Nelson Simón. La calma

 

Presentamos algunos textos del reconocido poeta cubano.

 

 

 

Nelson Simón

 

 

(otras caídas)

Una manera de caer y otra.
Caída libre, una manera de decir:
Pasan años. Pájaros negros que vi volar desde la infancia.
Qué no cuervos. Qué no los mirlos locos que vi
dibujando círculos, soledades,
en las tardes de un pequeño pueblo de Castilla
mientras me preparaba para saciar los deseos de un hombre.

Pájaros políticos. Agoreros pájaros que vieron
antes que yo esta caída siempre más al fondo.
Qué miraron dentro de mi boca.
Su pico curvo debió decirme algo que no pude traducir.
El gesto al fondo. En mi garganta.
La pobreza de un país, reciclándose.
Días que no supe avizorar.
Otras maneras de morir. De caer
de uno hasta uno mismo.
Ser plomada. Devastación. Cañaveral que vi arder en sueños.
Ser lo que recojo a manos llenas.

Pájaros negros que heredé.
Una caída y otra por decir:
no hay peor abismo que el que ayudamos a cavar.

 

(fracturas)

Un día leía a Paúl Celan y pensaba en el trigo.
Alguna vez me deslicé por los campos de Castilla
y vi el oro intacto, sin doblarse siquiera
bajo un cielo sin aire difícil de imaginar desde aquí.

A lo lejos montañas y mi pensamiento.

Comprobé que puedo estar en dos lugares a la vez.
Allá un sol metálico y aquí un sol líquido
que se pega al cuerpo.

Pude tocar el trigo cuando tocaba el torso de los segadores
así sacié el deseo nacido en un campo de arroz.

Entre espigas más humildes tuve conciencia de mi sexo.
En una y otra imagen unos pájaros negros destrozaban la paz.

Ambos paisajes se fugaban.
El mundo se había reducido a una habitación.
Mi mente se negaba a dejar escapar aquel dorado reflejo
en el que sin saberlo fui feliz.
Las espigas viriles. Mi costilla.

Leía Paúl Celan como si fuera por primera vez
un día y otro día.

 

(muelles)

En el puerto unos negritos gesticulaban.
Se movían con soltura.
Hablaban de economía. De sociedad. De sobrevivencia.
Pero sus cuerpos danzaban en el calor,
en la brea, en la sal que carcomía hasta el hierro de las grúas.

Discutían los rumbos del país.
Con soltura. A ritmo de guaguancó.
“La timba está dura”, se decían de asere a asere.
Podía traducirlo. Podía leer el erotismo de su danza ñaniga.
Sudaban mares. De la frente los recogían con un pañuelo
y de ahí al bolsillo junto a las horas muertas.

Eran más de las doce y no asomaba un barco
ni una virgen ni un cardumen mientras parloteaban
y al fondo de la Bahía, las chimeneas

echaban por su boca flores.

 

(desprendimientos)

Salíamos de la ciudad.
Caminábamos por el borde de la yerba
con los autos, y el viento en contra:
Fluíamos como el salmón.

Para entonces, el invierno había desnudado
al roble blanco y al rosado.
También a mis palabras.

En el trópico las flores de los robles imitan a la nieve,
y la nieve a la muerte, te dije más de una vez
y luego quedé mudo contemplando su caída.

Caminábamos hacia la noche.
Hacia la inevitable y densa noche insular
que avanzaba por la carretera.

No recuerdo una forma mejor de renunciar a todo
lo que un día creí importante.

 

( manigua )

A un lado y otro, crece el cactus espinoso,
gobierna el marabú.

Hemos iniciado el viaje a la pobreza extrema,
al sitio donde sobrevive una pequeña flor.

Como un cuchillo le entramos de frente al monte.
Como una espina llegamos al corazón del país.

El hueco de los cascos marca el rumbo.
La rudeza indica que por aquí pasó la manada,
la noble res y el caballo con sed.

El sol pega duro en el rostro
y el viento huele a sodio.

Canto una canción que huye de lo humano.
Los que andan conmigo, no lo saben.

 

( la calma )

Él duerme a mi lado.
Respira lento como una isla.
Los dos flotamos en el océano de esta habitación.

(Es una extraña sensación esta de ser
tragados por la circunstancia)

La noche está por los cuatro costados
y en ella -diluidos- los dos.

Él duerme como un país
y yo no necesito encender la luz para verlo.
Como un país tiene una forma familiar.
Como un país se me hace necesario.
Solo quiero tenderme a su lado, hacer silencio, oírlo respirar

en medio de la noche áspera.