Tres poemas de Durmiendo en Gaza
Traducción de Diana Sofía Calderón y Alí Calderón
Carnet de identidad
A pesar de que –como bromean mis amigos– los kurdos sean famosos por su severidad, yo estaba más blando que una brisa veraniega mientras abrazaba a mis hermanos en los cuatro confines de la tierra. Yo fui el armenio que no creyó en las lágrimas bajo los párpados de la historia ni en la nieve que cubre a asesinos y asesinados.
¿Exageraría, después de todo lo que ha sucedido, si tiro mi poesía en el lodo?
En cualquier caso, yo fui un sirio de Belén que hizo escuchar la voz de su hermano armenio y fui un Turco de Koya que por la puerta de Damasco entra en Jerusalén.
Hace poco llegué a Bayadir Wadi al-Sir. La brisa me dio la bienvenida.
Una brisa que supo el significado de un hombre venido desde las montañas del Cáucaso. Su única compañía es su dignidad y los huesos de sus ancestros. Y cuando mi corazón tocó suelo argelino lo supe. No dudé un segundo: soy un amazigh.
En cualquier lugar que estuve pensaron que era yo un iraquí. No se equivocaron.
Me consideré a mí mismo un egipcio viviendo y muriendo una vez y otra en la rivera del Nilo junto a mis antepasados africanos.
Antes de todo eso fui arameo. No es ninguna sorpresa que mis tíos fueran bizantinos y yo un niño hiyazí cuidado por Omar y por Sofronio al tiempo en que Jerusalén abrió sus puertas.
Vengo de sitios que hicieron frente a sus invasores y no hay hombre libre con el que no esté ligado en parentesco; no hay árbol o nube con los que no esté en deuda. Desprecio a los sionistas, sin embargo, cómo no decir que fui un judío expulsado de Andalucía y que aún pienso en el sentido de la luz del ocaso.
En mi casa hay una ventana que se abre hacia Grecia, un ícono que apunta a Rusia, una dulce fragancia que viene disipándose desde Hiyaz, y hay un espejo: tan pronto paso frente a él, me reconozco en la primavera de jardines en Isfahan, en Bujará, en Shiraz.
Si así no son las cosas, uno no es Árabe.
Jerusalén
Si te abandono torno en piedra,
si regreso a ti me torno piedra.
Te llamo Medusa,
te llamo hermana mayor de Sodoma y Gomorra,
tú, pila bautismal que hizo arder Roma.
El rumor de los asesinados, sus poemas en las colinas.
Los rebeldes censuran a sus cronistas
y mientras tanto dejo el mar y vuelvo,
a ti vuelvo,
por este arroyo en que corre tu desesperación.
Escucho a los recitadores del Corán, las mortajas, los cadáveres.
Escucho el polvo de quienes se conduelen.
Aún no cumplo treinta pero me has sepultado una vez y otra
y nuevamente por tu culpa
emerjo de la tierra.
Permite que quienes oran por ti se vayan al infierno,
quienes venden souvenirs de tu dolor,
aquellos que están de pie conmigo en las fotografías.
Te llamo Medusa,
te llamo hermana mayor de Sodoma y Gomorra,
tú, pila bautismal que arde todavía.
Durmiendo en Gaza
Fado, dormiré como hace la gente
cuando caen las bombas,
cuando el cielo se abre como carne viva.
Soñaré, pues, como hace la gente
cuando caen las bombas:
soñaré con traiciones.
Despertaré a medio día y le preguntaré al radio
las preguntas que la gente pregunta
¿Ha terminado el bombardeo?
¿Cuántos fueron asesinados?
Pero mi tragedia, Fado,
es que haya dos tipos de personas:
aquellos que lanzan sufrimiento y pecado
a la calle para poder dormir
y aquellos que coleccionan el sufrimiento, los pecados de la gente.
Los tornan cruces, los presumen
por las calles de Babilonia y de Gaza y de Beirut
mientras lloran falsamente.
¿Van a venir más?
¿Van a venir más?
Al sur de Beirut, hace dos años,
camine por las calles de Dahieh
arrastrando una cruz
tan grande como los edificios destrozados.
Pero ¿quién levantaría una cruz
de la espalda de un hombre cansado hoy en Jerusalén?
La tierra es tres clavos
y por piedad un martillo.
Detente, Señor.
Detén los aviones.
¿Van a venir más?
¿Van a venir más?
-Durmiendo en Gaza. Najwan Darwish. Valparaíso México.