Pasado en claro
(Fragmento)
Mis palabras,
Al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos, habitados
Sólo por sus fantasmas,
Sólo por el rencor de los mayores
Habitados. Familias,
Criaderos de alacranes:
Como a los perros dan con la pitanza
Vidrio molido, nos alimentan con sus odios
Y la ambición dudosa de ser alguien.
También me dieron pan, me dieron tiempo,
Claros en los recodos de los días,
Remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
Y sus terribles niñerías,
Niño por los pasillos de altas puertas,
Habitaciones con retratos,
Crepusculares cofradías de los ausentes,
Niño sobreviviente
De los espejos sin memoria
Y su pueblo de viento:
El tiempo y sus encarnaciones
Resuelto en simulacros de reflejos.
En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Mi madre, niña de mil años,
Madre del mundo, huérfana de mí,
Abnegada, feroz, obtusa, providente,
Jilguera, perra, hormiga, jabalina,
Carta de amor con faltas de lenguaje,
Mi madre: pan que yo cortaba
Con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
Bajo la lluvia, la paciencia,
A cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnílocua, una tía
Me enseñó a ver con los ojos cerrados,
Ver hacia dentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
Y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
Sobre tu nombre derramada: blanda te sea).
Del vómito a la sed,
Atado al potro del alcohol,
Mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
De una estación de moscas y de polvo
Una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
Esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
Yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
Entre escombros anónimos.
Días
Como una frente libre, un libro abierto.
No me multiplicaron los espejos
Codiciosos que vuelven
Cosas los hombres, número las cosas:
Ni mando ni ganancia. La santidad tampoco:
El cielo para mí pronto fue un cielo
Deshabitado, una hermosura hueca
Y adorable. Presencia suficiente,
Cambiante: el tiempo y sus epifanías.
No me habló dios entre las nubes:
Entre las hojas de la higuera
Me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo.
Encarnaciones instantáneas:
Tarde lavada por la lluvia,
Luz recién salida del agua,
El vaho femenino de las plantas
Piel a mi piel pegada: ¡súcubo!
-Como si al fin el tiempo coincidiese
Consigo mismo y yo con él,
Como si el tiempo y sus dos tiempos
Fuesen un solo tiempo
Que ya no fuese tiempo, un tiempo
Donde siempre es ahora y a todas horas siempre,
Como si yo y mi doble fuesen uno
Y yo no fuese ya.
Granada de la hora: bebí sol, comí tiempo.
Dedos de luz abrían los follajes.
Zumbar de abejas en mi sangre:
El blanco advenimiento.
Me arrojó la descarga
A la orilla más sola. Fui un extraño
Entre las vastas ruinas de la tarde.
Vértigo abstracto: hablé conmigo,
Fui doble, el tiempo se rompió.
Atónita en lo alto del minuto
La carne se hace verbo –y el verbo se despeña.
Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,
Es saberse mortal. Secreto a voces
Y también secreto vacío, sin nada adentro:
No hay muertos, sólo hay muerte, madre nuestra.
Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:
El agua es fuego y en su tránsito
Nosotros somos sólo llamaradas.
La muerte es madre de las formas…
El sonido, bastón de ciego del sentido:
Escribo muerte y vivo en ella
Por un instante. Habito su sonido:
Es un cubo neumático de vidrio,
Vibra sobre esta página,
Desaparece entre sus ecos.
Paisajes de palabras:
Los despueblan mis ojos al leerlos.
No importa: los propagan mis oídos.
Brotan allá, en las zonas indecisas
Del lenguaje, palustres poblaciones.
Son criaturas anfibias, con palabras.
Pasan de un elemento a otro,
Se bañan en el fuego, reposan en el aire.
Están del otro lado. No las oigo, ¿qué dicen?
No dicen: hablan, hablan.
Salto de un cuento a otro
Por un puente colgante de once sílabas.
Un cuerpo vivo aunque intangible el aire,
En todas partes siempre y en ninguna.
Duerme con los ojos abiertos,
Se acuesta entre las yerbas y amanece rocío,
Se persigue a sí mismo y habla solo en los túneles,
Es un tornillo que perfora montes,
Nadador en la mar brava del fuego
Es invisible surtidor de ayes
Levanta a pulso dos océanos,
Anda perdido por las calles
Palabra en pena en busca de sentido,
Aire que se disipa en aire.
¿Y para qué digo todo esto?
Para decir que en pleno mediodía
El aire se poblaba de fantasmas,
Sol acuñado en alas,
Ingrávidas monedas, mariposas.
Anochecer. En la terraza
Oficiaba la luna silenciaria.
La cabeza de muerto, mensajera
De las ánimas, la fascinante fascinada
Por las camelias y la luz eléctrica,
Sobre nuestras cabezas era un revoloteo
De conjuros opacos. ¡Mátala!
Gritaban las mujeres
Y la quemaban como bruja.
Después, con un suspiro feroz, se santiguaban.
Luz esparcida, Psiquis…
¿Hay mensajeros? Sí,
Cuerpo tatuado de señales
Es el espacio, el aire es invisible
Tejido de llamadas y respuestas.
