Osvaldo Bossi

Única luz del mundo

 

 

Sobre Única luz del mundo de Osvaldo Bossi

¿En qué contexto aparece “Única luz del mundo”, de Osvaldo Bossi? Es, en apariencia, obvio: en el terreno de la realidad, una realidad que es compleja, llena de aristas, llena de conflicto. En esa realidad, aparece, y se opone, Única luz del mundo. Lo dice en un verso, por ejemplo, cuando “la noche del liberalismo es peor que la noche oscura de San Juan de la cruz”. Lo dice, también, en el título mismo del libro, cita de Cernuda y a la vez ars poética y definición de principios.

Creo que, y es lo que traté de balbucear ayer, la poesía reunida de Osvaldo es la obra de un artista verdadero. Pienso en Fellini, en su definición de artista: él creía que había dos instancias, dos mundos: la realidad y la metafísica. En la realidad, habitamos los y las simples ciudadanos del mundo. En la metafísica, los y las santas. Pero en la tierra media, en ese país de frontera entre el mundo tangible y el intangible, habitan lxs artistas. Es el caso de Os. En ese territorio construyó su Casa de viento.

Una Casa de viento es una casa hecha con palabras, aladas, ligeras, sagradas. Performativas. En esa casa es posible que suceda el misterio de la poesía: la conversión. De calabaza, una carroza. En el caso de Osvaldo: un caballo cartonero es ahora Tornado; una remera sucia de Viejas Locas, telas imperiales. Son peligrosxs lxs poetas, entendía Platón, exactamente por esto, porque son capaces de decir una cosa por otra. Esta es la magia humilde que permite la reconversión y la conservación, la liberación del propio mundo (como bien dijo en su presentación Verónica Yattah).

Y en esta Casa, en esta zona de frontera, lo que circulan son voces. Osvaldo, fellinesco, también es whitmaniano: contiene multitudes: la voz del Coyote, la de Batman, la de Hamlet pero también la Ofelia, Valdemar pero también Tapita, Polaco, Rulo, Babosa, Lisandro: cuando aparece un artista en escena, con un pie en la realidad y otro en el aire, ya no quedan dudas, es el verdadero Frente de Todxs.

Patricio Foglia

 

 

 

 Poemas de Osvaldo Bossi

 

 

No deberías irte y desaparecer así

 

No deberías irte

y desaparecer así, sin una despedida.

Qué importa si nos caemos

como dos borrachos

en el peor de los patetismos.

Yo quiero una despedida como la gente.

Necesito llorar a mares. Decir

que no entiendo nada de todo esto

y luego, ante la inminencia

de la separación, aceptar que caiga otra vez

desde el cielo, ese rayo,

esa cortina de agua que no cesa,

diciéndole a los cuatro vientos: Dios mío,

ya no nos veremos más.

 

Y llevarte después por la calle

en el pecho, en las manos

(un poco transpiradas) tironeando con fuerza

una balsa pequeña

pero sumamente fatigosa y antigua,

hasta el otro lado del río,

mientras una manada de cocodrilos

espera su puñadito de comida.

 

Soy un muchacho comprensivo.

Mi escena se desarrollaría en el interior

de un paisaje blindado

y nadie, nunca, se daría cuenta de nada.

Pero por favor, no desaparezcas de mi vida

como la otra noche.

 

Ya sé que somos aire, sueño, fantasmas

y que ningún ritual, por estúpido o maravilloso

que sea, podrá cambiar esto.

No importa, sólo quiero abrazarte

por última vez, y luego atenerme a las consecuencias.

O pensar, como lo haría cualquier otro

en esas circunstancias, en dormir o morir. Sólo eso.

Y decirlo después, inclusive, en voz alta

como si estuviera por fin adentro

de una relampagueante tragedia isabelina.

 

 

 

Lavanderas

 

Sólo se trata de remeras.

Un simple

puñado de remeras. Blancas o de color,

no importa. Hay una

con flores de marihuana

y una inscripción en la espalda donde se lee

Viejas locas…

Yo las llevo en mi bolso como si cargara

una bomba de tiempo, y luego

cuando llego a mi casa, empieza lo mejor.

Sumergirlas una por una

en aguas perfumadas, en aguas jabonosas

hasta que ya no queda nada

en todo el universo.

 

A veces las refriego un poco, y a veces

las dejo reposar, pero siempre

(no importa lo cansado que esté) las cuido

como si fueran telas imperiales.

 

En la soga del patio

las cuelgo de la sisa

para que no se estiren, y cada broche cumple

una función práctica

y al mismo tiempo sacramental.

Oprimir cada prenda

 

a resguardo del viento, y retirarse

sin dejar ningún rastro.

