

Presentamos tres textos de la imprescindible poeta argentina pertenecientes a su libro Con esta boca, en este mundo.
Olga Orozco
Espejo en lo alto
A Alberto Girri
No sé si habrás logrado componer tu escritura
con aquel minucioso tapiz de hojas errantes que organizaba huecos y relieves,
prolijos ideogramas en este desmantelado atardecer;
tampoco sé si alguna vez me hablaste en los últimos meses
con ese congelado tintineo del vidrio, con el rumor del mimbre,
o el apremiante latido del corazón a oscuras;
y quizás tu mirada fuera entonces esa mirada circular del ágata,
que se abre, que se expande, que se amplía de agua en aire
más allá de la piedra y el fulgor y más allá del mundo.
Imposible saber. No consigo abarcar lo que me sobrepasa y te contiene;
no puedo descifrar de pronto las señales que no fueron costumbre.
Porque ahora traspasaste del todo la zona de los delirios y las emanaciones,
donde la selva y las acechanzas de la selva se confunden,
y los días se tiñen con el color de lo que ya no es, de lo que no será,
y entre un cuerpo y su sombra vuelca el viento veinte siglos de historia
y en una y otra mano se multiplican las semillas de la incertidumbre
y a uno y otro pie se anudan las serpientes de la contradicción.
Porque tal es la prueba y tales las maquinaciones de la simuladora, inabordable realidad.
No en vano deshojaste la envoltura del sueño y la vigilia,
palabra por palabra y ausencia por presencia,
hasta el último pétalo, hasta el temblor inmóvil del silencio.
(No revisaste acaso, palpando, escarbando, horadando la trama del poema
el revés y el derecho del destino, los nudos del error, el bordado ilusorio,
sin encontrar la pura transparencia que permita mirar al otro lado?
Tu fuerza fue habitar en el Reino del No la casa de los innumerables laberintos,
probando las entradas, rondando las salidas,
acechando visiones contagiosas, insectos y peligros y ratones.
e una casa oscilante, en continuo equilibrio,
justo en el borde de la inmensidad;
y allí viviste alerta, ensayando la ausencia, desasido de ti
-tu primera persona del singular cada vez más allá,
siempre más cerca de algún otro tú-,
siendo a la vez el cazador que descubre la presa y abandona el asedio
y el pájaro que intenta desterrar con las alas su recuerdo en el suelo.
Ya eres parte de todo en otro reino, el Reino de la Perduración y la Unidad,
estás en el eterno presente que huye, que se consume y que no cesa,
y podrás ser por fin el nombre y lo nombrado.
Pero yo sé que casi medio siglo de amistad, permanencia, emociones y amparo,
no me basta para encontrar que una pequeña huella,
una chispa en suspenso, un flotante perfume
son, en medio del anónimo coro universal, de la corriente del acontecer,
tu modo de dictarme lo más justo, lo más bello y lo más verdadero,
como antes, como siempre, con un gesto, con un talismán, con una lágrima.
Y si así fuera, ¿cómo responder?
A partir de mi boca, de mi congoja y mi ignorancia sólo puedo rogar:
“Señor:
Haz que tu hijo sea como el más incontaminado de todos tus espejos
y muéstrale las cosas, así como él quería, tales es como son.
¿La prueba es el silencio?
Con un costado vuelto hacia este mundo,
solamente un costado, expuesto día y noche a la depredación y a las mareas,
y el resto sumergido no sé dónde, a tientas y a temblor,
espero desde tu sombra en blanco una señal.
He oído el confuso parloteo de bocas invisibles en el bosque nocturno,
y hay alguien que me sigue paso a paso
y es puro resplandor y es sólo ráfaga cuando yo lo persigo;
a veces una lágrima cae sobre mi mano,
helada, desde nadie,
lo mismo que la llama del aliento que de repente corre por mi cara.
Pero ésas no son pruebas.
Ni siquiera evidencias de que los muertos vuelvan.
¿No son más bien los vínculos que fragua la nostalgia,
así como la oscuridad convoca siempre un campo de amapolas detrás de la pared
y cada luna llena busca por los canales los espejos trizados del amor?
¿Y ahora por qué vienen estas frases arrancadas de cuajo
y todos estos cielos desfondados y rotos?
Yo no te reclamaba emanaciones de las dichas perdidas,
fantasmas que se rehacen a partir de un perfume, a partir de un sollozo,
y que son los fantasmas de mi negación.
