Orfila Bardesio

Julieta en el páramo

 

 

 

 

 

EL CORDERO

 

Antes, cuando era un cordero sobre la hierba,

-¿te acuerdas, pequeña brisa de mí?-,

Antes, cuántas cosas te dije sin usar de palabras,

cuántas cosas quedaron en el césped.

Sobre la paja venían hacia mí en el invierno

aquellas duras voces de la tierra llenas de frío.

Mis tobillos sentían germinar todos los seres

y mi hocico libaba el perfume de Dios

abandonado en la hierba.  Iba descalzo sobre las voces

y la corola de mis oídos se abría en mi talón

y en mis manos y en mis ojos y en mi piel

y también en mi cuerpo se oía el extenso violín de la pradera.

 

Cuántas cosas quería decir a los niños, la comprendían,

y confiaba en los hombres como en una campana.

-Los hombres eran pastores de cristal, una hiedra de ángeles

alrededor, una hoja de Dios, sus frentes.

El aire sobre ellos no podía volar más,

no quería volar hacia el árbol ni al insecto ni al fruto,

porque ellos eran el último puerto de su danza-.

Yo estaba triste porque el mar me llamaba

y los corderos no tienen nave, y porque no tenía gaviotas

en mis patas para cruzar el cielo.  Yo estaba triste,

pero las campesinas sabían que eran inmortales

y estaban tranquilas.  Ellas se aproximaban a mis nubes,

en mi establo dormían silencios sin heridas

y en mi alma no había cenizas de espigas ni de cisnes.

 

 

 

 

EL CISNE

 

I

 

Cuando me desperté, el tallo de mi pecho era de plumas

y mi raíz flotaba.

Yo era un ramo de vuelos, de danzas y sorpresas.

Y mi voz era suave, apenas tenía eco,

mis dedos como el alba,

la rosa de mi vientre de mil hojas.

En mi alma subía una fuente por el silencio recibida

y mi sombra era pálida

como si apenas existiera.

No podía pensar, era reciente,

en el río no pesaba mi cuerpo, el aire descuidado

podía lastimar mi oído sin costumbre,

campanas en mi pico levantaba

al remo de una prisa abandonado.

 

 

II

 

El viento me despeina, me empuja, me hostiliza,

me pide que lo lleve, y sus veloces llamas no me queman.

Amenazo las nubes, las cambio de lugar y las asusto.

Sostengo al cielo en el espacio hasta que Dios despierta

y giro alrededor del arcoíris.

Encuentro flores raras que me miran

y perfumes sentados en transparentes escaleras.

Persigo a la distancia cansada de alejarse.

-Saludo a una paloma y le ofrezco

los huesos de mi cuerpo en el aire-.

Una pradera grita, herida por las fiestas de mi vuelo,

y la niebla murmura que el álamo no existe,

que las torres no vuelven y que las catedrales

no pisarán el suelo que desprecian.

Las águilas arrojan una plaza madura,

cae un circo del sol en mis venas,

jardines, meridianos, desafíos.

El mar es una alfombra esclavizada.

 

Oh Muerte, desde aquí yo te amo

como a las fuentes que no hacen daño.

Acaricio tu sombra sin miedo ni piedad.

Yo soy un cisne volando sobre el mundo,

te abrazo con mis alas, te mancho de alegría

y de blanco, te sigo y me deshojo sobre ti,

sonrío sobre ti como si fuera eterno.

 

 

 

 

JULIETA EN EL PÁRAMO

 

 Muertos presentes en el humilde fuego de las cosas

y en los correspondientes movimientos del agua del silencio

que circula entre ellas,

muertos que ya sois flores en el misterio claro,

mirad los cuatro lados de mi muerte,

mirad mis soledades de metal y los guardianes

que me prohíben conocer,

conducid mi tristeza a los jardines de los huesos,

llevad a los espacios mis alegrías circulares,

interrumpid mi sueño con un vino

que sabe que existe,

elegid los mejores latidos que tengo,

juntadlos como tibios guijarros,

y probaos mi frente, mis lágrimas, mi infancia,

seguid por el oscuro corredor hasta mi mesa

y repartid mi pan entre vosotros,

tomad mi voz prestada para decirme al menos

quién os echó desiertos y silencios,

robadme las sonrisas, los pulmones, las manos,

y bebed de los ríos que llevo a la sombra,

antes de que amanezca, aunque mi cuerpo

tiemble como indefensas hierbas,

¡oh muertos!, abrazadme,

abrazadme y cantad antes de que amanezca,

cantad desde mi vida como lluvias consoladas.

