Vanguardia, utopía e identidad en la poesía chilena
Por Naín Nómez
La biografía
Pablo de Rokha nació con el nombre de Carlos Díaz Loyola el 17 de octubre de 1894 en Licantén, provincia de Curicó. Sus padres fueron don José Ignacio Díaz y doña Laura Loyola. Vivió gran parte de su infancia en la zona de Llico, Hualañé y Vichuquén, pequeños pueblos de la zona del Maule. Por el año 1897, su padre es jefe de resguardo en la zona cordillerana y viaja permanentemente con su hijo. En 1901 se traslada a Talca, donde el poeta empieza a estudiar en la Escuela Pública No 3, cuyo director es don José Tomás Jara, padre del poeta Max Jara. En 1905, don José Ignacio Díaz es trasladado a Lonquimay, en la provincia de Cautín y luego administra el fundo Curillinque en Maule, razón por la cual Carlos interrumpe sus estudios. Durante ese mismo año da a conocer sus primeros poemas en medios familiares.
En 1906 vuelve a estudiar en el Seminario Conciliar de San Pelayo, donde permanece hasta 1911 cuando es expulsado por ateo, pero en verdad por leer autores prohibidos, especialmente Voltaire y Rabelais. Allí conoce a los clásicos latinos y griegos: Lucrecio, Virgilio, Heráclito, Zenón y Demócrito. Sus condiscípulos lo llamarán “El Amigo Piedra”, expresión de donde tomará su seudónimo Rokha. Después de ser expulsado, viaja a Santiago y se da a conocer en los medios literarios con el seudónimo de Job Díaz. Se instala en una residencial de la calle Gálvez, termina sus estudios secundarios y da su bachillerato en 1912. Se matricula en la Universidad de Chile para estudiar Derecho o Ingeniería, pero pronto abandona los estudios y se dedica al periodismo. Publica algunos artículos en los diarios La Razón y La Mañana de Santiago y sus primeros poemas en la revista Juventud de la Federación de Estudiantes de Chile, ya con el nombre que lo hará famoso: Pablo de Rokha. Descubre la poesía de Walt Whitman y la filosofía de Friedrich Nietzsche.
En 1914 vuelve a Talca y recibe de regalo un libro titulado Lo que me dijo el silencio firmado por Juana Inés de la Cruz. Al ver el retrato de la poeta, se enamora y se vuelve a Santiago para conocerla. Ella estudiaba en el Liceo No 3 de Santiago, era hija de un coronel de ejército y se llamaba Luisa Anabalón Sanderson. El poeta le pide que se case con él y ambos se fugan, realizando el matrimonio el 25 de octubre de 1916. Luisa será conocida después como Winétt de Rokha.
En 1916, Pablo de Rokha publica su primer texto titulado “Versos de infancia” en la antología Selva Lírica. Durante esos años, ejerce diversos oficios para sobrevivir con su esposa y publicar algunos de sus textos: es corredor de propiedades, comerciante de frutos de país, pintor, director de revistas, periodista, etc. Adhiere al movimiento anarquista internacional y autoedita varios de sus libros, entre ellos Los gemidos en 1922, una de sus obras capitales. Durante los años veinte, vive en diversas ciudades, entre ellas San Felipe y Concepción, donde funda revistas como Numen, Agonal, Dínamo y publica libros como Heroísmo sin alegría, Ecuación y Escritura de Raimundo Contreras, que anuncian su incorporación a las huestes de la vanguardia latinoamericana.
A partir de 1930, multiplica sus obras, su compromiso social (es militante del Partido Comunista entre 1932 y 1938), su amor por Winétt y su crítica al sistema político y social del país. También nacen varios de sus hijos: Carlos, Lukó, Pablo, Juana Inés, José, Pablo, Laura y Flor, además de Carmen y Tomás muertos prematuramente. En la medida que sus obras se hacen más militantes (Canto de trinchera, Los 13, El canto de hoy, Jesucristo, Satanás, Oda a Máximo Gorki), sus enemigos crecen dentro y fuera del ámbito literario. El Partido Comunista lo presenta como candidato a diputado, pero pierde; posteriormente hace clases en la Escuela de Bellas Artes y es propuesto como candidato a Decano, perdiendo por un voto. Dirige la revista Principios, auspiciada por el Partido Comunista y es nombrado presidente de la Casa América, una organización cultural de izquierda. Adhiere al Frente Popular, defiende a la República Española y su poesía se vuelca en la defensa de la democracia, el socialismo y el antifascismo. En 1938 renuncia al Partido Comunista y apoya públicamente como candidato a presidente de la república a Carlos Ibáñez del Campo contra Pedro Aguirre Cerda, quien es en ese momento el candidato de todas las fuerzas de izquierda.
