Nuno Júdice

La mañana del poema

 

 

 

 

APUNTES PARA UNA ESTACIÓN

Las manzanas se pudren en el armario donde mi abuela
las guardó. Un viento fresco entra por las grietas de la puerta
y canta, despacio, una letanía encantada
de muertos y cipreses. Agosto pasa, entero, en las imágenes
de un antiguo estancamiento en el que acuesto el poema,
como en una corrupta cuna. Y vuelve a oírse la voz
que corría por el campo sin sombra, clamando, sin
oír la lejana respuesta: “Floreció, el difuso
rosal, y dejó que la madrugada lo tiñera de una luz
blanca; buscando, después, la eternidad
del verso para abrigo de la flor incomparable, pétalos húmedos
de los minutos iniciales…” El canto envuelve la muerte
del mundo que abandonó el niño pálido: y las higueras
abren el vientre seco a la peregrinación de las hormigas, minuciosas
viajeras del más cerrado de los infinitos.
Entonces, llegaba el otoño, anunciado por las primeras
nubes preñadas de ceniza y horizonte, librando la tierra
de un azul excesivo como las últimas mareas de la tarde. El humo
anunciaba el final de las hornadas de pan y pasteles, y las mujeres
partían hacia las siegas implacables de una rápida juventud,
riéndose aún en la culpable inocencia de la despedida. Las vi
regresar, de piernas y ojos hinchados por el fermento
del viaje, preparando un invierno de labios y almas cerrados
al furor de las lluvias. Y encuentro, al fondo de la casa, sus sombras
que la melancolía apaga, quietas, invocando en un rezo brusco
la risa ahogada en los pantanos de septiembre y octubre, enseñando
un ritual de secretos y fórmulas para salir de los brazos
olvidados de un cuerpo nocturno.

¿Quién recuerda el movimiento furtivo en la oscuridad
de la habitación, el rumor de amores que el tiempo no retuvo, apremiados
por el final de la tarde? Abro ese armario de frutos prohibidos,
exhalando un perfume de épocas que el silencio estropeó. Ninguna
cosecha los restituirá a la mesa común. Los sujeta un regazo
de tinieblas, sembrando un rastro de hojas estériles; y un coleccionador
monótono pega los trazos inútiles, prosiguiendo la antigua enumeración.

(trad. Ernesto García Cejas)

 

 

SINFONÍA PARA UNA NOCHE Y ALGUNOS PERROS

De noche, un perro empieza a ladrar, y
después de él, todos los perros de la noche
se ponen a ladrar. Después, el primer
perro se calla. Poco a poco, los demás
también se callan, hasta que el silencio
se instala, como antes de que ladrara
el primer perro. De noche, no es
posible saber por qué ladra un perro,
si no lo estamos viendo. Tal vez porque
alguien pasó detrás de un
muro; tal vez por culpa de un gato (esas
sombras que huyen por las puertas).
No es necesario encontrar razones concretas
para justificar la noche de todos los
perros; mas es verdad que un perro, cuando
ladra y despierta a los otros perros, despierta
a la propia noche, a sus fantasmas, y
nos obliga a mirar, por la ventana, lo que
no se puede ver, es decir, el centro de la
noche, el negro motor del mundo.

(Trad.: Blanca Luz Pulido)

 

 

PREPARATIVOS DE VIAJE

Cuando preparo la maleta, tengo que pensar en todo
lo que voy a meter para no olvidarme de nada. Voy al
diccionario y saco las palabras que me servirán
de pasaporte: el ecuador, una línea
de horizonte, la altitud y la latitud,
un asiento de pasajero perseverante. Me dicen
que no necesito nada más; pero sigo
llenando la maleta. Un poniente para que
la noche no caiga tan deprisa, el tacto de tu
pelo para que mi mano no lo olvide,
y aquel pájaro en un jardín que ha nacido
en la trasera de la casa, y canta sin saber
por qué. Y otras cosas que podrían
parecer inútiles, pero que necesitaré: una frase
indecisa en medio de la noche, la constelación
de tu ojos cuando los abres, y algunas
hojas de papel donde escribiré lo que tu ausencia
viene a dictarme. Y si me dicen que llevo
exceso de equipaje, dejaré todo esto en tierra,
y me quedaré solo con tu imagen, la estrella
de una sonrisa triste, y el eco melancólico
de un adiós.

(Trad. Luis María Marina)

 

 

COMO SE HACE EL POEMA

Para hablarmos del médio de obtener el poema
la retórica no sirve. Se trata de una cosa sencilla, que no
necessita primores ni fórmulas. Se coge
una flor, por ejemplo, pero que no sea de esas flores que crecen
en medio del campo, ni de las que se venden en las tiendas
o en los mercados. Es una flor de sílabas, en que los
pétalos son las vocales, y el tallo una consonante. Se coloca
en el jarrón de la estrofa, y se deja tranquila. Para que no muera,
basta un pedaso de primavera en el agua, que se va
a buscar a la imaginación, en un día de lluvia,
o se hace entrar por la ventana, cuando el aire fresco
de la mañana llena el cuarto de azul. Entonces,
la flor se confunde com el poema, pero aún no es
el poema. Para que este nazca, la flor necesita
encontrar colores más naturales que aquellos
que la naturaleza le dio. Pueden ser los colores  de tu
rostro – su blancura, cuando el sol da en ti,
o el fondo de tus ojos en que todos los colores
se confunden, com el brillo d ela vida. Después,
vierto esos colores sobre la corola, y los veo bajar
hacia las hojas, como la savia que corre por los
velos invisibles del alma. Puedo, entonces, coger la flor,
y lo que tengo en la mano es este poema que me has dado.

