El canto visionario
Por Carmen Nozal
-Texto escrito con motivo del homenaje al poeta Óscar Oliva realizado en el Palacio de Bellas Artes,
en la Ciudad de México.
Hace treinta años conocí al maestro Óscar Oliva. Me habían dicho que él era un poeta de verdad, así que no dudé en inscribirme formalmente al único taller de poesía que tomé en mi vida. Junto con otros amigos, estaba esperando a que llegara a la Casa León Trotsky que en ese tiempo era dirigida por el extraordinario Max Rojas, quién exhalando una bocanada de humo, me dijo con su voz aguardientosa: “Ese que ves ahí es Óscar Oliva”. De la primera clase no recuerdo nada. Solo lo miraba de arriba abajo tratando de comprender qué tenía él de distinto al resto de los mortales y que lo hacía un poeta de verdad. Al terminar la sesión, me acerqué al grupo de alumnos que lo rodeaban y escuché que dijo: “el poeta sabe que siempre hay que dudar de todo, que hay que rechazar los dogmas, las iglesias, las academias, todo lo que se dicta desde el poder”. Me sentí tan identificada con esa frase que me quedé en su taller, en el taller de un poeta de verdad, hasta el día de hoy.
El concepto de estado de sitio representa un estado en disputa, y para ser precisa, un estado de guerra. Posee un aspecto extraordinario y también excepcional, cuya declaración es asumida por los poderes políticos. Se dicta cuando se reúnen circunstancias de extrema gravedad en el orden público y donde la seguridad común y la paz interior se ven amenazadas. El Estado de Sitio del eminente poeta chiapaneco Óscar Oliva, libro medular para la poesía en lengua española, y con el que obtiene el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1971, con Rubén Bonifaz Nuño, Huberto Batis y Jorge Hernández Campos como jurado, surge en un momento donde en México la represión era muy intensa. En él, Óscar Oliva, quién junto con Juan Bañuelos, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida integra el grupo conocido como “La Espiga Amotinada”, aborda temas diversos como la discriminación, los pueblos originarios, y el compromiso del poeta ante lo social y lo político, entre otros. Como dice el maestro Eduardo Casar en la Selección y nota introductoria de La realidad cruzada de rayos, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, “La Espiga Amotinada recoge, además de otros un ámbito temático referente a las luchas sociales por un país distinto; para estos nuevos contenidos, los poetas del grupo componen nuevas formas: buscan y plasman otros ritmos, otras palabras, otro tipo de imágenes. Señala Françoise Perus que si a los poetas de “La Espiga Amotinada” hubiera que buscarles un denominador común “sería tal vez el de su empecinada negación a toda metafísica (que implica la desacralización de la poesía), unida a una no menos firme concepción del mundo que ha de ser dialéctica (y que involucra una común posición ética, en lo vital y poético)”.
En este contexto surge el poema Movimiento nocturno: Cuando estoy dormido/ la ciudad encoge uñas, / hasta el cielo cruje. / Tanto / es el estremecimiento / que acontece / que hasta en sueños veo que la ciudad / no se ha movido de lugar. // Sólo cuando me despierto / encuentro mi cuerpo de cabeza, / mi cama en la cocina, / mi casa en un monte. / Sólo entonces sé que la ciudad se mueve, / que todo se mueve en la ciudad // hasta yo mismo / con cama y casa, / y todo.
Con este poema no queda duda del poder de la poesía, la cual tiene que estar presente cuando se lleven a cabo las decisiones individuales o colectivas de transformación. “Si el verso puede transformar la piedra en geranio y después en venado, / estamos cambiando el mundo, lo estamos sosteniendo de nuevo”.