Animales y cosas se hacen lenguas,
A través de nosotros habla consigo mismo
El universo. Somos un fragmento
-Pero cabal en su inacabamiento-
De su discurso. Solipsismo
Coherente y vacío:
Desde el principio del principio
¿Qué dice? Dice que nos dice.
Se lo dice a sí mismo. Oh madness of discourse,
That cause sets up with and against itself!
Desde lo alto del minuto
Despeñado en la tarde plantas fanerógamas
Me descubrió la muerte.
Y yo en la muerte descubrí al lenguaje.
El universo habla solo
Pero los hombres hablan con los hombres:
Hay historia. Guillermo, Alfonso, Emilio:
El corral de los juegos era historia
Y era historia jugar a morir juntos.
La polvareda, el grito, la caída:
Algarabía, no discurso.
En el vaivén errante de las cosas,
Por las revoluciones de las formas
Y de los tiempos arrastradas,
Cada una pelea con las otras,
Cada una se alza, ciega, contra sí misma.
Así, según la hora cae desen-
Lazada, su injusticia pagan. (Anaximandro).
La injusticia de ser: las cosas sufren
Unas con otras y consigo mismas
Por ser un querer más, siempre ser más que más.
Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia.
Pero también es el lugar de prueba:
Reconocer en el borrón de sangre
Del lienzo de Verónica la cara
Del otro-siempre el otro es nuestra víctima.
Túneles, galerías de la historia
¿Sólo la muerte es puerta de salida?
El escape, quizás, es hacia dentro.
Purgación del lenguaje, la historia se consume
En la disolución de los pronombres:
Ni yo soy ni yo más sino más ser sin yo.
En el centro del tiempo ya no hay tiempo,
Es movimiento hecho fijeza, círculo
Anulado en sus giros.
Mediodía:
Llamas verdes los árboles del patio.
Crepitación de brasas últimas
Entre la yerba: insectos obstinados.
Sobre los prados amarillos
Claridades: los pasos de vidrio del otoño.
Una congregación fortuita de reflejos,
Pájaro momentáneo,
Entra por la enramada de estas letras.
El sol en mi escritura bebe sombra.
Entre muros –de piedra no:
Por la memoria levantados-
Transitoria arboleda:
Luz reflexiva entre los troncos
Y la respiración del viento.
El dios sin cuerpo, el dios sin nombre
Que llamamos con nombres
Vacíos –con los nombres del vacío-,
El dios del tiempo, el dios que es tiempo,
Pasa entre los ramajes
Que escribo. Dispersión de nubes
Sobre un espejo neutro:
En la disipación de las imágenes
El alma es ya, vacante, espacio puro.
En quietud se resuelve el movimiento.
Insiste el sol, se clava
En la corola de la hora absorta.
Llama en el tallo de agua
De las palabras que la dicen,
La flor es otro sol.
La quietud en sí misma
Se disuelve. Transcurre el tiempo
Sin transcurrir. Pasa y se queda. Acaso,
Aunque todos pasamos, no pasa ni se queda:
Hay un tercer estado.
Hay un estar tercero:
El ser sin ser, la plenitud vacía,
Hora sin horas y otros nombres
Con que se muestra y se dispersa
En las confluencias del lenguaje
No la presencia: su presentimiento.
Los nombres que la nombran dicen: nada,
Palabras de dos filos, palabra entre dos huecos.
Su casa, edificada sobre el aire
Con ladrillos de fuego y muros de agua,
Se hace y se deshace y es la misma
Desde el principio. Es dios:
Habita nombres que lo niegan.
En las conversaciones con la higuera
O entre los blancos del discurso,
En la conjuración de las imágenes
Contra mis párpados cerrados
El desvarío de las simetrías,
Los arenales del insomnio,
El dudoso jardín de la memoria
O en los senderos divagantes
Era el eclipse de las claridades.
Aparecía en cada forma
De desvanecimiento.
Dios sin cuerpo,
Con lenguajes de cuerpo lo nombraban
Mis sentidos. Quise nombrarlo
Con un nombre solar,
Una palabra sin revés.
Fatigué el cubilete y el ars combinatoria.
Una sonaja de semillas secas
Las letras rotas de los nombres:
Hemos quebrantado a los nombres
Hemos deshonrado a los nombres.
Ando en busca del nombre desde entonces.
Me fui tras un murmullo de lenguajes,
Ríos entre los pedregales
Color ferrigno de estos tiempos.
Pirámides de huesos, pudrideros verbales:
Nuestros señores son gárrulos y feroces.
Alcé con las palabras y sus sombras
Una casa ambulante de reflejos
Torre que anda, construcción en viento.
El tiempo y sus combinaciones:
Los años y los muertos y las sílabas,
Cuentos distintos de la misma cuenta.
Espiral de los ecos, el poema
Es aire que se esculpe y se disipa,
Fugaz alegoría de los nombres
Verdaderos. A veces la página respira:
Los enjambres de signos, las repúblicas
Errantes de sonidos y sentidos,
En rotación magnética se enlazan y dispersan
Sobre el papel.
Estoy en donde estuve:
Voy detrás del murmullo,
Pasos dentro de mí, oídos con los ojos,
El murmullo es mental, yo soy mis pasos,
Oigo las voces que yo pienso,
Las voces que me piensan al pensarlas.
Soy la sombra que arrojan mis palabras.