Mireya Hernández

Mágico país de lunas sucesivas

 

 

 

LIBRO PRIMERO

EL TIEMPO RECORRIENDO EL TIEMPO

 

MÁGICO PAÍS DE LUNAS SUCESIVAS

 

Aunque el ademán me duela
no escondo la mano: avanzo
llevando un ramo de sol.
Thiago de Mello

 

Aquí estás, surgido desde el agua

país caracol, país musgo verde

país de heliotropos sin orilla.

Aquí tuvo el halcón su sitio,

el quetzal amarillo su rincón amado.

 

Aquí te digo,

el viento trae el recuerdo

de niños subiendo a las estrellas.

 

Escucho todavía los pasos del tiempo recorriendo el tiempo,

la vida viajando por las piedras

las piedras convertidas en número y relámpagos.

 

Querías la placidez de las tardes

anunciadas por campanas,

de tardes asomadas a balcones

de balcones escalando sueños.

 

Escucho las voces y el canto de los hombres

que dejaron dormido su corazón en cada esquina.

Es el canto de muchos que llegaron

sin brújula aparente,

sin rostro y germinando

desgarrados, la luz de la mañana.

 

Aquí dejaron su cuota de cansancio,

un pedazo de piel,

unos ojos invocando litorales nuevos.

 

Nunca fue el silencio tan intenso

esperando un campo de flores

y una dinastía de astros gravitando.

 

 

 

 

ÉRASE UN PAÍS DE MÁGICA INOCENCIA

 

Eras el sitio exacto

la medida unitaria de la vida

el jardín para iniciar el rito

escondido en cada caracola.

 

El amor también llegó

pobló la bruma,

las sombras,

el rincón más recóndito,

la estación de lluvia anterior,

la casa cósmica,

la ruta del océano mítico

y de los peces violeta.

 

Bebido de esperanza

el amor tuvo mariposas volando en espacios crecidos,

la humedad de las hojas en la lluvia,

relámpago de sueños,

claridad de dios al atardecer,

fragilidad agreste y propagada.

 

Este país valiente, pregonero,

este país de vientre limpio,

de delantal celeste,

de orquídeas y risa iluminada,

bañado por el mar,

movido por la rosa de los vientos,

fue ventana

portal de un mundo nuevo,

estandarte y motivo,

motivo y fuego,

fuego y horizonte,

naufragio de la noche

misión implacable de la vida.

 

 

 

 

LIBRO SEGUNDO

LA VIDA INTERRUMPIDA

 

Todo
Está inmóvil ahora, como a salvo
del tiempo que se va…
Eliseo Diego

 

Este pequeño país,

caracol,

jabalí,

cocodrilo y serpiente,

pavo real y penacho

levantó su bandera sobre el mar.

Corazón abierto,

mirada indivisible para acoger la aurora.

 

Sucedió entonces

-sucede, siempre te lo digo-

que la ambición llegó hasta el horizonte

y quebró vasijas, hundió espadas y arcabuces.

 

Arrinconó, humilló, sepultó también la lagartija,

trajo una cartilla para enseñar que el odio

no es una palabra

que hay miseria humana entre los dientes.

 

No hubo treguas,

me cuentan sin embargo

de una luna castigada por asombro.

 

Fue el primer encuentro con la muerte absoluta,

el poder absoluto

la absoluta misión de los cobardes.

 

La muerte caminó junto a los ríos,

recorrió malezas, escondrijos,

madrigueras ocultas.

 

Caminó –me dijeron-expandida,

arbitraria,

carcajeante.

 

Caminó de frente y ciega.

 

La vida se hizo a un lado

dejó pasar entonces la barbarie,

el dolor, las vísceras expuestas.

 

La muerte impuso el calendario, trazó caminos

ahogando el trino primero de los pájaros.

 

 

 

 

LIBRO TERCERO

UN HISTORIA PARA SER CONTADA

 

Sólo una cosa no hay.  Es el olvido.
Jorge Luis Borges

 

Fueron necesarias muchas manos,

muchos brazos

muchas lágrimas.

 

Para llegar al centro de la tierra,

los franceses trajeron perfumes

encajes, exquisitas ropas interiores.

En París olvidaron

una sombrilla para este sol caribe,

un clavicordio especial de sones tropicales

belladona en botellas lapislázuli,

fórmulas mágicas

para vencer fantasmas y voces apagadas.

 

Llegaron cargando toneladas de hierro

y el espejismo ciego de los desesperados.

 

Murieron de fracaso

dando manotazos en el aire,

traicionando a la traición,

recogiendo a escondidas su miseria.

 

Cambiando nuevamente de hermanaje,

por cerros y montañas

llegaron otras maquinarias

más grandes, más agudas.

 

Llegaron.

Nuevamente llegaron otras voces.

De lugares con lenguas muy diversas

para que la torre de Babel fuera completa.

Llegaron.

 

Yo quiero hablar ahora del Caribe,

de Jamaica trajeron albañiles,

-artistas sobre todo-

que mi abuela y mi madre conocieron.