Llevadme a la extensión

en los hombros de las libres manzanas,

llevadme por el aire de la tierra hacia el sol,

llevadme a las ventanas donde hierven abejas con setiembre,

llevadme a la pradera en que sucede la gloria de las puertas,

llevadme hacia el ardiente cementerio.

 

 

 

 

EL CABALLO

 

Un caballo de mármol ardiente

con panales de espuma y con miedos de hierba

en la boca, las orejas atentas oyendo

vibraciones extrañas al hombre,

sus patas como el cuello de las fuentes.

Y mariposas en la sangre,

y mariposas en el belfo,

con una prisa en el hocico.

Y su cola se abre como una campana

en el aire y sus crines lloviendo

como blancos otoños.

Un caballo que olvida la tierra.

 

Un caballo que tiene una hoja del mar

en el cuerpo, una hiedra sensual

que hunde su serpiente en el oído

y el caballo se va revolcando,

ovillando, extendido, cayendo rocío

del olfato llameante, oh árbol animal,

se va, se va en un himno,

en la pradera del cristal,

se va oliendo la luz, la alegría,

levantando su nave gloriosa, salvaje,

solitario, sin puente, orgulloso,

y sus huellas se quedan llamándolo.

 

Ya no vuelve, no vuelve,

ya pasea en un viejo jardín olvidado,

en un bosque de fuentes,

entre ciervos de lluvias saltando,

donde pide su cuerpo el espejo,

donde busca la risa sus labios.

Ya la luna le muestra raros

mapas de sueño y se queda

sin muerte en un prado.

 

 

 

 

EL RÍO

 

A Jorge Luis Borges

 

Ignora qué leopardos o qué olivos

colaboran en su número de llamas.

En qué oscuras entrañas

se levantaron sus orígenes del musgo.

En qué fecha de álamo se movieron los labios

de su continuo nacimiento.

-Su nacimiento no ha cesado nunca-.

Es extraña a sus manos y a sus huesos,

extraña a las columnas de sus piernas.

-Entre ellas, reina amistad de compañeros,

su respetuoso amor las vuelve

cada vez más desconocidas-.

Extraña es la viajera que entró en su rostro lejano.

Conducida por guías al más seguro sitio

se ha perdido en un arpa de hojas.

Si los carruajes llevan sus ojos a la visión

o sólo el peso de desiertos,

bruscamente aumentados.

Desnuda, ni la delgada línea de un cabello

la separa de remotas estrellas.

-Su geografía gasta fronteras con golondrinas-.

Su vigilia es quemar alrededores.

Su trabajo es salir, es correr.

Su profesión es la de un río

que no quiere consuelo.

No hay tesoro que pueda detenerla.

 

 

 

 

El GUERRERO

 

Los violines levantan a sus ojos delicadas columnas.

-La orquesta construye siempre de nuevo el mundo-.

Los bailarines victoriosos en un salto vibrante

se vuelven más que hombres, fuego.

Los cuadros abren puertas con ritmo.

-Los retratos desembarcan personas-.

Las viñas se pierden en los cristales.

Los viajes dejan los países

y vienen a buscarlo, como hermanos.

Los castillos le ofrecen alfombras

donde callan secretos milenarios.

Las naves lo alejan de sí mismo.

El oro lo separa de su muerte.

Lo alcanzan mantos de una gran tormenta.

-Sin que sus llamas mueran

en las palpitaciones verdes

se interna en estos bosques encantados-.

Como el antílope por los olores reconoce

las alegrías que le pertenecen en la hierba,

encuentra reflejados los ecos de la luz

en donde cantan sus tobillos.

Porque su rebaño de rostros

llegando siempre al día

dibuja solamente los mapas de la ausencia.

Porque

vive en un fugo incesante y extraño

que lo sostiene lejos de la muerte.

