Otto René Castillo. No estar contigo, se llama viernes

 

Presentamos dos textos claves del gran autor guatemalteco.

 

 

 

 

Otto René Castillo

 

 

En tus ojos el Elba, todavía

Todo el día
ha agitado
el viento
tus cabellos,
vida mía.

Yo, mientras tanto,
veo cómo el Elba
fluye largamente
en tus pupilas.
Gris es el agua
del río,
y él baña
este día
la ribera callada
de tu vida y la mía,
fundando el recuerdo
de una tarde
que habrá de llegar
mucho después.
Gris es, sin duda,
el curso
anchuroso del Elba,
pero en tus ojos,
amor mío,
el río es azul,
azul,
azul ternura.

En lo alto,
las gaviotas
son la libertad.
Desde tu rostro
las miro
girar y volver,
ascender y descender,
y, a veces, se quedan
en un sitio cualquiera
oyendo un largo monólogo
que clama por el mar.

Yo las sigo
viendo
en el fondo
de tus gestos,
por costumbre,
muchos meses después.

El viento
no te deja en paz
los cabellos,
vida mía.

Tú, mientras tanto,
ignoras
lo mucho
que te amo
este día
junto al Elba.
Es tal vez
la última jornada
que estemos
junto a él.
Y tú, sin embargo,
hablas de nosotros,
como de algo
que estuviera todavía
por llegar.
Así de grande
ha de ser
tu deseo
de tenerme siempre
contigo.
Yo, como por descuido,
sigo viendo
el río en tus ojos,
amor mío,
y así hubiera querido
verlo todos los días
de mi vida.

Ahora hemos
llegado.
El viento
se desespera afuera,
amargamente.

Mis manos son,
entonces,
una voluntaria
acción de ternura
en tus cabellos.

Ya el Elba
quedó atrás.
Y ahora
estamos
bajo techo,
pero cuando te inclinas
sobre mí,
preguntando:
“¿Dime, qué te pasa?”,
mi rostro
se hunde sin respuesta
en el agua azul
que fluye de tus ojos
todavía.

 

 

 

No estar contigo, se llama viernes

Era jueves
frente al mar.
en Wismar,
la ciudad
a cuyos píes
el Báltico
agota el esfuerzo
de su biología
convertida en gris
de frente.

Una mole
sin luna ni sol
era el pecho
del cielo lejano,
que también se inclinaba,
a lo lejos,
sobre el rostro
de las aguas
para besarlas,
suavemente musical
y solitario.

El otoño
ascendía a los árboles
y su canto desnudo
era una rama,
bajo cuya dimensión
sin hojas
eran más tristes
los vientos,
y más amables
las piedras y la hierba.

Habíamos caminado
sin hablar toda la tarde.
Después de las disputas
siempre nos buscaba el silencio
y era más difícil hablar
que amarnos sin palabras.
Detrás de nosotros
se había quedado tanto
paisaje y tanto beso.
Los lagos, el tren, el vino.
El hotel, los ríos, las estaciones.
Los pájaros, y siempre los pájaros.

En Wismar, te asombraron
los barcos tan inmensos,
tan pequeños, sin embargo,
que aún cabían en tus ojos.
No lo dije, entonces.
Sólo miraba hondamente tu azul
convertido en sorpresa.

Y ahora el mar, el Báltico.
Jamás había visto mi vida
tanto gris reunido, agitándose
a la altura de mi norte.

“Sabes, te dije,
me marcharé en diciembre”.
“Y ya me duele,
horriblemente,
el último día de noviembre,
en el cual comenzarán
solo diciembres para mi,
para este indio que tú amas,
amor mío.”

No dijeron nada tus palabras.
Heridas en su vuelo,
no alcanzaron a llegar
hasta tus labios.
Después, largo tiempo después:
“Vamos, dijiste.
Hace frío ya para los cuatro
y para esa flor sobre la arena,
tan parecida al cadáver
de una estrella.”

Este viernes
camino por las calles
de mi Guatemala,
la ciudad de la que tanto
platicaba contigo mi esperanza.
Una tímida llovizna gris
lo llena todo con su rostro.
Escondo bajo mi barato impermeable
unos boletines políticos,
que no se deben mojar nunca
sino con la vista de los hombres.
Levanto aún por costumbre
el cuello de mi cubrelluvias,
y nadie dice nada a mi lado.

En mi país se llama invierno
lo que en el tuyo verano.
Pero siempre hay sol
y nunca nieve en el aire.
Es viernes, y siempre será viernes
si tú no estás conmigo.

Pero aún seguimos imponiéndonos
al frío, y seguimos viviendo.
Y aquí, junto a la bandera que amo,
me iluminan todavía tus ojos,
amor mío.