Minor Arias Uva

Breve revelación

 

 

-Poemas del libro Médula Africana: memorial de la esclavitud
Editorial Mirambell, Costa Rica, 2019.

 

 

 

Breve revelación

En el desierto no todo es sombra.
Está el brillo en los ojos de la mamba.
El espejismo de tus brazos
en un mar inexistente.

Me convertí en un domador de fantasmas,
por eso vine a buscarte
amada lúa.

Atendí las heridas de los camellos,
los dedos cortados de los bereberes.

Mi destino está escrito en las dunas,
en las espinas diminutas de las cactáceas.

Ningún nigromante leería mis manos
sin antes convertirse en polvo.

***

La travesía

Voy sin nadie a mar abierto.
Somos africanos,
pero ninguno habla mi lengua.

Si nos revelamos,
nos encadenan como crueles cruces de hierro.
Entre más al sur más densa es la gota de sangre.

La misión de ellos es sostenernos vivos,
cuidar la mercancía a toda costa.
Para ello nos suben a cubierta en grupos pequeños
y nos obligan a bailar.
Danza de la desesperanza,
danza de odio y muerte,
triste lagrimal desarritmado.

Si algún hermano se echa a morir de hambre,
es sometido al espéculo moris,
con el que lo alimentan a la fuerza
y le hacen sangrar lengua y tráquea;
vómito de carne propia.

Las cadenas oxidadas
tocan mis huesos,
y la costra seca se vuelve piedra,
y en estos jaloneos se revienta,
mancha las tablas mi sangre revuelta.

No quiero llegar a ningún muelle.
Mi diosa Yemayá llegará antes
con su justicia
y me iré girando
hasta sus iluminados fondos marinos.
Yemayá Olodo,
Olodo Yemayá.

Mi abuela, mi lúa,
cantará al verme.

Yemayá, oleaje indomable,
siete veces le invoco.
Siete veces
Amaitara mokun malai nombo,
achen sota.

***

El peregrino que nadie nombra

Si me nombran,
desaparezco en la hojarasca.
Tengo mi reino en las espigas muertas.

Detuve mis hemorragias con arena.
Mis párpados sangraron, descifrando el sol.
En mis brazos se rompen los dientes de las cobras.

Esta noche crecen las espinas de los cactus
y las dunas inestables se alejan de mis pies.

Transito en mis cuatro dimensiones.
A veces me alcanza el cansancio
y me echo a dormir sobre las piedras.

Amanece
y las estrellas nublan mis ventanas.

***

El vuelo mágico de un cimarrón

Huele a sangre seca mi grillete,
ya lastima.
Se rompen nuevamente
los bordes de mi médula.

Escapé,
pagué con látigo,
con cruz,
con marca,
ante los ojos muertos de la iglesia.

Me arrastraron desde el barco
entre clavos oxidados.
Conservé las anestesias de la muerte.
Soy indestructible.

Las montañas tropicales
fueron mis templos.

Cimarrón
amparado por Eleggua.

Rodando por los montes
ante el ladrido de los perros,
o volando con los búhos
entre resplandores y disparos.

Mi pellejo murió libre
en la Puebla de los Pardos.

Eleggua Nagdo
Kere kere
yeummm

Eleggua Nagdo
Kere kere
Yeummm

Kere kere
yeummm

Nagdo,
Agolorisha

***

Caridad también fue madre después de muchos golpes

La niña tiene siete años,
la han tomado por una deuda.

Ella sabe que se la están llevando
hacia los barrancos del miedo.
Se retuerse, grita.

Su madre está amarrada bocabajo
en la última barraca.

La señora de la casa intercede,
pero el patriarcado
es un relámpago en la garganta.

La mercancía viaja hacia el mar.

La madre observa el atardecer
y se consuela de pensar
que su niña lo esté obsevando, quizá.

La esperanza es una cicatriz
tostada por el tiempo.

***

Transmutación felina

Menelik tiene el don de soñar con los muertos.
Le avisan, le dicen,
le cantan palabras
que él descifra durante el día.

Anoche soñó con ella,
su compañera de infancia,
la niña que le ponía el corazón como una llanura.

Ella era una leona amarilla,
con ese tono que toman los pastizales cuando la tarde los baña.

Se besaron.
Menelik sabía que alguno de los dos
tenía que volver a su origen;
estaban en el limbo,
en esa franja donde colapsan las estrellas.

Fue la noche de un sueño inconcluso.
¿Volverá a bordear el mismo risco?
¿Esperará bajo la sombra de los robles?

Él sabe que los sueños no son sueños,
por eso limpia con calma
el rasguño que le amaneció en la pierna.

***

Traslado y espiral

Cruzo las estrellas,
sigo el sonido de un planeta.
Llego por donde el sol se pone.
Fieras tormentas de arena me suspenden.

Traigo el hálito de los dioses,
la profecía de la música.

Estoy frente al mar.
Un círculo constante de fragatas
se cruza por mi sombra.

Los pescadores amarran sus embarcaciones
y caminan cansados.

El que lleva la malla con atunes,
al que le sangra una mano,
el que muy a su pesar va silbando,
ese es mi padre.

Traigo el hálito de los dioses,
la profecía de la música.

 

Minor Arias Uva Escritor e investigador. Nació en Pérez Zeledón, Costa Rica. Ha publicado con las editoriales:  Everest y Prensa Cicuta en España, E ... LEER MÁS DEL AUTOR