Óscar Oliva ha expresado en varias ocasiones que “la poesía es capaz de reproducir lo atesorado por la memoria, haciendo infinidad de combinaciones posibles. Pero también la imaginación poética puede no estar sujeta a las limitaciones de la experiencia objetiva, como cuando nos propone lo inédito o cuando provoca una explosión del lenguaje. De una u otra manera la poesía siempre debe desarrollarse en imágenes, frases expansivas, que nos lancen en direcciones múltiples y desemejantes, que provoquen superposiciones de sentidos simultáneos…”
Así, la poesía de Óscar Oliva nace de su interior y sumada a la visión externa que tiene de todo lo que nos rodea, confecciona cada poema de una forma única, cumpliendo con una verdad auténtica. Su presencia se encuentra palpable en sus escritos los cuales representan un ejercicio indiscutible de la libertad humana. Es el poeta que atestigua lo que sucede, que mira y observa con los ojos de la mente, y también es el poeta de la congruencia porque lo que piensa y siente lo escribe y lo que escribe, lo practica. Es un poeta que recoge la violencia en sus diversas expresiones para escribirla con sus distintos tonos, ritmos y cadencias, y es un poeta comprometido con la naturaleza. Conoce muy bien lo que sucede en Chiapas: sabe del saqueo y de la explotación que desde la conquista a la fecha se ha llevado a cabo en los pueblos indígenas de su tierra. Conoce la degradación, reflejada en las selvas y montañas, espejo de la miseria humana. Pero también sabe que el poeta tiene que comprometerse con el conocimiento y estudiar sobre la ciencia espacial y la tecnología, necesita saber de genética y de energía nuclear. Necesita estar informado de lo que sucede y cómo es que sucede en la existencia para poder escribirlo. Pero ¿cómo escribe el poeta Óscar Oliva?
Impotencia del pensamiento impuro
Es como si yo escribiera con la mano metida en la sangre. // A través del ojo del buey que está a punto de morir, / veo lo que acontece en mi interior: no hay ningún paisaje / donde dejar los labios enronquecidos de tanto andar, / no hay donde dejar la salud cansada de tanta iracundia. // (El papel me mastica en silencio, mugiendo, y acaba/ por tragarme.) // Es como si yo escribiera recostado en la astilla / de una estrella, / que de verdad fuera irreal, insustancial improbable. / Entonces pienso en la palabra Samar, / que se me sale por todas las estrofas, / hasta que cae a mis brazos como una muchacha. // Samar, digo, / y Samar corre como una punta de flecha, / de puntillas / sobre la alfombra incierta de mi teatro, / digo, / y mis pinzas la aprietan como un lápiz, / sin saber a ciencia cierta si Samar quiere decir sombra, / o si quiere decir algo, / o es un planeta que vive en la sombra o un barco desprendido / de un sol reciente / que ha llegado a encallar en la arborescencia de un helecho. // En el espacio que me rodea se abre una ventana: / una mano atraviesa ese hueco y aprieta mi nuca. / Esto es todo. / La ventana desaparece. // Por unos segundos he visto y sentido / algo que está más allá del delirio. // Golpeo el espacio con una cuchara, / pero no hay muros ni ventanas / sólo materia transparente, / velo / cubriéndome a soplos. / Mirar me desangra. // Tal es que cada palabra que escribo se vuelve / contra mi pecho / me ensarta con una bayoneta de trigo airado. // Pongo una vara en la suite de las palabras para que no callen. // Es como si yo escribiera con un oboe metido en la sangre.
Oliva ha explicado en varias ocasiones que en la poesía debe haber madurez e inmadurez, juventud y experiencia. No cree en la improvisación. Cree en el trabajo, en la indagación, en la perplejidad, en la capacidad de asombro, en el poder de la imaginación, en la transformación de la poesía y de la existencia, en la perseverancia ante una realidad por la que siempre seremos sobrepasados. Por ello, él mismo ha dicho: “trataré de ser un cronista de todo lo que sucede”, como lo es su rodilla, lastimada desde 1968; como lo es su hígado, su próstata y su pulmón, testigos de cómo su cuerpo sobrevivió dos veces al cáncer, como lo es su propia vocación desde la que confiesa: “no soy más que una voz desbocada / salida de las montañas”, y como lo es su vida, hecha en familia, al lado de su esposa y compañera Sonia Quiñones, quien ha estado hombro con hombro y corazón con corazón a lo largo de todos los versos escritos en más de veinticinco libros y de la que Óscar Oliva refiere: “Yo soy Sonia y Sonia es mi cuerpo y mi poesía.”