 

Aprendí que el saxo que tocaba el vecino

perdido en la historia de mis cinco años,

era un suspiro largo,

un quejido quedo,

apenas entendible.

 

Aprendí que la abuela que ponía las sábanas

más blancas que recuerdo,

dejó atrás la esclavitud

y vino a este país para volver a ser esclava.

Una etiqueta no le permitía

entrar y salir cuando quisiera de un lugar a otro

cortando sus ansias libertarias.

 

La esclavitud abolida en 1850

se movía en una mecedora.

 

Esa negritud gigante

fue segregada incluso por nosotros,

los más claros, los menos chocolates.

 

La pobreza también viajó en un vagón,

recorría la estrechez del istmo,

recogía el cansancio

el sudor y las ganas de seguir.

 

Nos fueron fragmentando,

nos fueron dividiendo,

minimizando acaso.

 

A Colón lo poblaron como a un barrio de Jamaica

y los chinos llenaron las casas más pobres

con su tristeza acuchillada.

 

Llegaron otras ilusiones

nuevamente los espejitos tejiendo quimeras

enlazó a los hombres.

Se fueron tomando el territorio comarcal.

el templo sagrado,

el abandono.

 

Pero nació también la lucha,

la definición de espacios.

La gestión, las leyes,

los tribunales para niños que robaron mangos.

Nacieron los convenios,

los incipientes pasos

las voces

la protesta.

 

La cárcel fue testigo.

Fue testigo la lluvia,

fue testigo el viento del 47.

 

Esta historia tiene muchas muertes.

 

Una tarde con perfecta fonética

una bala mató a Ascanio.

 

De pantalón azul, de falda azul y camisa blanca,

con la fe colgada de la insignia,

enero se llevó la inocencia,

la candidez a ciegas.

 

No fue preciso una maestra,

marcharon todos puntuales a la cita,

recogieron la bandera desgarrada

regresando a conquistar la vida.

 

Y nuevamente la muerte marcó su territorio.

 

Porque las calles fueron ríos

y los ríos territorios de espanto,

territorios para que el horror se quedara

se afincara, se hiciera múltiple.

 

Corrieron por las calles

con sus hijos en brazos,

sin zapatos

sin destino

sin caminos fijos.

 

Buscaban sin ver.

 

Buscaban respuestas, escarbaban,

hundían las uñas dejaban la voz en las aceras.

 

Fueron masacrados

en la noche más larga y tormentosa,

en la noche más iluminada,

indefensa

y desquiciada.

 

Allí sobre la calle quedaron nuestros muertos.

 

Acuchillados muertos

ajusticiados muertos

eliminados muertos.

 

Fueron escondidos,

sumergidos, inmersos,

esparcidos.

 

Murieron muchas veces,

se quedaron sin sus cruces blancas,

sin poder decir adiós,

te veo más tarde.

 

Este siglo arrastra ese dolor,

arrastra noches de diciembre.

 

Arrastra por arrastrar lo arrebatado.

 

Este siglo tiene por herencia soledades

pasajes sin retorno.

 

Pero seguimos de pie

amando las orillas de este país que amamos.

 

Este país encuentro del amor,

este país cubierto y descubierto también

por todos los que dieron sus brazos,

sus ganas de vivir.

Los que no pudieron regresar.

Los que no pudieron alcanzar su sueño.

 

Los terriblemente tercos.

 

Los livianamente plácidos,

los que sonríen aún,

y piensan que mañana

ha de llegar temprano a la esperanza.

 

Esta ciudad que conoció el temor

toma de la mano su destino

aferrada quizás a la arena,

a la bahía,

a su cintura abierta.

 

Esta ciudad

-la mía-

la que conozco de memoria,

que conoció mis pasos de estudiante,

el desconcierto

y mis sueños ancestrales.

 

Esta ciudad

-te digo nuevamente-

se adelanta al dolor.

 

No hay secretos

no hay forma ingrávida.

 

Es hoy,

esta noche,

esta causa común

este miedo difícil,

esta cinta especial que se regresa

al leve toque del amor a todos.

 

 

 

 

LIBRO ÚLTIMO

PARA ALUMBRAR LA NOCHE

 

Sólo el día
y de empezar permanece,
y ese día se llama siempre hoy.
Antonio Gala

 

Fueron muchos los días, años anteriores.

Buscaba no el sonido

tampoco el amor irrevocable.

 

Ahora sé que hay una medida exacta,

un continuo andar del ayer a la que somos.

Una vuelta completa.

 

Espero entonces,

alguien viene atentando contra el mar,

alguien rompe las rocas

sube las laderas

y marca el ritmo de los pájaros.

 

Alguien siempre vendrá

a buscar la mañana

-lo aseguro-

con su reloj de arena.

 

Mireya Hernández Nació en la ciudad de Panamá el 13 de febrero de 1942. Profesora y periodista. Ejerció las Relaciones Públicas en el Instituto Nacional ... LEER MÁS DEL AUTOR