“Colibrí” y otros poemas
Manantial
Manantial,
trueno del agua bajo el corte de piedra,
cántaro que se quiebra y quiebra,
surge, surge, surge.
Manantial,
niño estirándose desde la piedra fría.
Vestido azul.
Pende una plenitud de hamacas.
Dedos rebuscando.
Reclamo del pantano.
Manantial,
doncella en celo,
urgencia de la maduración, murmullo,
deseo de sorber el misterio.
Surge, surge, surge.
Manantial,
viento domeñado
sin la amarga cimbra.
Sobrenada la basura
y se dispersa.
Manantial,
no se secará
la sangre crujiente desde la garganta de la piedra.
Está el hombre.
Cántaro que se quiebra y se quibra.
Surge, surge, surge.
Paso del tiempo
–bajo la piel salada.
!Ay,
sol!
Suéltame la frente y déjame partir.
Llameante, el fuego se propaga:
se derriten la tarde y la piedra.
¡Vamos!, ¡di que sí!
Suéltame la frente y déjame partir.
Calor, tereré,
mazorcas, fruta de la tierra.
Rueda el olor de la tierra
eludiendo mi pisada.
¡Apremias, señor sol!
Ha tiempo que el arco de luna nueva
del pulgar
me enjuga la frente
–colmándose y escupiendo mi sudor–.
Suéltame y déjame partir.
Raspo el espinar,
raspo el mirar de las estrellas.
Las ondas se inscriben en mi frente
–escaso el sosiego–.
Va mi aliento a ocultarse
en el monte.
Sol, tú arrugas
mi vida.
¡Suéltame la frente
y déjame partir…!
Muchacha
Muchacha ya mujer,
tu lengua deseo y tu flor.
¿Por qué se encogerá mi mano al verte?
En procura de tus curvas
se me secan los ojos.
Estoy y no estoy.
Salgo en el sueño a destruir lo que ocurre en la vigilia.
Te veo.
Me electrizo y despierto.
¿Qué ha de ser?
Mujer, ya no muchacha.
De la copa de un árbol caigo a besarte.
Agua que se quiebra y quiebra y colándome
me apaga.
Mi patria no está, salió a pasear.
Tú pasas.
Me cuezo. Me quemo. Me abraso.
Gira y se me agranda el sol en la cabeza.
Se endurece mi cuerpo, se agrieta la piel.
Me muevo. Me desplazo. Busco compañera.
Y tú te reflejas en el rostro de muchas
mujeres.
Las numerosas muchachas son una sola.
Por qué se conmoverá mi cabeza
a tu paso,
tú, muchacha, ya mujer.
Junto al fuego
Hurga el fuego,
lame la oscuridad,
araña la memoria.
Arranca esas antiguas
penas
y además una pizca de alegría.
Y entonces
comienza una lluvia mansa
y riega mi cabeza:
así, despierto.
Lo que hoy es ceniza de la pobreza,
antaño
tostaba mis pasos terrestres.
Las zarpas del fuego
chamuscan mis cabellos,
pero el frío me golpea las espaldas.
Me abriga el fuego, sin embargo.
Recuerdo.
Me siento melancólico.
Y el fuego se apaga.
Mariposa multicolor
–diría el charco.
No bien despierto aún,
tu ausencia hormiguea en mis huesos.
En derredor de mi casa se hamaca el viento blando.
Debajo de mi corazón entra el dolor
tras la huella de tu partida,
ahí donde se juntó la miel fluyente
de los amores verdaderos.
Raja mi tiempo el filoso recuerdo
ahora que salgo, casi consumido,
y me dispongo a cantar.
Ha tiempo nos prodigábamos
tiernas caricias
–de eso hace mucho–
y ahora, aquí en el llano
donde fuimos felices,
ruedo en soledad.
Os movéis, tú y la muchedumbre de tus amigos;
vais saltando y volando
y en esto siento que me absorbe la tierra
y me seco y me apago.
Mariposa multicolor,
te llamo. Ven, ven a juntar mis aguas:
veremos si mañana, de nuevo colmado,
te doy de beber.
Se cuartea mi piel, mariposa multicolor;
ahora voy a dormir.
Estaré a la escucha de tu revolar,
por si acaso llegues.
Y si no despierto
y me encuentras seco,
de donde vinieras,
gira en torno de mí y entonces,
por última vez, me moveré
antes de que te marches para siempre.
Colibrí
-el de los días primeros.
Gira
y salta
como en los comienzos,
en medio del ornato.
(¿No te habrán
embriagado aquí tus flores?)
Recoge este rocío
que se estampa en el aroma del melón.
Salta.
Cae en la maleza y sube,
relampaguea y se oculta.
(¿Qué vas a contarnos,
colibrí?
¿Acaso recogiste
miel
en la maciega de los campos?).
Torna a rodar
en el viento.
Se resbala en el tacto del sol,
sobre las flores.
(¿No te habrán
embriagado aquí tus flores?
Ya somos pocos
los que nos braceamos el cielo).
Se mezcla con el goteo
del rocío
y cae como antaño.
(Colibrí…
di lo que vas a decir,
si es que tienes algo que decir,
Y seamos venturosos contigo).
Atardecer
–cuando quiere extinguirse el día.
Salivazo de fuego en los montes
desarraigando lapachos.
Ven, amigo,
ocultémonos, vamos
hacia el Naciente, saltemos, caigamos,
gritemos,
reptemos, amigo mío.
Ya relampaguea el sonido en la piedra
chamuscando la vida.
Surge el fuego en el estero.
Ya se entrecruzan los murciélagos:
oscureció…
Ven, te lo ruego, mi amigo;
dancemos,
salvemos los cerros,
vamos.
¿Dónde entraste, dónde te quedaste?
mira que oscureció.
Amigo mío,
¡ven, por favor, y vamos!
Final (2)
Estos caminos se secan
arrugándose.
Se me secan arrugándose la lengua y los pies.
Se secan arrugándose la tierra y estas aguas.
Se torna rugoso el alimento, se adelgaza, cae, se acaba.
La plenitud de pájaros cayó.
Se fragmentaron los compañeros.
Se malogró la siembra, se zafó y entera se apagó.
Se perdió mi abuelo. Y mi madre. Y mi padre. Y mi carne.
Se seca arrugándose la tierra, salta, cae, se quiebra.
Salta. Cae. Se quiebra.
Final.