urgencias.

Tanto silencio y tanta agua que se desploma,

ese tren que no existe más que como arpegio,

música de madrugada que nadie compuso.
¿Por qué hace a veces, como el frío,

tanto silencio?

Y si canto

nada se remedia,

el silencio es el mismo, el propio,

porque está hecho de cangrejos que se devuelven a mi boca.

Tengo silencio en vez de frío,

pero el temblor de las manos

permanece intacto.

 

 

 

Magnolia

 

Un pez mujer no tiene senos,

puede ser que los lleve en su alma

y le alcancen sólo para amamantar nostalgias,

como la nostalgia de ya no verte al salir del lago,

por ejemplo.

 

No tiene senos el pez mujer,

pero en algún lugar de la vida los sentirá.

Yo tengo dos,

pero no sé nadar como Magnolia

ni aprendí a mirar la muerte de esa forma,

tan altiva aunque sin aire,

casi sin temor,

sin morir más que un poco

como quien se entrega a Dios y se arrepiente.

 

Yo saqué a Magnolia de ese lago

y me asustó su estar viva

y me pregunté por qué ella

y de dónde esta certeza de que se llama Magnolia,

como si la hubieras bautizado en el azul de tus ojos

y esta parte mía que es mujer

se hubiera cedido a su existencia

y el amor de pez y de Paola

se entregara en uno sólo a tus manos

y a ese lago movedizo que llevas en el vientre.

 

Ella era una pez amarilla,

no como el sol,

sino con ese amarillo de la lluvia

disuelto en el asfalto.

 

Yo era una mujer silenciosa,

no como la nada,

sino con ese silencio de mariposas y ojos

que repentinamente alumbran los labios.

 

Pez y mujer

te miraron por un hueco del día,

te escucharon en el agua,

se quedaron en tu voz.

 

 

 

Del libro Cinema (2012)

 

 

Villa del perro

 

Si desaparecieran las paredes las puertas y las ventanas

¿Cómo terminaría la soledad infiltrada donde no hay cobijo?

¿Dónde el lugar exacto para encubrir las miserias?

 

Las calles son un decir de frío     y el hogar

un muro falso que no cura al viento.

 

Cuando se callan los ojos

el ruido de los colores se ha hecho súplica

el negro ofrece un placer bondadoso

y el blanco se hace máquina de fabricar angustias

 

El festín del dolor tiene llanto de mujer

y es la penetración de un hombre que no desnuda más que el sexo

Cada dedo es porcelana marchita

que se quiebra por el martillo desatinado de los días

y deja la mano incapaz de asir la vida el amor la muerte

 

Cuando los ojos deciden aplomar la lengua dejarla muda

los zapatos gritan sus pasos

y las moscas cantan con sus alas la fetidez de su existencia

el hielo al quebrarse llora su frío

y las puertas no se abren sino gimen

con el placer de una dama

 

Si sólo existe una villa y un perro

tal vez su ladrido sea

el llanto único y más frecuente de Dios

 

 

 

Las flores del cerezo

 

La vejez como un don de la memoria

regala el olvido como el silencio mayor

Olvidar para asomarse en otros ojos

y ver que la muerte es una mosca que no debe matarse

Una mosca que zumba de reojo en los días

y que se anuncia como la sentencia de lo soñado

 

El desconocido de mi vientre se llama hijo

asistirá a mi entierro

pero no entenderá la tierra ni la muerte

no entenderá los años ni los fríos.

 

Sé cómo se muere cuando es necesario un baile

morir para que estés muriendo libremente

para que seas un hombre vestido de dama

un matrimonio sin cuerpo

que busca a Dios en un monte blanco

 

Dios se llama Fuji

es un señor tímido que abrió sus ventanas

y quiere vernos bailar el paso de su silencio

 

La danza del Bhuto es un llamado

porque todos tenemos una sombra

un dolor y una búsqueda

 

Perseguir mi sombra

es una forma de bailar

Morir frente a un monte blanco

es una forma de estar vivo

 

Así se van los ancianos

así los niños aseguran su muerte

su fatiga          su futuro de ya no estar

 

La mujer muere para que el hombre

con sus faldas puestas

baile en su ser.

 

 

 

Del libro Hotel (2008)

 

 

Placa en honor al fundador del hotel

 

Cada hombre es un hotel de paso

tiene habitaciones en sus manos y en su vientre

y la mejor suite siempre está en los ojos

aunque a veces sean opacos y callados.

Todo hombre tiene un bar en su garganta

y un corredor largo y oscuro

desde el alma hasta la razón.

A sus espacios diminutos llegan hombres y mujeres

con velas encendidas

o linternas desgastadas

Un día el hombre muere

y entonces llegan los gusanos

comen y beben

y luego se marchan sin pagar la cuenta.

 

Paola Cadena Pardo (Bogotá, Colombia, 1983). Cadena Pardo se toma su tiempo para publicar. Ha publicado dos poemarios: Hotel (Ulrika, Bogotá, 2008) ... LEER MÁS DEL AUTOR