

Presentamos dos textos claves de la enorme poeta argentina perteneciente a su libro Con esta boca, en este mundo (1994).
Olga Orozco
Miradas que no ven
Adán miraba el mundo y no lo conocía,
ni Lázaro,
ni yo.
Adán abrió los ojos sin ninguna nostalgia, desasido del sueño original,
amparándose a ciegas en la imagen y en la semejanza,
y no entiende qué es, y ni siquiera sabe que está solo.
Su asombro es un jardín donde se precipita vertiginoso el universo;
su día como relámpago de tigres, su noche como delirio de
su esquiva sombra.
y no hay ningún deseo que le anuncie lo ajeno, la culpa y la caída.
Podrá probarse todas las caras de la dicha
en los cristales de las primeras olas, de las primeras lluvias,
bajo el cielo inmortal,
porque lo asiste Dios por todos los costados.
Ahora vuelve a mirar, asómate otra vez:
la manzana roída, el rastro zigzagueante del error en la tierra burlada,
todo tu eterno edén contaminado por los pantanos de la muerte,
mientras caes y caes por la espiral del tiempo,
acorralado dentro de tus propios rincones, sin hallar la salida,
sin encontrar siquiera la palabra que asemeje al sol del bien perdido
Y sólo la mujer para inculpar:
espuma y desvarío, la carne de tu carne el hueso de tus huesos
Nadie más que te asista, nadie que te proteja de tu inhumano nacimiento.
Ya puedes escribir sobre tu especie tu nombre multiplicado por el polvo.
Has querido esconderte y es dios quien se ha ocultado.
Lázaro regresaba de una región confusa de vientos y nieblas
con la oscura memoria de un abismo debajo de los pies.
o estaba en un portal que daba ¿adónde?
cuando la voz lo arrebató hacia atrás como un huracán de fuego,
invirtiendo el oleaje hasta el blanco sepulcro, hasta el blanco vendaje,
hasta el claro de luna embalsamado que cubrirá su soledad en este páramo.
¿Acaso no será en adelante el extranjero, dos veces arrancado de raíz,
el que dejó de ver y entrevió y ya no sabe,
el que no puede ahora traducir un indecible idioma de fronteras?
¡Ah, volver a nacer es volver a morir también del otro lado!
Andará entre los vivos lo mismo que un fantasma, como un ala extraviada,
sin acertar siquiera si este remoto mundo es un reflejo del sospechado paraíso
o sólo un engañoso lugar para probar la medida del alma.
Todo cuanto contempla se volverá distancia, como detrás de un velo,
como detrás de nubes, de lluvias de ceniza.
Su cabeza era noche encandilada, era fisura y humo.
y todos los manjares tenían el sabor de las agrias almendras de la muerte,
y hasta el sol era frío sobre la piel helada,
aunque ahora viniera de la mano de Dios.
Yo no inauguro el mundo ni vuelvo de un exilio debajo de la nieve,
pero no reconozco los lugares ni encuentro mi refugio exacto en cada día.
Rompieron la fantástica envoltura del tiempo; le vaciaron la cara.
¿Quién tapió con pedruscos las ventanas?
¿Quién derramó estas sombras insaciables que roen las paredes?
Algo sacó de quicio los colores
y alejó cada brillo del alcance de mis pies y mis manos.
Mis ojos no recuerdan estos ojos que veo, ojos que son distantes
a través de las luces tan avaras y el fulgor de las lágrimas.
Los que amaba se fueron; quizás los que me amaban olvidaron quién soy.
Palabras desgajadas, sacudidas, aventadas por ráfagas impías.
Labios que no acertarán jamás con otros labios.
No comprendo las voces que susurran ni las menudas risas que aletean
a ras del suelo o del subsuelo, apenas,
ni este viento que gira y arrastra unos jirones de felpa ennegrecida,
papeles desgarrados, frases adulteradas, oros desvanecidos,
y siempre, en todas partes, sigiloso, como a tientas o en sueños,
un llamado insistente se abre paso, un llamado confuso que me asedia.
¿Dios estará tal vez pronunciando mi nombre contra el vidrio final,
contra el silencio congelado?
Les jeux sont faits
¡Tanto esplendor en este día!
¡Tanto esplendor inútil, vacío, traicionado!
¿Y quién te dijo acaso que vendrían por ti días dorados
en años venideros?
Días que dicen sí, como luces que zumban,
como lluvias sagradas.
¿Acaso bajó el ángel a prometerte un venturoso exilio?
Tal vez hasta pensaste que las aguas lavaban los guijarros
para que murmuraran tu nombre por las playas,
que a tu paso florecerían porque sí las retamas
y las frases ardientes velarían insomnes en tu honor.
Nada me trae el día.
No hay nada que me aguarde más allá del final de la alameda.
El tiempo se hizo muro y no puedo volver.
Aunque ahora supiera dónde perdí las llaves
y confundí las puertas
o si fue solamente que me distrajo el vuelo de algún pájaro,
por un instante, apenas, y tal vez ni siquiera,
puedo reclamar entre los muertos.
Todo lo que recuerda mi boca fue borrado de la memoria de otra boca
se alojó en nuestro abrazo la ceniza, se nos precipitó la lejanía,
y soy como la sobreviviente pompeyana
separada por siglos del amante sepultado en la piedra.
Y de pronto este día que fulgura
como un negro telón partido por un tajo, desde ayer, desde nunca.
¡Tanto esplendor y tanto desamparo!
Sé que la luz delata los territorios de la sombra y vigila en suspenso,
y que la oscuridad exalta el fuego y se arrodilla en los rincones.
Pero, ¿cuál de las dos labra el legítimo derecho de la trama?
Ah, no se trata de triunfo, de aceptación ni de sometimiento.
Yo me pregunto, entonces:
más tarde o más temprano, mirado desde arriba,
¿cuál es en el recuento final, el verdadero, intocable destino?
¿El que quise y no fue?, ¿el que no quise y fue?
Madre, madre,
vuelve a erigir la casa y bordemos la historia.
Vuelve a contar mi vida.