En 1939 inicia Multitud “revista del pueblo y la alta cultura”, la que con intermitencias se editará hasta el año 1963. Al mismo tiempo, publica en forma continua en el diario La Opinión, desde cuyo bastión mantendrá constantes polémicas con los poetas Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Con el mismo sello editorial de la revista Multitud, mantendrá la publicación de sus futuros libros.
En 1944, el presidente Juan Antonio Ríos, le extiende un nombramiento como embajador cultural de Chile para toda América y el poeta emprende un viaje por el continente acompañado de su esposa Winétt. El periplo se extiende por 19 países con un nutrido programa de charlas, conferencias, recitales y conversaciones con escritores, políticos e intelectuales de todos los países que visitan. Entre los anfitriones del poeta están el pintor Siqueiros, Lázaro Cárdenas, Jaime Torres Bodet, Lombardo Toledano, Miguel Otero Silva, Juan Marinello, Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano y otros escritores e intelectuales. Cuando el poeta viene de vuelta y se encuentra en Argentina, en Chile es elegido presidente Gabriel González Videla quien dicta la Ley de Defensa de la Democracia contra el Partido Comunista, por lo que el poeta decide quedarse un tiempo en Argentina. Vuelve en 1949, año en que publica su obra teórica más importante: Arenga sobre el arte, que incluye la “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile”. Su esposa Winétt ha enfermado gravemente y morirá de cáncer en 1951.
La aparición de su monumental antología de 1954, cierra un ciclo completo de su obra. En 1955 publica su libro-ensayo Neruda y yo, obra que reaviva las viejas querellas con el Premio Nobel y que es uno de los ataques más furibundos de un escritor a otro. Son años difíciles para el poeta, que se encuentra muy solo y vende sus libros de puerta en puerta para sobrevivir. En 1962 muere su hijo Carlos, también poeta. En 1964 es invitado por el gobierno de Mao Tse Tung a China y posteriormente viaja por la Unión Soviética y Francia. Durante el año 1965 le es otorgado finalmente el Premio Nacional de Literatura, el que a su juicio, “le llegó casi por cumplido”. Poco después, Licantén lo nombra Hijo Ilustre de la ciudad. A comienzos de 1968 se suicidaban su amigo Joaquín Edwards Bello y su hijo Pablo. Meses después, el 10 de septiembre de ese mismo año, Pablo de Rokha moría, suicidándose de un disparo en la boca en su casa de Valladolid 106 en Santiago.
La obra
Tal como se ha señalado, la producción de Pablo de Rokha es extensa y voluminosa. Publicó 41 libros de poesía y estética, además de diversos textos de variado contenido. La primera etapa de su escritura, se desarrolla entre 1916 y 1930 y comprende libros en los que enfatiza la anarquía romántica, concluyendo en una especie de surrealismo achilenado. Sus primeros textos, influidos por el romanticismo y el modernismo, pasan casi desapercibidos: “Versos de infancia” (obra publicada en Selva Lírica) de 1916, Sátira de 1918 y “Folletín del diablo” (publicado en la revista Juventud) en 1920.
Con la aparición de Los gemidos en 1922, se marca la línea divisoria entre sus obras tradicionales y la primera producción verdaderamente vanguardista. Todos los escritos posteriores del poeta, surgen del discurso innovador de este libro de 400 páginas. Sus obras Cosmogonía de 1925, U de 1926, Satanás y Suramérica de 1927, son el desarrollo del delirio surrealista que inicia Los gemidos. El primer intento de reflexión estética de Pablo de Rokha, titulado Heroísmo sin alegría y publicado también en 1927, va a enfatizar esta visión del artista como un salvador del mundo capaz de recrear la realidad. La primera etapa culmina con Escritura de Raimundo Contreras en 1929 y un nuevo intento estético: Ecuación, canto de la fórmula estética del mismo año. En estas obras se integra lo universal con lo particular, la experiencia de los ismos europeos con la realidad del Chile campesino y rural de la zona central, que el poeta aspira a convertir en un espacio heroico con arquetipos nacionales.