Pero desde el costado que se desprende y huye con su bolsa de huesos
hasta el otro, el oculto, el increíble,
el que acaso aletea contra la semejanza en medio de la mayor oscuridad,
yo te pido un milagro, tan leve,
tan fugaz como el humo que un sueño deposita debajo de la almohada.
No, yo no necesito un testimonio de tu exacta, entreabierta existencia,
sino una prueba apenas de la mía.
Ah, Señor, tu silencio me aturde igual que la corneta del cazador perdido entre las nubes.
¿O estará en el castigo, en el Jordán amargo que pasa por mi boca,
tu respuesta,
la voz con que me nombras?
Se levanta en la noche y anda
La aflicción mayor es la del porvenir traicionado.
-Gastón Bachelard-
“Ojalá nos hubieran devorado los monos
bajo el ácido aliento de aquella callejuela del mercado,
en el amanecer húmedo y gris.”
“Ojalá nos hubiéramos envenenado con aquellas almendras tan amargas,
mientras brillaba como nunca el sol.”
“Ojalá te comieran el corazón los perros todavía,
bien lejos, amor mío,
los perros en la noche que te apartó de mí.”
¿Quién maldice en voz baja?
¿Quién susurra como nodriza loca entre los aleteos de la oscuridad?
Es alguien que se levanta a tientas y empieza a caminar entre los muertos;
alguien que roza un trapo o que pisa una sombra con un escalofrío.
El lugar está lleno de trastos, de alimañas y de polvo insistente por todos los rincones.
No hay sitio ni para una moneda por aquí.
Pero ella vuelve del revés los días, revisa los agujeros de las noches
hasta el vacío del final.
Una vez más aún, una vez más busca entre vidrios rotos la llave del error,
entre cuentas vencidas la cifra del fracaso,
entre ataduras sueltas el nudo del adiós.
¡Ah memoria, memoria,
cuando apilabas sólo encantamientos de hoy para mañana y después de mañana,
tenías las manos fervorosas y los ojos de transparente miel!
Mamá, papá, no me miren ahora desde allá, desde entonces,
como si mi destino estuviera anunciado por la fulguración de las estrellas,
como si fuera el ángel del futuro esplendor.
Sí, sí, todo estaba teñido con el color de los paraísos prometidos
y yo era como el sueño de la más absoluta, la más incorruptible de las primaveras.
Julieta suspendida del canto del ruiseñor hasta el veneno,
cada encuentro en el filo del cuchillo y cada cielo en ascuas:
el imposible triunfo del amor que siempre se traiciona.
Mamá, papá, recogieron los dados.
No seré ni siquiera como el punto luminoso de Keops para el amante,
ni mi ausencia será tiniebla sin remedio para nadie hasta el
juicio final.
Pero bórrate ya, espejo infamatorio, espejo usurpador,
¿acaso hay alguien más infeliz que yo en este inalterable, mutilado universo?
“Te pertenezco”, dijo. “¿Tanto como los ojos que no ves,
como la voz que clama en el desierto?”, dije,
“Tanto como tú misma. Tanto como el lugar del bien perdido.
Pero ésta es una historia para después del mundo”, dijo.
¡Ah memoria, memoria,
tienes las manos frías y la mirada oscura de los que vuelven desde nunca!
Llevemos, de todos modos, esas habitaciones abismales,
esos parques con lluvia y aquel muelle donde sólo es verano.
No dejemos caer las lámparas guardianas ni las cartas tan frágiles:
pongamos en esta misma sal los besos, los adioses, los retornos;
guardemos cada piedra, cada sol, cada lágrima.
Y así, paso por paso, año tras año, hemos forzado el tiempo
reavivando el pasado boca a boca con el vino vertiginoso del porvenir
hasta ver el presente posado aquí o allá como un pájaro ciego.
Fue un incesante y arduo traslado subterráneo.
Ahora estamos cerca del final, de cara contra el muro que no cede.
Han caído ciudades; han pasado dinastías de hormigas.
Todos estos escombros han sido removidos, triturados, confundidos,
sin ninguna piedad, sin ninguna esperanza.
¡Ah memoria, memoria,
nos hemos deslizado varias veces por los alrededores de la eternidad,
donde alguien nos estará esperando cualquier día, “para después del mundo”, como dijo!
Entonces ella se alza entre ráfagas frías y turbios remolinos
igual que las mendigas destempladas de los basurales,
y tropieza y escarba y maldice tu sombra todavía:
“¡Ojalá te comieran el corazón,
ya frío,
los perros en la noche que te alejó de mí”.