Pablo Antonio Cuadra

Inventario de algunos recuerdos

 

 

 

 

 

Ars poética

 

Volver es necesario

a la fuente del canto:

encontrar la poesía de las cosas corrientes,

cantar para cualquiera

con el tono ordinario

que se usa en el amor,

que sonría entendida la Juana cocinera

o que llore abatida si es un verso de llanto

y que el canto no extrañe a la luz del comal;

que lo pueda en su trabajo decir el jornalero,

que lo cante el guitarrero

y luego lo repita el vaquero en el corral.

Debemos de cantar

como canta el gurrión al azahar:

encontrar la poesía de las cosas comunes

la poesía del día, la del martes, la del lunes,

la del jarro, la hamaca y el jicote,

el pipián, el chayote,

el trago y el jornal;

el nombre y el lugar que tienen las estrellas,

las diversas señales que pinta el horizonte,

las hierbas y las flores que crecen en el monte

y aquellas que soñamos si queremos soñar.

Decir los que queremos.

Querer lo que decimos.

Cantemos

¡aquello que vivimos!

 

 

 

 

Introducción a la tierra prometida

 

Portero de la estación de las mieses,

el viejo sol humeante de verdes barbas vegetales

sale a la mañana bajo una lluvia de prolongados tamboriles

y vemos su hermoso cuerpo luminoso como un vitral,

labrador de la tierra,

abuelo campesino de gran sombrero de palma,

cruzando con sus pesados pies la blanda arcilla gimiente.

Ahora estamos ya en el mes de las mariposas

y, alrededor del grano cuya resurrección ellas anuncian

disfrazadas de ángeles,

brotan también las palabras antiguas caídas en los surcos,

las voces que celebraron el paso de este sol corpulento

/y anciano

amigo de nuestros muertos, agricultor desde la edad

/de nuestros padres,

propietario de la primavera y de sus grandes bueyes mansos.

Voy a enseñarte a ti, hijo mío, los cantos que mi pueblo

/recibió de sus mayores

cuando atravesamos las tierras y el mar

para morar junto a los campos donde crecen el alimento

/y la libertad.

Aquí, tal vez, al paso del sol, llegó el primer latido

/de tu sangre,

cuando una doncella virgen se inclinaba para recoger la espiga

y una flor cualquiera era suficiente para conectar una sonrisa.

Hombres valientes nos han antecedido.

Mujeres fuertes como los vientos de Enero

que no decaen bajo la ardiente cólera del astro,

y aquí dejaron sus cuerpos para nutrir tu resistencia desde los pies,

para subir a tu palabra como crece el maíz a la altura del hombre

y vigilar desde tus ojos recios en todo este horizonte de nuestro dominio.

Ellos encendían la fogata después de la labor

y aquí escuché las estrofas de este himno campal

que entonaban nuestros padres en la juventud de los árboles

y que nosotros sus hijos repetimos, año tras año,

como hombres que vuelven a encontrar su principio:

¡Oh tierra!  ¡Oh entraña verde prisionera en mis entrañas!

tu Norte acaba en mi frente,

tus mares bañan de rumor oceánico mis oídos

y forman a golpes de sal la ascensión de mi estatura.

Tu violento Sir de selvas alimenta mis lejanías

y llevo tu viento en el nido de mi pecho,

tus caminos en el tatuaje de mis venas,

tu desazón, tus pies históricos,

tu caminante sed.

He nacido en el cáliz de tus grandes aguas

y giro alrededor de los parajes donde nace el amor y se remonta.

 

¡Oh, sol antepasado,

Oh, procesión sumisa,

de las alamedas y las siembras.

Vengo ala visitación de tus silencios,

tierra familiar de calores afectuosos,

paterna y castigadora,

tierra lacustre recostada sobre la luna,

tierra-volcán en la danza del fuego.

 

Y vosotros, árboles de las riberas,

nidos de los pequeños hijos del bosque,

alas al sol de los buitres,

reses en los pastos, víboras sagaces;

dadme ese canto

esa palabra inmensa que no se alcanza en el grito de la noche

ni en el alarido vertical de la palmera,

ni en el gemido estridente de la estrella.

 

¡Oh! ¡Coger, coger para la pupila

la eternidad azul del espacio

y la mansa libertad de los horizontes!

Nace la hierba y muere en el holocausto

de esa palabra sin voz. Así la flor,

así la bestia y el río

y la más remota esperanza de la nube.

 

Eres tú, colibrí,

pájaro zenzontle, lechuza nocturna,

chocoyo parlanchín verde y nervioso,

urraca vagabunda de las fábulas campesinas.