La segunda etapa que va de 1930 a 1950 va a dar más importancia a lo político, lo social y lo épico. Se inicia con obras como Jesucristo de 1933, Moisés de 1935 y Oda a la memoria de Gorki de 1936, escritos que se comprometen con una épica heroica que se articula a las coyunturas políticas nacionales e internacionales del momento. Se utilizan ciertos mitos y personajes extraídos de la épica religiosa, para denunciar la desigualdad social y criticar el presente. En el otro extremo, se publican poemas directamente políticos tales como Imprecación a la bestia fascista de 1937, Canto de trinchera de 1933 y Los cinco cantos rojos de 1938. Así, el poeta busca ahora una unidad entre lo poético y lo político, lo que no siempre coincide con la calidad estética. Producto de esta intención será su obra inconclusa Los 13, que busca exaltar figuras mesiánicas de nivel mundial o un Romancero proletario, escrito en décimas, que pretende emular la poesía de raíz popular. Un texto que hace coincidir en forma más lograda lo estético con lo político será Gran temperatura de 1937, en que reaparecen los grandes temas rokhianos en su mayor intensidad: la soledad, el tiempo transitorio, la angustia ante la muerte y la rebeldía frente a la injusticia.
Un libro importante de esta etapa es Morfología del espanto, publicado en 1942, obra que en ocho cantos aspira a ser una suma de lo individual y lo universal y que concentra todo el horror de las guerras de la época. Un año después, el poeta publica una antología titulada Cuarenta y un poeta joven de Chile: 1910-1942, en la cual destaca sus preferencias literarias y selecciona a los poetas más importantes de su tiempo. En 1944 aparece una alabanza a Rusia, bajo la forma del poema-libro Canto al ejército rojo. En 1945 se publica en Costa Rica Los poemas continentales y un ensayo sobre el continente titulado Interpretación dialéctica de América (editado en Argentina), proyectado en cuatro tomos, pero del que sólo fue publicado el primero. El libro más importante de este período, es probablemente Arenga sobre el arte, editado cuando el poeta y su esposa retornan a Chile en 1949, después de su experiencia americana. Es un libro con tres textos distintos: un conjunto de ensayos estéticos que corresponde al título del libro, una serie de poemas con el nombre de “Carta magna del continente” y un texto de Winétt de Rokha titulado “El valle pierde su atmósfera”. Con esta obra casi épica, articulada a un planteamiento estético que el poeta define como “epopeya social americana”, se cierra la segunda gran etapa de la obra de Pablo de Rokha. Podrían aún intercalarse en este período, dos textos circunstanciales, titulados Fusiles de sangre y Funeral por los héroes y los mártires de Corea, ambos de 1950.
La tercera etapa se inicia con poemas que presagian la muerte, cantan al dolor y están traspasados de angustia existencial. Fuego negro de 1953, es una elegía escrita en memoria de su desaparecida esposa Winétt. Su monumental Antología publicada en 1954, reúne textos de toda su vida, pero también resalta el aspecto dolorido de su existencia. Arte grande o ejercicio del realismo, publicado también en 1953, aunque retoma los temas políticos, no deja de desbordar soledad y nostalgia por el amor perdido. En su soledad, el poeta ataca desaforadamente a su enemigo de siempre, el poeta Pablo Neruda, publicando una feroz diatriba titulada Neruda y yo, en 1955. Sin embargo, pronto recupera su equilibrio, aunque sea momentáneamente, para editar dos de sus grandes murales epopéyicos: Idioma del mundo en 1958 y Genio del pueblo en 1960.
Sus últimas obras publicadas parecen resumir las contradicciones fundamentales de toda su escritura: la lucha entre lo individual y lo social, entre el mundo interno y el externo, entre la sociedad criticada del pasado y la utopía del futuro, entre el amor y la violencia, entre la diatriba contra el capitalismo y la ternura por el pueblo y el hacer cotidiano. Es el motivo central de obras como Acero de invierno de 1961, Estilo de masas de 1965 y Mundo a mundo: Francia (Estadio primero) de 1967, inicio de una trilogía nunca terminada. Habría que mencionar todavía la edición póstuma de sus memorias en 1990 con el título de El Amigo Piedra. Autobiografía y la publicación de algunos fragmentos inéditos en distintas antologías. También es necesario reconocer la divulgación de algunos textos menores como Tercetos dantescos a Casiano Basualto, diatriba contra Neruda publicada en 1966 y Poemas rimados o asonantados: 1916-1958, publicado también en 1966 por Luis Sánchez Latorre.