 

Desde la ventana de mi cuarto las miro.

No son remeras, son

banderas que flamean

bajo el sol estridente del mediodía.

Cada una, a su modo

guarda el recuerdo de tu cuerpo

y la promesa de volver.

 

Es que somos aliados

tus remeras y yo.

Compartimos

una incansable intimidad.

Debe ser por eso que, como las verdaderas

lavanderas, cuando lavo tu ropa, canto

con un anacronismo

que haría enfurecer a las feministas.

Pero en fin.

Yo no soy, nunca he sido

ningún ejemplo para los demás.

Todo lo contrario.

A veces, en la soledad de la noche,

antes de ir a dormirme, pienso

para mis adentros:

Dios mío, gracias

por inventar el amor, que ensucia las remeras

y por inventar el jabón en polvo

que es el complemento ideal

de algunos muchachos que, al igual que yo

confunden tus remeras     tan denostadas

con el Paraíso.

 

 

 

1

 

De pronto soy millonario

y no me gané la lotería.

Tampoco hice una inversión financiera.

Por el contrario, todo se lo di, todo lo perdí

mientras veía el temblor de sus pestañas

bajo una lamparita de hotel.

Pero son las 6 y 45 pm y a las 7 en punto,

en un café del Once, me encontraré con Robin.

¿Se dan cuenta? Ah delicia de esperar

a un muchacho otra vez…

Llegará el día, lo sé, en que no espere nada.

Pero hoy, 18 de agosto del año 2018

en 15 minutos (un poco más, un poco menos)

él me dirá con su voz de trueno y pajarito,

un poco ansiosa: “hola amigo cómo estás”

y el oro de sus ojos, el oro de sus labios

brillará para mí.

 

 

7

 

Cuando duermo a su lado

escucho los murmullos del agua,

la rota maravilla del corazón

haciendo su trabajo de todos los días:

picar la piedra, levantar el cielo.

Aunque dormir, lo que se dice

dormir, ya no puedo. Como si de este muchacho

dependiera mundo. Es una locura, lo sé,

y a la vez, no. Cualquiera que haya amado

me entiende. Un árbol, un pajarito

trinando en su jaula. Cualquier cosa nos puede

desvelar. Por eso me alejo. Me tomo un tren,

no soy insistente con las llamadas

telefónicas. No quiero convertirme en una madre.

Una madre, no. Las madres son egoístas, crueles.

Con esa excusa de que nos tuvieron

en su vientre, te matan, a fuerza de caricias,

sin piedad. Y yo sólo quiero que Robin viva.

Que viva, incluso, lejos de mí.

 

 

14

 

Te miro dormir en la alta noche

y pienso que nada cambiaría. Tu boca

apenas entreabierta, el motorcito de luz

que bombea tu pecho, ni tus piernas

de campeonato de fútbol barrial, ni

la delicadeza de los hombros, ni tu corte

de pelo a la moda, ni los abrojos de tu corazón.

Todo perfecto me parece. De un lado

y del otro, de arriba y de abajo. Cada lunar

es una joya de tiempo. Un tesoro que aparece

y desaparece ante mis ojos, hasta dejarme

sin respiración. No hablo del oro vulgar

que juntan los burgueses, sino del que amonedan

esos pibes que nada tienen, salvo en belleza.

Y esa alegría de vivir, que no es poco. Con eso,

y un par de brazos fuertes, el mundo se levanta

todos los días.

 

 

15

 

Yo no quiero casarme, Robin.

No me interesa el churrasquito a punto

a las nueve en punto. Pero si quisieras

casarte con una chica o con un chico

yo seguiría estando aquí. Te regalaría

una linda camisa que haga juego con tus ojos

y brindaría a la salud de los novios.

Cualquier cosa que elijas contará siempre

con mi aprobación. Y si se viene la noche

como ahora, la noche liberal, peor

que la noche oscura de San juan de la Cruz,

aquí estaré. Compartiendo el pan y los fideos

con manteca, saltando los molinetes

de Constitución, escuchando una cumbia

de Los Palmeras, suavecita, hasta espantar

a la malaria. Juntos, aunque no estemos

juntos. ¿No es eso el amor? ¿Hacer el bien

sin mirar a quién? Aunque yo haga trampa y

te mire, te siga mirando, Robin, de noche y de día,

en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte

como se dice –si puede separarnos– nos separe.

 

Osvaldo Bossi Nació en Buenos Aires (Argentina) en 1960. Es poeta y narrador. Publicó los siguientes libros: Tres (Bajo la luna,1997), Fiel ... LEER MÁS DEL AUTOR