Nilton Santiago

Historia universal del 13 de enero

 

 

 

 

Historia universal del 13 de enero

 

Hace 4 millones de años, un 13 de enero, en Etiopía,

un mono con aspecto humano soñó que era un camaleón.

 

Milenios después, el 13 de enero de 1532, un rey mono

prohibió marcar a los monos latinoamericanos

con hierros candentes.

Entonces, los monos dejaron de ser hombres

para ser monos.

 

Como no hay política sin religión,

los nuevos monos empezaron a imprimir billetes

con caras de monos

y también biblias para monos ateos.

 

Ahí estaba escrito que el 13 de enero de 1787,

en Austria, un presidente mono

revocaría las últimas leyes en contra de la brujería.

 

Doscientas lunas llenas después, el 13 de enero de 1913,

el papa Pío X prohibió el pase de películas de monos

en las iglesias.

 

No sirvió de nada:

el 13 de enero de 1930 un mono disfrazado de Mickey Mouse

debutó en las tiras cómicas.

 

El 13 de enero de 1944 nació mi padre,

mejor dicho,

un camaleón disfrazado de mi padre.

 

Al año siguiente, el 13 de enero de 1945

aviones de guerra piloteados por monos

atacaron Saigón.

 

Algunos monos supervivientes

lanzaron, el 13 de enero de 1969, Yellow Submarine.

Esa misma tarde,

una libélula efímera se pasó la noche en vela

al descubrir que sólo vive veinticuatro horas.

 

Todos los monos de la tierra lloraron el 13 de enero de 1998.

 

Ese día Alfredo Ormando se prendió fuego

como protesta

contra la Iglesia católica por su homofobia.

 

Hoy, 13 de enero, mi padre cumple años

y eso que resplandece me ha convertido en este simio solitario

que ahora lo busca, en mí.

 

Cuando lo encuentre, al fin dejaré de ser yo.

 

Posiblemente esto sea envejecer.

 

 

 

 

 

Es otro, el que se rompe

 

el que alumbra como el pan

el que cree que al caer le sostiene una convicción

el que le da un pañuelo al pingüino que llora

el que rescata palabras ciegas de los libros de aritmética

el que ve gigantes en los ventiladores

el que no subasta las ideas del enemigo

es el otro, el que se rompe, el que tropieza entre sus átomos

el que es agnóstico como una mantis religiosa

el que se fragmenta oyendo a Chopin

el que se inclina ante un árbol apátrida que huye

el que se niega a apretar el gatillo

el que posee sin saber eso que buscaban los alquimistas

es el otro, el que se rompe, el que vuelve al cascarón porque teme volar

el que deja de pagar cuotas y besa a un gorrión que mendiga

el que incendia el carné del partido

el que odia los sindicatos y los comités de empresa

es el otro, el que se rompe, el que testifica contra sí mismo

el que empaña los espejos para verse

el sin hijo, sin perro, sin consignas ni ansiolíticos

el que aparca sus derrotas frente a una iglesia llena de cigüeñas solitarias

el que siembra magnolias en las comisarías

es el otro, el que se rompe, el que les limpia las patas a las abejas

el que roba los palillos en los restaurantes chinos

el que trastabilla entre las nubes cuando despierta

el que paga los recibos de luz de las luciérnagas

es el otro, el que se rompe, el que desayuna de pie frente a una foto de Groucho Marx

el que se ducha con un paraguas

el que no sabe que existe

el que apenas nunca nadie ha visto

el que sólo puede ser cuando deja de ser

en nosotros

 

 

 

 

 

El puente de los perros suicidas

 

Tiene gracia que el suicidio de las aves cuvivíes

atraiga cada vez más turistas a Ozogoche.

 

«En un pueblo del oeste de Escocia llamado Milton

existe un misterioso puente

al que los perros van a suicidarse», dice el artículo.

 

¿Existe el suicidio en animales?

 

Mi exsuegra, Leles, lo sabía

y dormía de pie, como una utopía.

 

Un día lluvioso la encontraron tumbada sobre la acera

con las alas atadas.

 

(En casa, su soledad quedó reducida

a un resplandor de plumas blancas).

 

Duque, el perro de mi abuelo Hermenegildo,

también tenía plumas blancas.

 

Una noche se tragó a una serpiente venenosa

que atacó a mi abuelo

y se convirtió en lo que ahora soy:

el que busca huellas.

 

Quizá por ello mi corazón es un país que migra.

(Como un ave cuviví suicida).

 

Sé que Duque murió sabiendo que sería yo,

como yo sé que moriré lejos de mí:

envuelto entre acertijos y glaucomas.

 

Ese día volveré a ser Duque, el perro

que murió por mi abuelo Hermenegildo

para salvarnos.

 

¿No será el infinito un instante que persiste?

 

 

 

Del libro Miel para la boca del asno
(XXI Premio Emilio Alarcos de Poesía del Principado de Asturias, Visor Libros 2023).

 

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Nilton Santiago Nació en Lima (Perú, 1979), aunque reside en Barcelona hace años. En poesía ha publicado El libro de los espejos (Premio Cop ... LEER MÁS DEL AUTOR