La maldición de la utopía y lo nacional-popular
Pablo de Rokha, fue uno de los poetas más importantes, pero también uno de los más polémicos en la literatura chilena del siglo XX. Incluido entre los cuatro grandes de nuestra poesía, su obra permanece casi desconocida y los trabajos críticos sobre sus libros han sido escasos e insuficientes.
Desde sus inicios, la crítica se desentendió de sus aportes innegables a la vanguardia latinoamericana, así como de sus rupturas con respecto a los modelos literarios románticos y modernistas, para obsesionarse con la imagen del poeta “tremendista” y “desaforado” (Raúl Silva Castro), del escritor “patológico”, “obsceno” y “exhibicionista” (Hernán Díaz Arrieta), de “blasfemo inmundo” y mal rimador (Bernardo Cruz), de “falta total de mesura y equilibrio” (Ginés de Albareda y Francisco Garfias. De los críticos que hablaron positivamente sobre su obra, destacan Fernando García Oldini, Luis Enrique Délano, Oscar Chavez, Januario Espinoza, H. R. Hays, Volodia Teitelboim, Diego Arenas, Mario Ferrero, Fidel Sepúlveda Llanos, Jorge Román-Lagunas, Naín Nómez, Jorge Elliot y Juan de Luigi. Los más entusiastas fueron algunos escritores tales como Andrés Sabella, Mahfud Massís, Fernando Alegría, Alberto Baeza Flores, Hernán Lavín Cerda, Antonio de Undurraga, Humberto Díaz Casanueva, Carlos Droguett, Gonzalo Rojas y Fernando Lamberg, entre otros (Ver bibliografía). Tal vez uno de los elogios más interesantes fue el que escribió el joven Pablo Neruda en 1922 al conocer una de sus obras capitales, Los gemidos: “UN impulso hacia la raíz trascendente del hecho, una mirada que escarba y agujerea en el esqueleto de la vida y un lenguaje de humano…casi siempre sabio, de hombre que grita, que gime, que aúlla…Más adentro…sentimos un amador de la vida y de las vidas, azotado por la furia del tiempo, por los límites de las cosas, corroído hasta la médula por la voluntad de querer y por la horrible tristeza de conocer…”(Neruda, 1922: 6).
Además de sus obras poéticas, Pablo de Rokha fue autor de libros de estética, ensayos, artículos periodísticos, cartas, discursos políticos, escritos biográficos, diatribas y hasta un libro sobre problemas agrícolas. Vórtice de un momento excepcional en la poesía chilena,– el de Huidobro, Neruda, Mistral, Cruchaga Santa María, Díaz Casanueva, Rosamel del Valle y otros,– de Rokha fue un verdadero innovador del lenguaje y su obra quiere mostrar una realidad en permanente estado de transformación. En ella, vida y discurso se aproximan, se intercambian, se totalizan y fragmentan en el mismo movimiento. Por ello, para el poeta, hablar, pensar y actuar se convierten en algo inseparable y su tentativa poética es la de mostrar la complejidad de lo real en todas sus dimensiones: políticas, éticas, psicológicas, sociales, económicas, religiosas, filosóficas, emocionales, etc. De Rokha le dio a la literatura chilena una vitalidad desbordante de imágenes, y trasvasijó materiales de corrientes estéticas tan diversas como el surrealismo y el simbolismo francés, el romanticismo inglés y alemán, el tremendismo anárquico de Nietzsche, el barroquismo español, las corrientes sálmicas cristianas o los clásicos griegos y latinos. Su desmesura y violencia poética se deben en gran parte a este intento ecuménico de subsumir todas las grandes corrientes culturales occidentales, en una sola escritura múltiple y simultánea de imaginación e historia. Pero además, proyectó dentro de esa tradición universal, la experiencia de su propia vida en los campos de la zona central de Chile y de sus diversos viajes por las regiones del país y Latinoamérica.
Terminamos esta presentación del poeta, analizando brevemente dos de sus poemas centrales, ambos de largo aliento: “Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile (Ensueño del infierno)” (20 páginas) y “Canto del macho anciano” (30 páginas).
