Pablo Antonio Cuadra

El indio y el violín

 

 

 

 

 

EL CEMENTERIO DE LOS PÁJAROS

Arribé al islote
Enfermo
fatigado el remo
buscando
el descanso de un árbol.
No vi tierra
sino huesos.
De orilla a orilla
huesos
y esqueletos de aves,
plumas calcinadas,
hedor
de muerte,
moribundos
pájaros marinos,
graznidos
de agonía,
trinos tristes
y alguna
trémula
osamenta
aún erguida
con el pico
abierto al viento.

Con débil brazo
moví los remos
y di la espalda
al cementerio
del canto.

 

 

 

LA NOCHE ES UNA MUJER DESCONOCIDA

Preguntó la muchacha al forastero:
— ¿Por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.

Contestó el peregrino: — Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.

Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:

— ¡Tócame! —dijo—. ¡Conocerás la noche!

 

 

 

EL NACIMIENTO DEL SOL

He inventado mundos nuevos.
He soñado noches construidas con sustancias inefables.
He fabricado astros radiantes, estrellas sutiles
en la proximidad de unos ojos entrecerrados.

Nunca, sin embargo,
repetiré aquel primer día cuando nuestros padres
salieron con sus tribus de la húmeda selva
y miraron al oriente. Escucharon el rugido del jaguar.
El canto de los pájaros.
Y vieron levantarse un hombre cuya faz ardía.
Un mancebo de faz resplandeciente,
cuyas miradas luminosas secaban los pantanos.
Un joven alto y encendido cuyo rostro ardía.
Cuya faz iluminaba el mundo.

 

 

 

EL INDIO Y EL VIOLÍN

Cuando Mondoy toca el violín
las nubes de diciembre se desmenuzan en plumas
y al Este cruzan seres celestes en bandos de Calandrias
de Paujiles de Jilgueros de Zorzales.
Mondoy cierra los ojos y ladea la cabeza como los ciegos
porque la música es una ceguera dulce
una laguna de aguas azules.
Por su escala
bajan la siete muchachas, las madrugadoras
a recoger en su red el lucero matutino
coletea entre los juncos en el agua orillera
y Tonantzin lo toma de las agallas y lo ilumina el alba.

El aliento de Tonantzin es el país ilimitado
donde aletea el violín de Mondoy y gira
volátil con un plumaje de palabras secretas. He oído
cánticos en las cerámicas chorotegas
ocarinas lunares de vientos lentos que levantan
olas en la laguna como escamas de peces
pero no esta lluvia, no esta ternura cuando
Mondoy toca el violín y llueve
en Diorimo, en Diriá, en Dirita, en Nindirí.
(¿Acaso no has tenido en el pecho, empapándote
en música, el rostro de una mujer que llora?)

Volverá, tal vez, agosto, el opresor
azuzando sus perros de fuego en la canícula.
Husmean los caminos del sueño. Saben
que la libertad es un vuelo. O un pensar.
O un cantar cuando Mondoy toca el violín.
Pero nada muere. En el aire
hemos sembrado nuestras estrellas y podemos
levantar el pensamiento y sostenerlo
sobre el puro azul. Mondoy
traza una cruz de música en la constelación
del Sur. Mondoy toca el violín
y nuestros pueblos indios peregrinan
al lugar de la promesa.
Una línea blanca marca el borde tiernísimo del horizonte.
Es la hora en que bajan las siete muchachas
las soñadoras con sus sábanas blancas
a recoger el lucero vespertino
y Tonantzin lo toma entre sus brazos
y escuchamos el llanto de un niño
cuando Mondoy toca el violín.

Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua, 1912-2002). Poeta, ensayista, dramaturgo, crítico de artes y uno de los grandes ideólogos de su país, nombre cumbre de la van ... LEER MÁS DEL AUTOR