

Presentamos dos textos del reconocido poeta peruano pertenecientes a su libro El equipaje del Ángel.
Nilton Santiago
LAS CENIZAS DE ULISES
Ahora lo sabemos, tu país era la sonrisa de Ulises,
la frontera más allá de la frontera,
donde las vacas y los cangrejos escapan de algún Chagall
y donde los autobuses, como hospicios para dramaturgos,
son misteriosos escarabajos atrapados en las autovías.
Sí, nuestro país es una nena de veintipocos que aún piensa
que los chicos
creen en el matrimonio,
en esa luz que se parece demasiado al sexo de los ángeles.
Deberíamos dejar de hablar de nosotros,
del New York Times envolviendo los anónimos recuerdos de
los campos de guerra,
como si fuesen pescado fresco,
allí donde los cascos azules caen como moscas
(total, por la cuenta que les trae a los banqueros y a los gorriones).
Por esos lares, los honorarios de las estrellas
son los mismos que el de los pájaros que brotaban de tu sonrisa
cuando éramos pequeños y los árboles recogían los frutos
graves de la noche,
la frágil materia de las aves migratorias
(que también era la nuestra y la de las enfermeras de guerra).
Hoy he vuelto a casa, a la frontera más allá de la frontera
y tengo que decirte que los árboles son apenas un puñado de
otoño
brotando de las chimeneas de los autobuses
(los árboles, que para nosotros eran mucho más que los
sindicalistas de los bosques)
que Chagall está en paro,
que las columnas de rebeldes han firmado una tregua
con los murciélagos de traje y corbata
y que ya nadie me conoce, a pesar de que he preguntado
por ti.
Déjame contarte que la clase media ha sido embotellada y
arrojada por el retrete,
que nuestro amigo, el pescador, el que hablaba el dialecto
de las estrellas de mar,
ha dejado de beber, de colocarse y de hacer chistes sobre los
conservadores,
y ahora lo ves deambular repitiendo una y otra vez
aquellas palabras de Céline:
“El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches” y lo
entiendo,
me pongo la chaqueta y, qué demonios, voy por cigarrillos
y una botella de ginebra.
Le hago otro flaco favor a mi soledad.
LOS GATOS DE TIRESIAS
Pongámonos serios que hoy ha atracado otro barco ebrio
dentro de la brújula de las ciudades. Ahora el corazón
es una vitrina, un escaparate para los ángeles que ya no
quieren serlo,
ya no estamos nosotros pero hay policías,
hay antidisturbios arrestando la melancolía de los
vendedores de décimos de lotería
y poniendo a disposición judicial una columna de árboles
que se resisten a ponerse de rodillas. Sin embargo,
no faltan los que forjan monedas con la cara de un elefante
soñoliento
ni los afiladores de cuchillos de palo
no falta la yerba creciendo en el calcio de los huesos
da igual la sangre o, mejor dicho, la humedad de la luna
doblando los paraguas
da exactamente lo mismo que se carguen a treinta civiles de
un plumazo, por error,
o que el “hombre del año” en 1938, según la revista Time,
haya sido Adolf Hitler.
Hoy, el esqueleto de Rimbaud bien podría ser un souvenir
un jarrón en una casa de subastas. Yo tenía ese jarrón detrás
de la mirada.
Tenía el nombre que les dieron a las primeras aves
y mis herramientas y utensilios caseros eran los del
electricista de René Char.
Creo en los que creen que los ángeles han presentado su
dimisión
los que al tocar un acordeón provocan una migración de
estorninos
sobre la sonrisa de las amas de casa.
Ahora no importa nada de esto, las estrellas están en
bancarrota
y brillan tan poco que ya no le pueden “sacar los colores” a
los gatos de Tiresias,
ese viejo adivino ciego que puede ver lo invisible
—hasta a las diosas cuando hacen topless—
Son las 6 de la mañana —otra noche sin dormir—
la melancolía es otro ajuste de cuentas con los pájaros
y China acaba de prohibir, por decreto,
que Buda se reencarne de nuevo en el Dalai Lama.