El poema “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile”, publicado en 1949, surge de una original concepción de lo nacional, que aquí se desenvuelve como una categoría arquetípica que involucra a personajes, lugares y acontecimientos del país, los cuales expresan la ejemplaridad mítica de lo popular. Se trata de un poema en largos versículos, que se mueve en el terreno de lo épico y lo epopéyico y en que lo cantado no son las gestas de los héroes, sino algo tan pedestre como las comidas y bebidas de Chile. Como señala Fidel Sepúlveda, se trata de “una poesía donde Dionysos sentó sus reales y conjuró todo lo incitante, evocador y hedonista”(3). Y luego añade
Es poesía en que se exprimen las esencias más populares de lo popular con adjetivación y adverbalización magnificadora. Esta magnificación va avanzando a la veneración, a lo sagrado… Una continua antropomorfización destila vitalidad y gracia. Conjunción de aliteraciones, consonancias o asonancias internas asocian evocaciones y convocan presencias (Sepúlveda Llanos, 1970: 170).
Por su parte, Hernán Lavín Cerda indica que “es el primer caso de una tentativa destinada a concentrar toda la historia de Chile mediante la epopeya y la alabanza de las comidas y bebidas de Chile” (Lavín Cerda, 1983: 98-99).
Desde el título se indica que el tema es poco usual en la literatura épica y lírica: “las comidas y bebidas”. De este modo, algo que todos hacemos cotidianamente como el comer y el beber, se convierte en un acto litúrgico casi sagrado en el poema, dándole a éste un sentido epopéyico muy amplio, que se asemeja a las teogonías griegas de carácter poético-didáctico. Tanto los alimentos como los lugares geográficos aparecen trastocados en referencia a comparaciones humanas, especialmente en el caso de las comidas que se identifican con la mujer o sus partes. Así es como “en Gualleco las pancutras se parecen a las señoritas del lugar” y “será el chunchul trenzado como cabellera de señorita, oloroso y confortable a la manera de un muslo de viuda, tierno como leche de virgen”. El sujeto poético es un yo omnisciente, que apostrofa a los oyentes y les llama la atención sobre lo que describe: “¿Y qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en palo de maqui, en Junio…?”, o que intercala su propia opinión: “Cómase un caldillo de papas, que es lo más triste que existe y da más soledad al alma/ y beba vinillo, no vino, el vinillo doloroso y aterrado…”.
En este poema de imaginería asfixiante y barroca, el poeta mitifica las comidas y bebidas de Chile y simboliza por su intermedio, seres y lugares de la geografía nacional, transformándolos en arquetipos. Para ello, utiliza una comparación metafórica que apunta a equilibrar las antítesis y hace pasar lo concreto a lo abstracto y lo individual a lo universal en un movimiento perpetuo. Así es, como “el vino de Pocoa es enorme y oscuro en el atardecer de la República” y que “la chicha bien madura brama en las tinajas como una gran vaca sagrada”. Esta apoteosis epopéyica, exalta el mundo primitivo de los campesinos, los mineros, los pescadores y la vida rural. No hay en la literatura chilena otra ponderación de lo nacional como ésta. Los alimentos, desde Arica hasta Chiloé, pasan a incorporarse a una mitología autóctona, que semántica y verbalmente no tiene parangón en la tradición nacional. El canto poético fluctúa entre la exaltación de los ritos paganos y el goce sensual de los sentidos, por un lado y la conciencia de una transitoriedad humana que busca esencializarse, por otro. Esta oscilación entre la exaltación y la angustia, se yuxtapone de manera piramidal en los poemas y así es como “la chichita bien madura brama en las tinajas… y nosotros nos acordaremos de todo lo que no hicimos y pudimos y debimos y quisimos hacer/ como un loco asomado a la noria vacía de la aldea”. Estas antítesis se reproducen en todo el poema, como si el dolor y la angustia fueran el único fundamento que el sujeto poético encuentra para lanzarse tras la alegría, el placer o la esperanza. De este modo, cada inmersión en la desgarradura de la vida, conduce al hablante a refugiarse en el goce de las sensaciones. Y de nuevo, como un péndulo que constantemente oscila, se vuelve a la desesperación y a la caída. El poema circula, va de un elemento a otro, haciendo de este continuo vaivén su propia estructura. Por eso es, que el acto de comer el piure y la trucha o el acontecimiento de la vendimia asumen su tradición báquica y devienen en liturgia sagrada.