Eres tú, conejo vivaz,

tigre de la montaña, comadreja escondida,

tú, viejo coyote de las manadas,

zorro ladrón,

venado montaraz,

anciano buey de los corrales.

Eres tú, ¡oh, selva!

¡oh, llano sin lindes!

¡oh, montaña sin sol,

laguna sin olas!

Eres tú, capitana de crepúsculos.

Noble historia de pólvora y laureles.

Porvenir de trigales y de niños:

¡Amor nicaragüense!

 

 

 

 

Inventario de algunos recuerdos

 

a Carlos Cuadra Cardenal

 

Tristezas comprometidas con nuestros pequeños actos inmorales,

esparcidos recuerdos alrededor de una vaca vieja que llenó

nuestros biberones de infancia

y de la yegua anciana donde cabalgábamos en primeros jineteos.

Inocentes percepciones del desarrollo atractivo de la moza

que daba de comer a las gallinas.

Alegatas por adueñarnos de los potrillos nerviosos;

caros paseos matutinos,

o crepusculares carreras en los corrales olorosos a ubres,

o largos internados en la selva con el mimetismo de sus monos.

Campo infantil de nuestras imaginaciones excitarías,

ranchos diminutos alzados por nuestro deseo de propiedad,

hierbas y potreros oscurecidos silenciosamente

/por la hora del Ángelus,

donde nosotros—pequeños campistos—lazábamos

taburetes o perros domésticos.

Voraces apetitos derramando en los blancos manteles

una jícara de tiste;

nuestras grandes modorras. Durmiendo

entre el ruido de las pequeñas chicharras y los grillos agudos

y de las estrellas volanderas que bajaban a las hierbas erectas

en alas de las luciérnagas nocturnas:

Poesía de los nueve años.

Poesía adentro desbordándose ahora por las mismas

/veredas de antaño,

bajo el guacal invertido del cielo,

donde mis manos imaginativas tallan como los indios

los lejanos pájaros del aire.

 

 

 

 

El tío Invierno

 

El tío Invierno, tembloroso y malárico, sale de su cueva húmeda

arreando sus cabros que atropellan el horizonte.

Pájaros grises chillan en el alba pálida

picoteando el sol como una fruta ya podrida.

¡Oh, mi infancia, insustituible y dolorosa!

Miraba bajo el alero el llanto de las cosas como convertidas

/en recuerdos.

—Mi padre dijo: revisen las goteras.

Y la gran tierra materna nos rebosaba

con su olor a tinaja llena de nostalgia.

El tío Invierno sobaba con sus manos mojadas

las ancas de mi potro.

(Íbamos serpenteando por las colinas

con las ropas pegadas al cuerpo,

entre los moscardones excitados

y rostros como sudando una fatiga feliz,

mientras todo volvía, desolvidándose,

en una estela de ubre lechera

y de hierba recién mascada.)

Las vacas enfermas deben regresar al campamento.

Balidos. ¡Oh, la queja animal, tristemente inútil!

Las andantes siluetas colgaban del cielo pardo como títeres

por largos hilos de agua.

Había una voz impositiva y ronca

—el tío Invierno regañón desde los matorrales del horizonte—

tronando

tronando

mientras nuestros caballos pisoteaban la epidermis resbalosa

comedidos y casi elegantes

hinchando sus narices

en el salvaje olfateo de una humedad infinitamente sabrosa.

El toteo de los alejados campistos.

(Recuerdo el coro esparcido en el ancho escenario del llano

repitiendo todavía la velocidad dentro de mis ojos

y la música tamborilera de las hojas tintineantes

y el gimiente contrabajo del río

que se retuerce en las cañadas con su caudal ensanchado).

desde la puerta

—tibia de almohadas—

ordenabas el aguacero de tu pelo

con una luna negra y pequeña como el sueño.

Eran tristes tus distraídos silencios sobre la lluvia.

Tristes y largos los mugidos de las vacas

por los terneros atascados en los fangos

y el silbido vegetal de la boa

—como la raíz de un árbol colérico—

y la garza incontaminada escrita con tiza sobre tus ojos

y los pequeños potrillos jugueteando

a la altura de tu primera comunión.

Luego, en la noche, encerrar nuestra nostalgia

—la melancolía recostada dulcemente en tu recuerdo—

secos ya bajo las rojas chamarras

escuchando los salivazos del tío Invierno

arrojados contra la tierra que se estremece

con un rumor de lejanas batallas.

 

 

 

 

Adormidera

 

Dormite chiquito,

cabeza de ayote,

si no te dormís

te come el coyote.

 

Es la hora del miedo

cuando la noche tiene un ojo blanco de buey muerto

y diez mil ceguas en todos los caminos.

