Oswaldo Calisto Ribera (Cachibache)

Rojo encanto de marmota

 

 

 

 

 

ROJO ENCANTO DE MARMOTA

 

CAPÍTULO I

 

I

 

Revolver del friso, del mentón granulado y desnudo, desde una tibia

colina de cemento azur, adiós. Sonríe sobreviviente de octubre, uvas

y lises orondas, ondulada con ojos de matriz amarilla, el extraño

dormitorio encelulado, nuestro corazón imantado en compases con

profética caspa genital. Mamarias eléctricas; interesadas en viajar

cayendo, nos abrazaron con su legión de resinas, -háblame como

un tierno asesino-, en la mitad del anciano cerebro, que se levanta

sobre una oración luminosa, bajo lentas orquídeas cromadas y caravanas

blancas, pérfidos payasos.

Feroces en la lejanía de una nueva noche.

Corpúsculo del huésped malteado.

Pargo.

Lince caricias.

Lince quilos de muerte en manos refletadas.

Un perímetro de devoción. Corderos mulatos, orad en la fobia olvidada de

secretaria. Apúntanos en cada huella de sequedad.

El animal no estaba vivo. Encuestado posteriormente a un ofrendor

Escaleras

sangre

excavaciones

 

 

 

II

 

Borrico amado en ronda postal

¿nunca lo volveremos a ver?

frágil y bello, huyendo, rebotando en bujías intensas de

nuevas manos, pezuñas amatorias

¿quién te alimentará de jamones peludos?

el pálido reino te reclama

beata leporina en la penumbra del fetiche que has desvestido

pisando al muro y su profunda hélice iracunda. Negra majestad

del camarote emboscado.

Latitud risueña en la noche de escaparates que el deshuesador invadió.

Linfa gateando sobre los cabellos luminosos del sueño bouquet

cementina proyectada desde una ejecución prometida

sobreviviente de malformada incubación

héroe, desprogramada institutriz de la obesidad

¿qué boca aspira el delicioso masaje de la tortura?

rabioso esclavo del torbellino cornudo

secuestraron al conejo prendido de su enjambre primaveral

hermanas podridas en la tina, esas suaves y amorosas camarógrafas Vermut

Sobreviviente deambulando de la turbina bactereológica

impreso en la amarillenta espiral de bufos, meridianos vecinales.

 

 

 

III

 

El sagrado jabalí amaba al sucesor del terciopelo

a la ternura climática ensabiada a sorbos de ángel, angosto

sicario de plata.

Sobreviviente de víbora ocre

corcé del ácido, del brillo de la muerte de lunes

plácido cabo del horno verdusco

cribando frescas garras gelatinosas.

Ventanas perforadas por los ojos enterrados.

Arsedo albático.

El jinete eleva su follaje de amaranto

y engarza cojinetes mecidos en la ráfaga verde

ha caído desde sus depresiones nasales, aruñado, resbalando hacia la mancha solar

invadido en la edicta arboladura, en la palma de los cuerpos atosinados

un suspiro de la tetera de paja.

Sobreviviente.

Hongo.

Musaraña.

Anillo afilado en el valle de la corveta.

Daga.

La butaca se inflama como un corazón envenenado.

Detrás, la coda afortunada la llamó la hija morena de tamizal; y el que se

refrescó de miradas magnánimas cuando el niño lobezno se tuerce en

alas de polen, en los besos de abuelo rubio, que buscaba el enfermo

abedul para amasarlo con su húmeda barba, como la sangre que es una

con la flecha en el corazón del venado, y el cielo de los animales perezosos.

Leda oh espía cercada en la llanura del profeta

cuando tu alma empiece a elevarse

coronando al orador ligero y cirrótico.

 

 

 

CAPÍTULO II

 

I

 

Y el recuento de los soles en la corona amada

pronto encasquillan el hechizo los cabellos de trigo

esquivando con fatiga una orilla salina que revolotea

sobre un buzo de lluvia ovalada

y el fresco recogimiento de la gaviota abdominal

reseca, encargada de eternizarse en la colmena del paciente

elegida en la estocada del vacío líquido

soltando gemidos azules, odas cercando el poema alado del

príncipe herido

la pista celeste concibió a un paseante hipo egipcio

a un nuevo arpegio desencantado en la aldea de su cuerpo

El caballo lluvia en lluvia

caballo lluvia en lluvia

Por el abrazo momentáneo del refugio de larvas, pequeñas

amantes las narices que se estrellan bajo una lámpara de

fantasmas residentes del jardín de la mocedad

A un niño

de sonrisa de flor

feo y hazaña

gordito

larguísimo

en calzado de asonada

tierno seno ciertamente insoportable

preludio

petición de estrecho

(living in the garden)

 

 

 

 CAPÍTULO III

 

I

 

Reventar. Inclinado al coro sudoroso sobre el aliento del tablado y el eco maullado del donante

los tibios cerebros, fundidos con la inhalación de la criatura blanca.

Estrellados, evadiendo al palacio de rodillas grasientas, inflamadas bajo la bitácora del viaje nocturno;

por los vitrales de naranja que se erigen como ciegos ojos tirantes de la soledad del huésped del insomnio.