El poema muestra al lector, todo un sector de la realidad que yacía camuflado por la cotidianidad y el uso. Al sacar del ámbito del puro consumismo a las comidas y las bebidas de Chile y de su estereotipo al huaso y al campesino, éstos se elevan al paradigma epopéyico, cambiando sus signos y sus sentidos. La imagen poética rokhiana hace visible nuevas realidades, ya que las cosas más comunes se encuentran en la belleza y el conocimiento. De este modo, el poema se convierte en una exaltación de valores de las clases populares, al descubrir que de los impulsos primordiales derivan formas esenciales de la existencia: el comer, el beber, la relación sexual y amorosa, la capacidad de reír y llorar, el juego y las diversiones.
Con “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile”, Pablo de Rokha ha convertido en reflexión y estímulo vital, una faceta fundamental de nuestra nacionalidad, las comidas y bebidas, haciéndolas valor auténtico, popular y degustación gozosa para el lector.
Una significación parecida tiene “Canto del macho anciano”, aunque fue escrito en un momento diferente del poeta, a partir de un tema más doloroso–la muerte de su esposa Winétt y su hijo Carlos–, y ya en la etapa final de la vida. Publicado en 1961 en uno de sus últimos libros Acero de invierno, este largo poema representa para de Rokha, la suma del destino trágico que lo persiguió hasta la muerte.
Lavín Cerda indica que “Canto del macho anciano” es “una despedida del mundo: el poeta presiente su enfermedad que se hace más tenebrosa dentro del aislamiento…Canto de amor y de guerra…sus imágenes se descuelgan como una catarata desde ese primer verso premonitorio que lo obscurece todo” (op. cit: 100). Un hecho significativo para medir el tono apocalíptico y angustioso del poema, es el terremoto de 1960 que aparece como telón de fondo y atmósfera negativa del mismo. El poema, especie de testamento poético del autor, establece como tema dominante la contradicción entre la angustia del individuo frente a la finitud de la vida y la lucha social por un mundo mejor. Autocalificándose como macho anciano, el sujeto del poema asume la voz mítica de alguien que contempla su pasado a partir de la etapa final de su vida. De este modo, asume relaciones con los sujetos de otros poemas anteriores y también con las vivencias y temáticas del propio lector, a través de imágenes de terror, angustia, soledad y dolor. Pareciera que un cataclismo de palabras se desplomara sobre el lector al utilizar recursos como la paradoja, la antítesis, la acumulación de sustantivos y verbos, la fragmentación, la desmembración y la enumeración caótica de palabras, las que buscan desarrollar un modo de conocimiento del objeto por aproximación. Para dar cuenta de un mundo en que el presente es sólo transitorio, porque el tiempo lo corroe y desintegra permanentemente, el poeta recurre a formas adverbiales, conjunciones y gerundios. La totalidad representada fluctúa entre lo permanente que es la memoria y lo transitorio que es el momento presente. Con el ajuste de cuentas con el pasado, el sujeto busca retener lo duradero del presente y reordenar el futuro desde una perspectiva visionaria y utópica: “Sentado a la sombra de un sepulcro… escarbo los últimos atardeceres”.
El dolor personal se extiende por el mundo y por los demás seres humanos que sufren, pero esta solidaridad no sirve para rescatar al sujeto de su agonía individual. Por eso, la angustia ante la muerte es inexorable:
Ha llegado la hora vestida de pánico
en la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino, carecen de estilo y de espada,
carecen de dirección, de voz, carecen de todo lo rojo y terrible de las empresas o las epopeyas o las vivencias ecuménicas,
que justifican la existencia como peligro o como suicidio…
La imagen del macho joven (toro negro, revólver) se opone a la del macho anciano a quien “fallan las glándulas” y “se recoge a la medida del abatimiento” o quien “araña la perdida felicidad en los escombros”, De ahí que la caída del presente se asocie con imágenes caóticas y en constante fragmentación. Ellas no sólo expresan al hablante, sino también al mundo que lo rodea: amor, religión, tiempo, muerte. Soledad, desintegración social y muerte parecen ser las amenazas primordiales para la sobrevivencia del sujeto: “solo y vacío, solo y oscuro, solo y remoto, solo y extraño, solo y tremendo”. La muerte es un descenso en el infierno mítico, en los abismos, “tranco a tranco midiendo el derrumbamiento general”, estado de agonía permanente en que “los huesos psíquicos flaquean, el ánimo cruje de doliente y fallan las glándulas, los riñones, los pulmones, los cojones de las médulas categóricas”.