Hemos visto aparecer sobre los árboles

el potro del silencio

donde cabalga el patrón de `Los Enredos,’

macheteado en el camino de Morrito.

En las trozas podridas

debilitadas por pequeños comejenes

reposan todos los espíritus muertos de los campos.

Y las Siete Cabritas y la estrella vespertina

duermen en la rama remojada.

Una hoja del chagüite bañada de sereno

parte en tajadas a la luna.

Los perros adivinaron los agujeros encendidos

por donde entraron al cielo lejanas codornices:

por eso ladran largamente a las estrellas.

En el borde del potrero

se come el zorro a la gallina,

y en la fogata que prendieron en la tarde

zumban los mosquitos del pantano

—solo el hombre silenciosamente,

silenciosamente—.

Hasta los ángeles sentados sobre el rancho

han llorado en la paja amarilla

y en las copas de los árboles.

Durmámonos pequeño

en la hamaca de pita.

Ya no tarda en venir la madrugada

y las ceguas de todos los caminos

volarán a los cerros del poniente.

Duérmete pelón

en la hamaca de pita.

 

 

 

 

Quema

 

Antes de los aguaceros,

antes del movimiento de las hormigas y de la floración

/de los corteces,

cuando cabe toda la tristeza de los campos en una sola

/rama desgajada,

cuando es violenta la rigidez de las hierbas,

cuando el viento ofende como el vapor de una olla hirviente,

cuando truenan los horizontes;

los campistos y jornaleros desnudaron sus musculaturas

y desmontaron las rondas de las milpas.

Cortando a tajo el monte y los rayos solares

que se quebraban sobre las hojas de acero ofuscando la vista

de los zopilotes y de las oropéndolas.

Montones de extenuadas hierbas y lianas amputadas

yacían tendidas bajo la investigación de las gallinas y perdices

que escarbaban curiosas y rápidas como buscando un tesoro

desconocido.

A las doce del día miércoles 18 de Abril

avanzó chillonamente una enorme hoguera anaranjada

y la seca hojarasca

se levantó aletargada en nubes pesadas y sucias

como una manada de cerdos

las llamas como pisándose sus largas túnicas rojas

avanzaban y caían sobre los siete meses de sequía.

Oprimidas por el humo aplaudieron estrepitosamente

/miles de alas desesperadas

con la nerviosa emoción de las grandes tragedias.

Los cuatro costados del campo ardían avanzando hacia el centro

y las víboras y los sinuosos cascabeles

y las gruesas boas atléticas

y al jaguar entorpecido por las resinas humeantes

y el congo de quejidos cavernarios

y el sajino rechoncho y trepidante

y el coyote aullador de las noches perdidas

acudían a un sólo lugar que poco a poco se enfurecía

/en su temperatura

y se llenaba de chispas desprendidas y de explosivos

/tizones amenazantes.

Rápidamente avanzaba en olas amarillas el mar

/encendido y ardoroso

y junto al chirrido chamusqueante de las llamas devoradoras

vibraban en un trozo de sonoridades lastimeras

gruesos aullidos

silbidos venenosos

ronquidos burbujeantes

mientras blanqueaba de espuma la trompa rabiosa del coyote.

Nosotros subimos a los árboles circundantes

para presenciar el cierre completo del círculo infernal

y miramos en las altas puntas de un pochote único y barbado

las cabezas pequeñas y ansiosas cuyas lenguas bífidas temblaban

y en el tronco del viejo gigantón crapuloso y hostil

al jaguar enloquecido girando y describiendo

el estrecho horizonte de su angustia

mientras saltaban hacia el tronco con los ojos

/inmensamente desorbitados

los pequeños animales temblorosos e impotentes.

Con furia las llamas y el humo

cerraron sus mandíbulas candentes

al tiempo que un grito indefinible y humano

hería la tranquilidad de los lejanos animales a salvo.

Luego escuchamos la sacudida tremulenta de la tierra

al caer vencido como un mártir el viejo pochote incinerado

y las víboras negras y las crispadas raíces

se confundían en el extenso tormento de tizones

/y de cenizas encendidas.

 

 

 

 

Jaculatoria al río

 

Flor de la noche prendida

sobre la frente florida:

te rogamos

por la tierra que cantamos.

¡Tallo de la rosa del silencio!

Lirio de agua:

¡perfuma el dolor de Nicaragua!

 

Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua, 1912-2002). Poeta, ensayista, dramaturgo, crítico de artes y uno de los grandes ideólogos de su país, nombre cumbre de la van ... LEER MÁS DEL AUTOR