Contra el jardín de la sabiduría y el llanto reventar desde el rosado belfo hacia la estrecha compañía

del rey fardo.

Llevamos bajo el brazo a un precioso animal de cebada y barro verde, al anciano amigo de la orden lacra,

de la mujer con párpado ácido.

Prométenos crecer tan débil, como ese pequeño suicida que está columpiando.

La muerte alarga una pipa de diamante y exhala, y pronuncia un beso

una oración interminable sobre la frente de la nube los ángeles del sueño abordan el recogimiento

de la tarde y el pediatra frustrado ante el crespón de grillos azules

 

 

II

 

Para sorprendernos y confundir la húmeda semilla lunar entre senos de viña forrada en magnolia,

el río tropieza con piedras sucesivas, pómulos con alma de embudo drenando narcisos bajo el mentón

del día, la ribera se repleta de monumentos derretidos, avanza peregrina a tu encuentro con la edad

del manicomio, con el río de espesa yarda y matiné en picada.

 

Un recolector medio dormido atravesando el silencio profanado del naso polizón

sombras tambaleando sobre el oleaje del látigo contra la carne, serpiente entre dos moldes desangre

aldabada bufón santo, enmarquetado devuelves tu rostro arácnido, la camada lacia y resplandina

que te acompaña; un azote delgado recluido en pliegues de herencia sabatina.

Sobre el pináculo de la existencia, tan cerca del húmedo caracol, bajo la sombra de nuestras puntas

parece correrse en el pronto lamento de algún estribillo en la señal irreversible de la saeta remolcada

ajena dama sorprendida entre el desperezo alargado del mancebo

 

 

 

 

CAPÍTULO IV

 

III

 

Asfixiada, marcando los pequeños ojos el combate bajo

la desnudez de la tarde.

Ungüento idílico, has vencido sin capa de duelo

brillando sobre la mampara floral

largos golpes de saliva habitada

pero sujeta a la risa de la reina

tambalea

brevemente

mojada

entre juegos y lágrimas

sensible y coqueta

vorágines que habitan un poro, una virgen de tierra croada

la canción para un zurdo

el petirrojo se despide

con el escape violento de la ramada varal

sus senos se pierden entre cortinas de mirlos

¡recibid! al ciego chapuzón que se deshoja palpitando

aquel órgano de entroncada belleza

cuan esbelta acariciada trinidad

que rasga con su pétalo de arena a la cándida daifa

apeó del sauce un cirujano envuelto en conchas

un mamífero vivo

quizá una urgencia de congas y jarazas

 

 

 

 

CAPÍTULO VI

 

II

 

¡Ah, monje huyendo entre viragos críos de cafetín!

alcanzó rasgar de grana sedienta lamentables perfiles en

adopción

velámenes del tatuaje becado

y fieles articulando la ribera en sudario

¡fieles, eructando, volviendo tráquea y corazón al peñasco:

dolor!

los transportan en grave liza

¡botero!, sobre el tinto brizna la pascua

tutoría considerada a vuestros nudillos de escama silenciosa.

Cava.

Aún, más espesa cuando el cazador supera la membrana

Del sueño

prende su cencerro a verdosa anemia yunta

de nailon busca querellar una corte

y licencioso condado de humus

osezna gangrena de génesis

el puño cae bajo un rubor de mortecina danza

vaya ventisca pasea y recoge extremidades de boda

en mercader taconeo enredando el numen de sus balsas

observa, -valiente guijarro- una octava de mansa cabriola

libar del alaba un gnomo indomable.

 

 

 

 

CAPÍTULO X

 

I

 

¿Arbitria tu pesar esa obertura?

la nieve esparce suavemente a la anciana azul

esparces, oh pino del lumen

barquito donado en secuencias de amor

tu hilo amenaza a esas costumbristas relaciones del mañana

Aleluya, dovelaje y zueco de un alto abolengo

sueños en elevador

cansado por la toalla que un cómico enemigo solicita pronto, tan pronto como las manos

en penitencia de la losa

Adiós enaguas

romped ahora en llanto

ha llegado el momento de abrir el alma del misionero

arropadlo con vuestra pena

fue su herida profunda

mas, los huesos de su aya que lo amaron, esa hada de bolsas llenas

Tenta. Esa es la velocidad

has muerto con un nombre glorioso

 

 

 

 

II

 

Vuestro espía acordona un veneno de espigada claridad

Y el gafete de cándido murmullo apareja al reinado

Pelirrójese, he aquí la victoria de tilos en vuelo

¿habéis preferido el álbum al farallón empotrado?

ya os comenta el bravo relente que en lo alto mece al

afrecho

pues excelencias, a bien comprobar pueden

los arcanos de una inmensa gloria

Si, aquí vuestro caudillo hinca la mollera.

 

Oswaldo Calisto Ribera (Chachibache) Nació en Quito el 22 de septiembre de 1979. Estudió en la Universidad Católica, Comunicación y Artes, Ciencias Ancestrales en el Institu ... LEER MÁS DEL AUTOR