El rastro de la grulla
I
Fui paloma migratoria,
sustraje de cada puerto
un puñado de tierra
y descifré con mis dedos
el principio de todas las cosas.
Así pude desprenderme
de lo material
y de la ortiga
que desasosiega la carne.
Obedecí a la pobreza
y al ayuno.
La palabra fue la conciliación
de aquel tránsito vacío,
exasperado
por llenar sus cavidades
con la luz
de las cuatro virtudes cardinales:
prudencia,
justicia,
fortaleza
y templanza.
Exhumé lo esencial,
entendí
que mis esquinas
solo Dios puede contarlas,
que en la tierra se quedarán
los pedazos de mi piel,
desde siempre mancillada
por el péndulo roñoso,
oscilación
obstinada y majadera
que no logró mutilar
el resplandor
de mi destino
implacable.
II
Renuncié
a dioses
y demonios,
me convertí en palabra
creadora de mí misma.
Tracé la poesía con el óxido del fuego
y la humanidad
liada en las costillas.
No requiero de profetas,
sino de mí misma,
este paso por la tierra
lo llevaré aquí adentro.
Debo partir,
el Cosmos
se ha sentado en la ventana,
escucho lúdicas voces,
ellas claman mi ascenso,
la lámpara está lista,
alumbraré
lo visible
y lo invisible.
Ya el Cosmos se ha puesto en pie
para abrazarme en el canto,
me iré
como una grulla,
atrás dejo
la belleza de la flor
del árbol y la hormiga.
Solo cargaré un listón
con mi verbo urdido
de poesía.
III
Ahora subo.
Soy pájaro,
mariposa
y canto.
¡Esta ciudad lleva mi rostro impregnado!
Desde mi pórtico
nuevas aves liberan sus versos,
a ellas
invito a beber en mi vaso de acentos,
a comer en mi plato de asombros.
Pero diles que no me llamen,
que no me invoquen
porque ya no habito
en raíces de sombras,
estoy subiendo
con mi pequeñez
hasta el interior de la Luz
y no quiero desviar mis pasos.
Diles que soy libre
como libres mis palabras,
esas que les dejé en la mesa
donde Judas repartió sus besos.
Que yo también tuve sed
y nadie me sirvió
ni media copa con vinagre,
que otras veces tuve frío
y solo recibí
el roce candente de las piedras.
Que a mi sepultura
solo doce apóstoles
me acompañaron
y fui mujer sin rezos,
sin lápida
y sin patria.
IV
Fundé mi propia tierra
en lo indecible
y lo risible.
Aquí
ya no tengo fronteras.
La Luz es estandarte
guía
y alimento.
Me nazco del agua,
del aire,
del hueso,
escuderos de mi reino
donde vivo,
Poeta,
en esta nueva patria
de letras de fuego.
VII
Que nadie troque
en la tierra,
la libertad de los poetas.
No ven que son como esos vegetales
que germinaban en la pila de mi casa,
milagro nacido
del vértice
y de los resquicios del agua.
Sus costados
son el trigo
y la mañana.
Impacientes
buscan el fruto
en la herida del naranjo,
en una aguja,
una abeja,
un diagrama,
o quizá en
una ciudad real
o imaginaria.
El poeta
es cordero seducido,
efluvio de estrellas,
higuera que calma
la furia salvaje del toro,
especie que no descuida
las brevas
ni sus higos,
a ellos defiende
con espadas,
vigilias
y flechas.
Alegre o desplomado
se aleja del bullicio,
se interna en el filamento de su luz,
busca entre sus alas y detrás de los colores,
en profecías
y mil puertas,
el don que le ofrenda
la palabra.