De este modo, degradado por la soledad y la muerte, se sale sólo a través de la mitificación del pasado y del porvenir. Aquí, como en la “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile”, se sobrevive exaltando lo nacional y lo popular, que significa la reconquista de la historia y la recuperación del sujeto individual y social. Por ello, la nostalgia por el tiempo perdido es también la recuperación de la condición humana con todos sus desencantos, frustraciones y utopías: “Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas…arado de pasado e infinitamente de olvido, polvoso y mohoso…”. Hurgar en el pasado es reconquistarlo y rehacerlo históricamente con sus errores y logros. Porque “del dolor del error salió la poesía, del dolor del error”. Rememorar el pasado no es pura nostalgia por lo que se fue, sino también un nuevo modo de conocer, una mirada que busca las emociones perdidas y los aprendizajes del ayer: “y sé perfectamente que no va a retornar ninguno de los actos pasados o antepasados, que son el recuerdo de un recuerdo…todo lo mío es ya irreparable”.
De todos los elementos que se acumulaban en el pasado, el sujeto del poema va a destacar fundamentalmente dos: la obra creativa y el compromiso social. Lo demás es fracaso y frustración, como lo señala en el Canto:
No fui dueño de fundo, ni marino, ni atorrante, ni contrabandista o arriero cordillerano,
mi voluntad no tuvo caballos ni mujeres en la edad madura
y a mi amor lo arrasó la muerte azotándolo con su aldabón tronchado, despedazado e inútil
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si no fui más que un gran poeta con los brazos quebrados
y el acordeón del emperador de los aventureros o el espanto del mar me llamaban al alma
soy un guerrero del estilo como destino, apenas, un soñador acongojado de haber soñado y estar soñando, un ‘expósito’ y un ‘apátrida’
de mi época y el arrepentimiento
de lo que no hicimos, corazón, nos taladra las entrañas
como polilla del espíritu, aserruchándonos.
Ser un “guerrero del estilo” es la aspiración última del poeta y a la que se aferra cuando todos los demás significados le fallan. Se trata de la escritura como fundación del mundo, la cual introduce el equilibrio entre el ser agobiado por el dolor y la muerte, y el ser social que debe ser redimido. La memoria es el rescate del olvido, pero también la aspiración a sobrepasar la transitoria conciencia individual y sumergirse en la utopía social. Ahora, pasado y futuro se confunden, porque ambos son la continuación del viejo sueño de la humanidad que aspira a reencontrar el paraíso perdido. La tarea del poeta es para el “macho anciano”, expresar en metáforas ese sueño del origen (paraíso), la caída del presente (alienación) y la utopía futura (la autenticidad y felicidad de los pueblos).
En el “Canto del macho anciano” se retoman las dos grandes constantes de toda la poesía de Pablo de Rokha: por un lado, angustia y soledad del individuo que se mueve en el tiempo transitorio y finito y por otro lado, optimismo ferviente en un futuro en que la colectividad, el pueblo, la nación, la redención humana, darán origen a otro mundo más justo y mejor. Mientras tanto, sólo el discurso poético permite representar ese movimiento inacabado e inconcluso: “sé perfectamente…que el pulso del mundo es mi pulso y por adentro de mi condición fatal galopa el potro del siglo la carretera de la existencia…pero no puedo superar lo insuperable”.
“Epopeya de las comidas y bebidas de Chile” y “Canto del macho anciano”, son dos obras poéticas fundamentales de la literatura chilena del siglo XX. Adelantado de la vanguardia, Pablo de Rokha logra en estos textos conformar una poesía que une el lenguaje innovador con la crítica social, la acción personal y la búsqueda de una identidad de la nación, más allá de las visiones gastadas de una ruralidad apatronada o un progresismo arrullador y vacuo. En su relectura y reconocimiento sacamos también del olvido a su autor, al patriarca mesiánico, al padre violento, al vanguardista utópico, al militante incansable, al barroco maldecidor, al macho anciano, al amigo piedra, al torrencial Pablo de Rokha.
Bibliografía:
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