Mijaíl Kuzmín

Canciones de Alejandría

 

 

 

 

 

IV

 

La gente ve casas y jardines

y el mar, purpúreo por el atardecer,

la gente ve gaviotas sobre las olas

y mujeres en las azoteas,

la gente ve guerreros con sus armaduras

y en las plazas, a los vendedores de empanadas,

la gente ve el sol y las estrellas,

arroyos y ríos cristalinos,

pero yo tan solo veo por todas partes

tus atezadas mejillas que palidecen,

esos ojos grises bajo las oscuras cejas

y la incomparable esbeltez de tu talle.

Así es como ven los ojos de los enamorados:

tan solo aquello que les ordena el sabio corazón.

 

 

 

 

VI

 

No en vano leímos a los teólogos

y tampoco estudiamos con los retóricos en balde,

sabemos el significado de cada palabra

y podemos interpretarlo todo de siete formas distintas.

Puedo encontrar cuatro virtudes en tu cuerpo,

y, por supuesto, también siete pecados;

con gusto aceptaré esa dicha suprema;

pero de todas las palabras tan solo dos son invariables:

cuando me hundo en tu gris mirada

y digo «te amo», cualquier retórico

entenderá «te amo», y nada más.

 

 

 

 

VII

 

Si yo fuera un antiguo comandante,

sometería Etiopía y a los persas,

destronaría al faraón,

me erigiría una pirámide

más alta que la de Keops

y sería

el más glorioso de los habitantes de Egipto.

 

Si yo fuera un ladrón muy astuto,

saquearía la sepultura de Micerino[1],

vendería las piedras a los judíos de Alejandría,

adquiriría innumerables tierras y molinos

y sería

el más rico de los habitantes de Egipto.

 

Si yo fuera un segundo Antínoo,

ahogado en el sagrado Nilo,

a todos volvería locos con mi belleza,

en vida me levantarían templos

y sería

el más poderoso de los habitantes de Egipto.

 

Si yo fuera un gran sabio,

derrocharía todo mi dinero,

rechazaría los cargos y las ocupaciones,

cuidaría los huertos ajenos

y sería

el más libre de los habitantes de Egipto.

 

Si yo fuera el último de tus esclavos,

me quedaría encerrado en un calabozo,

vería una vez o dos al año

el dorado adorno de tus sandalias

cuando por casualidad pasaras ante las mazmorras

y sería

el más feliz de los habitantes de Egipto.

 

 

 

 

IV

 

¿Acaso no es cierto

que en vinagre se deshacen las perlas,

que la verbena purifica el aire,

que es tierno el arrullo de las palomas?

 

¿Acaso no es cierto

que soy la primera de Alejandría

en cuanto al lujo de los tocados,

en cuanto al valor de los blancos caballos y sus plateados

arneses,

en cuanto al largo de sus negras melenas con agudeza

trenzadas?,

¿que nadie sabe

delinearse los ojos con más lujuria que yo,

ni contener en cada uno de sus dedos

un aroma distinto?

 

¿Acaso no es cierto

que, desde que te vi,

no veo nada más,

no oigo nada más,

no deseo nada más

que ver tus ojos

grises bajo esas pobladas cejas

y oír tu voz?

 

¿Acaso no es cierto

que yo misma te di un membrillo mordido,

te mandé a las más experimentadas de mis confidentes,

pagué tus deudas hasta

vender todas mis posesiones,

y todas mis joyas

ofrecí a cambio de las mieles del amor?

 

¿Y no es cierto

que todo fue en vano?

 

Supongamos que es verdad

que en vinagre se deshacen las perlas,

que la verbena purifica el aire,

que es tierno el arrullo de las palomas.

Pues ha de ser verdad,

ha de ser verdad

también

que algún día llegarás a amarme.

 

 

 

 

II

 

¿Qué se puede hacer

ante el carmesí de las nubes del ocaso

sobre el cielo verdoso,

cuando a tu diestra se divisa la luna naciente

y una enorme e hirsuta estrella,

mensajera de la noche,

palidece veloz

y se derrite

frente a tus ojos?

¿Qué hacer ante la ancha senda

entre los árboles —delante de los molinos

que un día tuve

y vendí para comprarte unos brazaletes—,

por la que vamos juntos

y se interrumpe tras la curva

frente a la acogedora

casa,

así, tan de repente?

¿No es cierto que mis versos

—para mí tan preciados

como para Calímaco

o para cualquier otro de los grandes los suyos—,

en los que vierto todo mi amor y mi ternura,

y los pensamientos livianos de los dioses

—alegría de mis despertares,

cuando el cielo está claro

y huele a jazmín en la ventana—

se olvidarán

mañana como todo?

¿Que dejaré de ver

tu rostro

y oír tu voz?

¿Que el vino se acabará,

que se evaporarán los aromas

y las telas más caras

serán polvo

en unos siglos?

¿Acaso dejaré de amar

estas delicadas cosas queridas

por su fragilidad?

 

 

 

 

¡Ay de mí! ¡Abandono Alejandría

y largo tiempo pasaré sin verla!

Recorreré Chipre, amada por la Diosa,

veré Tiro, Éfeso y Esmirna,

veré Atenas, sueño de mi juventud,

Corinto y la lejana Bizancio,

y la corona de todos mis deseos,

la meta de todas mis aspiraciones:

conoceré la grandiosa Roma.

Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.

¡Ay!, he de abandonarte, dicha mía.

¡Largo tiempo pasaré sin verte!

Conoceré todo tipo de bellezas,

naufragaré, hasta cansarme, en otras miradas,

besaré otros labios,

a otros rizos brindaré mis caricias

y otros nombres susurraré

a la espera de nuevas citas en otras arboledas.

Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.

 

 

 

 

Nota

1.El autor se refiere a la pirámide de Menkaura, una de las tres grandes pirámides de Giza. (N. del T.).

 

 

 

-Mijaíl Kuzmín
Canciones de Alejandría
Traducción de Dimas Prychyslyy
Colección Visor de Poesía
España, 2022

 

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