Nacimiento de Afrodita
(Traducción al español de Virginia López Recio)
APOLOGÍA
Pese a los acontecimientos, no he cambiado de creencias.
Sigo siendo yo con las mismas ideas
que como espinas perforan mi mente. Son
las cosas las que cambian a mi alrededor.
La altura de los edificios. Los precios de los coches.
Las opiniones de los amigos. Sigo siendo yo
con ideas que me han marcado para bien
con ideas que como hormigas rondan por mi cabeza.
Posiblemente de aquí provenga la prosa
de mis versos. El sentimiento
de falta de exaltación lírica.
Que hace que tantos amigos
me miren con respeto
como un caso perdido
como negación de la esperanza.
IX
30 de septiembre de 1970. En un vagón de asientos profundos leo
la muerte de Aleksandr Kérenski en Berkeley de los Estados Unidos.
No sabía que estuviera vivo. No lo había pensado jamás. Medio siglo lejos de los palacios invernales…
¡Oh, tren oscuro!
No eres el tren de Lenin, sino un ferrocarril de la línea Tesalónica-Atenas
que no llegará jamás a San Petersburgo. Y yo
sin banderas. Sin convocatorias. Con la maleta llena de folletos en color. No un
comisario despiadado. El secretario de un comité local.
Pero representante ambulante de una empresa de cosméticos.
Con fantasía. Con perfecto conocimiento del mercado. Con grandes perspectivas de ascenso.
MARÍA VERELÍ
Podría haberme hecho una Polyduri
si hubiese habido anticonceptivos en aquella época.
Pero además Préveza era pequeña, y Verelís
quería una familia a toda costa.
Así: matrimonio, hijos, hijos de hijos,
biznietos, muertes, enfermedades
(qué tiempo para poemas). Mi destino…
-quiero decir, lo más triste
fue no morir a los veintiocho.
HIMNO (O TAL VEZ ODA)
A la luna. A la mayoría de las estrellas. Al tierno septiembre.
A las grandes gotas de la noche. Que caen lentamente sobre mi cabeza.
Al mar de Rézimno. A Arthur Rimbaud (“Devoción”).
Horas enteras miraba en el espejo azul el rostro comido de la eternidad.
A las ruinas de los Fílipos.
Al desconocido X.
Al muro de Seferis: “Y después las sonrisas que no avanzan de las estatuas”. A la curva maravillosa
de una nota alta de la garganta de una famosa cantante italiana.
A Anna – y me hundía en su cabello profundo.
Al hotel “Volturno”, via degli Apuli 44.
Encuentro grandeza en el recuerdo de un discurso improvisado que bajo un árbol
en una situación de agitación de la tierra pronunció Nikolas Tepetzikiotis, jefe territorial de Grevená.
A la ropa tendida de la terraza.
A las mujeres de los viejos pintores (reales y ficticias)
A los generalmente perdidos, olvidados, traicionados. A determinados asesinos. A la bella estudiante
de los pendientes morados de ópalo. (Yo avanzaba radiante en mitad de la noche. Sin ahogarme.
Sobre la superficie del mar).
A las ventanas abiertas en verano. A tus manos oscuras. Al color violeta de tus ojos cuando se nubla.
O cuando hace viento. O cuando…
A la muerte… La primavera es la letra que te escribo.
A Bertolt Brecht.
EXPLANATIONS OF LOVE
Hay un tiempo en que el amor comienza y un tiempo
en que acaba.
Como las pilas en un transistor al que le falta el cable para conectarse a la electricidad.
Existe el cortocircuito de dos cuerpos
Palabras profundas. Grandes como puentes que unen una mitad
de la ciudad con la otra.
Una camisa celeste que lleva una mujer rubia
sonriente y por abajo nada.
La muerte atada fuertemente a una silla con una toalla
en la boca y la cara al descubierto.
Existe una cuenta secreta que abona cualquiera
y después de no sé cuántos años.
El sudor en el traqueteo. El frescor en la piel. El cálido
desenfoque en la pupila del ojo.
Basándome en todo eso (y algunas cosas más) podría decir
qué es exactamente el amor.
Dos pares de zapatos al revés. Poco amor.
CORTINAS LIMPIAS
Amores que quiero y pasiones que permito:
Un café caliente por la mañana.
La lectura (lo más tarde posible) del periódico.
Una lluvia de vez en cuando para limpiar los sentimientos.
La tierra en tus tacones nuevos.
El mar por la tarde con poca nubosidad.
Clavo. Mucho clavo.
Y más:
“El hombre que salta sobre la ciudad” de Sangal.
Subir viejos escalones de madera.
Mi mano en tu pecho.
Algunos poemas de Kavafis.
Pero, sobre todo, mi mano en tu pecho.
NACIMIENTO DE AFRODITA
Un día te pondré en una concha.
En una nube blanca que arrastrarán palomas.
Te vestiré con velos rojos. Con flores.
El viento soplará suavemente.
O te pondré
en un bosque con olor a manzana.
En una ventana con hojas verdes
y al fondo un río azul
(sobre él volarán amores)
Botticelli sentía una necesidad parecida
cuando ponía a posar a su mujer
en el momento en que todo había terminado.
Poco antes de la separación.
EPILAMALIO
Tu cuerpo cuando te abrazo se agita.
Tiembla como Kastoriá reflejada en el agua.
Y tu piel cubre mi piel
como la manta al enfermo.
Me parece que fue Sikelianós
el que habló del gran yunque de acero
del Silencio (con mayúscula), obviamente dando a entender
que sin ti no se oye un ruido.
Pero lo que se oye contigo
no sé cómo llamarlo. ¿Armonía de las estrellas?
¿Regalo de la existencia? ¿Magia? ¿Música de los mundos?
¿O sencillamente éxtasis de la nada?
CASI ERÓTICO
Todos los animales salvajes trepan
a tu cama.
Sopla un viento endiablado.
Tu cuello es un tronco
resbaladizo de árbol al que intento
subir en vano.
Las palomas suben y bajan a
un verde descolorido.
Al lado tu cuerpo.
Tomo fotografías. La máquina
graba tu lugar mortal.
(Al fondo el lago. Un puente
de madera. Los patos inmóviles. Nenúfares
en el agua).
Empieza a lloviznar. La lluvia trae
a la luz grietas olvidadas.
Más allá una mujer intenta escapar.
Atrapada en una red de arrugas.
LENTO
Ahora las violetas no florecen.
Solo los dedos del tiempo
blancos y finos
suenan en las teclas de tu alma
una melodía del abismo.
Sin eso
el sol se hundiría en el ocaso.
Cálido no te hubiese añadido nada.