(trad. Jesus Munarriz)

 

 

LA MAÑANA DEL POEMA

Lleno de palabras el vaso del poema,
lo lleno hasta que se desborda: y veo cómo caen
sílabas, vocales, consonantes, al piso
del olvido. Lo que resta en el vaso, sin embargo,
es lo esencial: ese zumo de música y de
sensaciones que envuelve la memoria, limpiándola
de tristeza y de melancolía. En su centro,
tu rostro cristaliza un vocabulario
henchido por el viento del deseo; y las múltiples
manos de la frase esparcen tus cabellos
hacia uno y otro lado del vidrio, rasgando
el cielo en un relámpago de párpados.

Poso tu cuerpo en este vaso. Te veo
desde su transparencia, entre
los dedos del horizonte que el fondo de tus
ojos esconde en un suspiro de niebla. Libro
tus senos del abrazo de la noche, y los cubro
con la luz más pura del invierno, en una caricia
de sol frío, vistiéndote con su
lino matinal. Por último, planto tu amor en la tierra
de la estrofa; y lo miro florecer en esa
madrugada en que despiertas con
todas las aves del mundo.

(trad. Blanca Luz Pulido)

 

 

CREENCIA

El cielo es fudamental para creer en la tierra.
En su superficie, se reflejan los colores que
nunca vemos cuando miramos el suelo.
Sobre él hay campos y montes con
flores y cumbres, rebaños y cabañas,
ríos y puentes. Pero no los vemos porque
las nubes los esconden; y cuando no son
las nubes es el azul; y cuando no es el azul
es la luna; y cuando no es la luna son nuestros
ojos que no los alcanzan. Pero un día
atravesaremos el obstáculo del
primer cielo, y otra tierra abrirá
sus puertas. A la entrada habrá quien
nos lea la suerte; en el atrio, un grupo de ángeles
locos se apartarán,  para
que pasemos; y al final del salón, en un
trono de fuego, el mismo dios nos recibirá,
para que no dudemos de su
existencia. Pero aquí, en la tierra, ¡qué lejos
estamos de todo eso! Qué vacío parece este
cielo, cuando lo miramos; qué difícil es
creer en un segundo cielo, o en un tercero, hasta
en el quinto, donde lo que no se ve
en la tierra será posible: suertes que coinciden
con el destino, ángeles que vuelan como pájaros,
y un dios intocado en el  cráter del sol.

(trad. Blanca Luz Pulido)

 

 

PARTIDA

En verdad, todo el espacio es una línea en el centro del átomo
a la que se reduce cada hombre, en su esquina de soledad. El horizonte,
que nos parece inmenso en su dibujo matinal,
cabe en el fondo de un vaso, cuando bebemos el primer
café, donde los sueños de la noche se deshacen con un sabor
amargo a día de Invierno. Y las nubes bajan al nivel de los ojos,
para que las metamos en el dedal de una costura sin límites,
y su contorno sirva de encaje a la almohada del tedio. Entonces,
su ser escapará de esta caja vacía. Se llevará consigo el
horizonte y las nubes; y sólo si nos prendemos de un hilo de niebla
podremos seguir su camino, hasta ese borde de
acantilado que su cuerpo no atraviesa. Más allá está el mar
de la esencia, con sus mareas de inquietud y de
certeza, y el abismo de duda que se abre cuando la
tempestad nos amenaza. La existencia quedó atrás,
la vida, las cosas concretas, como los sentimientos y
las palabras que forman y transforman lo que somos. Sin embargo,
en esta frontera, ¿qué hacer con los caminos que se nos abren?
¿Cómo avanzar, sin barco ni rumbo, en dirección a qué
puerto? ¿Y qué nos espera al volver al sitio de
donde nadie debe partir sin llevar, en el bolsillo, la cita
confirmada, la dirección, la voz acogedora de un dios?

(trad. Blanca Luz Pulido)

 

 

INFANCIA

Fue entonces que oí hablar del ciclón que
tiró muchas casas y plantó árboles exóticos
en el atrio de la iglesia; que una noche, mientras dormía,
el mar se iluminó por instantes y los gallos
cantaron como si fuera de día; que el jefe de la estación
se paseaba en bicicleta frente a la casa de su amante,
cuyo marido era sacristán y estaba loco; que el padre
mandó quitar las piedras del piso de la iglesia y sólo me acuerdo
de que una de ellas cubría el sepulcro de una tal sancha
martins con cuyos huesos llegué a jugar; que
el cielo de septiembre traía el otoño cuando el
plomo de las nubes bajaba y casi lo podíamos
tocar; que el campo, a lo lejos, ardía durante la
noche cuando los hombres no lograban apagar
los incendios; que las campanas repicaban con el ritmo
de las horas del reloj, y también cuando la puerta
de la torre estaba abierta e íbamos a jalar la cuerda;
que las tardes no acababan nunca, y ni siquiera
se sabía cuánto tiempo faltaba para que se acabaran
las vacaciones; que mi abuela dejaba a la mitad el cuento
del niño del bosque y su perro piloto, y el mundo
perdía su lógica durante esas interrupciones; que
se comía la fruta cortada de los árboles con la
navaja comprada en la feria; que los dos hermanos
se apedreaban en las calles mientras las puertas se
cerraban, esperando que uno de ellos matara al
otro; que el gaseado de la primera guerra mundial gritaba
“¡viva rusia!”, y yo hice un dibujo de él;
que se mataba al puerco y era una fiesta, la madrugada
siguiente; que el horizonte era limpio, y todo
alrededor eran campos y campos hasta el mar.

(trad. Blanca Luz Pulido)

Nuno Júdice Nació en Algarve, Portugal, en 1949. Realizó estudios de Filología románica. Fue el primer poeta portugués editado en Francia por la pr ... LEER MÁS DEL AUTOR