Porque,

en un viento que los muros no quiebran

su frente corre sin descanso,

su boca se consume de sed junto al agua,

y sus manos, guerra con trajes,

con ademanes, con sonrisa,

tocan abismos que las respuestas no calman.

Porque

bajo la Música, la Danza, los cuadros, los vinos,

los palacios, los viajes, las monedas,

arde sin nieve,

su cara inconsolable

no vencida por las ofrendas de la tierra.

 

 

 

 

LA ADOLESCENTE

 

A Concepción Silva Bélizon

 

Desnuda, blanca, sola, como los huesos.

Un puñado de hormigas. Unas manchas de lluvia.

Una puerta. Unas brisas nacieron de sus madres.

– Sin libros, sin trajes, sin números,

entre la selva y sus paseos.

Abrazada en secreto por los árboles.

Amanecida por el asombro.

Recordada por pinos antiguos en los muebles.

Confundida con las noches.

Frecuentada por la sal – .

Con un brazo aleja las orillas que la separan del agua,

con el otro, invita ojos detenidos por el miedo en los umbrales,

a recibir las cartas de las sed.

Sube a estrellas ardientes por una escala de oro.

Mientras las brújulas, los mapas, los dibujos

esperan conducir el eco de sus flautas,

se olvida por la luz en las abejas finas.

Con el pecho encendido por un racimo de planetas,

– de los metas, al fuego,

de la respuesta, a la pregunta,

de la piedra, a las lágrimas, vuela

en un columpio que sostiene

un pez confiando brillos a delgadas alturas-.

 

 

 

 

EL RAPTO DE LA ADOLESCENTE

 

Cuando disponía de una playa sin límites

en el centro de su adolescencia,

se olvidó por las olas,

cuando le entregaron fuertes palacios

dominando la montaña reciente,

se afinó en los jardines,

cuando le concedieron soles de ciego,

sus aves no pudieron permanecer en la tierra,

cuando aceptó la cabellera,

no tenía en su lluvia

ningún instante para las sombras,

su sed no recibía consuelo del oro,

de la distancia, de los números,

así es que confiada en sus venas

domaba límites por las praderas

como de costumbre, cuando, sin querer,

en una apasionada correría

quebró el horizonte para siempre;

sus huesos no pudieron sostener

las alas que movía entre las cosas,

su corazón no pudo conseguir espacio

para heridas nuevas, y como un fruto,

fue madurado por los filos,

las danzas en sus tobillos

cumplieron aquella ley que dice:

“Obedecerán a la gravedad todos los cuerpos

siempre que la alegría de los mismos

sea proporcional a la atracción de la tierra,

pero aquéllos cuya alegría sea mayor

que la atracción de la tierra,

obedecerán a los cielos”,

por eso, si crónicas rigurosas

describen su vuelo extraño,

despiertan violines,

si dicen “muerte”, sueltan naves,

sus huesos no pudieron sostener

se dien “a la tarde”, alientan amanecer;

si “pasión”, dibujan una cruz,

si, por ejemplo, “débil”, columnas en el desierto,

si “razón”, encienden coros de llamas,

si llegan a decir “conocida”,

invitan al huerto a un desconocido,

si pronuncian el nombre del que amaba,

descienden mantos, porque ella supo quién era,

ella lo invocaba, mientras desaparecía,

si publican sus fotos, devuelven al aire un ciervo,

al cristal, humo necesario,

ella fue transformada en nube por abejas,

fue extendida por los vientos como los perfumes,

toca desde lejos, desde el sueño que la rodea,

sin tiempo, como un bosque, el Otoño,

recibe manos en sus brisas,

lleva un paseo a la paloma

donde no hay nada que temer,

las generaciones la recuerdan con reverencia,

le dejan inclinaciones,

le corresponden con violetas.

 

 

 

 

EL POETA

 

Lejos de ocios y telares

un espejo ardiente

recibe caras que no ha pedido.

Con vuelo, no corona las cosas:

dentro del agua que lo recuerda

besa a todos los seres

en el caracol marino

correspondiente a su turno.

 

Orfila Bardesio (Montevideo, 18 de mayo 1922 - ibid 14 de octubre de 2009) fue una poeta y profesora uruguaya. Orfila Bardesio vivió un largo período e ... LEER MÁS DEL AUTOR