Miguelángel Meza

“Colibrí” y otros poemas

 

 

 

 

 

Manantial

 

Manantial,

trueno del agua bajo el corte de piedra,

cántaro que se quiebra y quiebra,

surge, surge, surge.

 

Manantial,

niño estirándose desde la piedra fría.

Vestido azul.

Pende una plenitud de hamacas.

Dedos rebuscando.

Reclamo del pantano.

 

Manantial,

doncella en celo,

urgencia de la maduración, murmullo,

deseo de sorber el misterio.

Surge, surge, surge.

 

Manantial,

viento domeñado

sin la amarga cimbra.

Sobrenada la basura

y se dispersa.

 

Manantial,

no se secará

la sangre crujiente desde la garganta de la piedra.

Está el hombre.

Cántaro que se quiebra y se quibra.

Surge, surge, surge.

 

 

 

 

 

Paso del tiempo

 

–bajo la piel salada.

 

!Ay,

sol!

Suéltame la frente y déjame partir.

Llameante, el fuego se propaga:

se derriten la tarde y la piedra.

¡Vamos!, ¡di que sí!

Suéltame la frente y déjame partir.

 

Calor, tereré,

mazorcas, fruta de la tierra.

Rueda el olor de la tierra

eludiendo mi pisada.

 

¡Apremias, señor sol!

Ha tiempo que el arco de luna nueva

del pulgar

me enjuga la frente

–colmándose y escupiendo mi sudor–.

Suéltame y déjame partir.

 

Raspo el espinar,

raspo el mirar de las estrellas.

Las ondas se inscriben en mi frente

–escaso el sosiego–.

Va mi aliento a ocultarse

en el monte.

 

Sol, tú arrugas

mi vida.

¡Suéltame la frente

y déjame partir…!

 

 

 

 

 

Muchacha

 

Muchacha ya mujer,

tu lengua deseo y tu flor.

¿Por qué se encogerá mi mano al verte?

En procura de tus curvas

se me secan los ojos.

Estoy y no estoy.

Salgo en el sueño a destruir lo que ocurre en la vigilia.

Te veo.

Me electrizo y despierto.

¿Qué ha de ser?

Mujer, ya no muchacha.

De la copa de un árbol caigo a besarte.

Agua que se quiebra y quiebra y colándome

me apaga.

Mi patria no está, salió a pasear.

Tú pasas.

Me cuezo. Me quemo. Me abraso.

Gira y se me agranda el sol en la cabeza.

Se endurece mi cuerpo, se agrieta la piel.

Me muevo. Me desplazo. Busco compañera.

Y tú te reflejas en el rostro de muchas

mujeres.

 

Las numerosas muchachas son una sola.

Por qué se conmoverá mi cabeza

a tu paso,

tú, muchacha, ya mujer.

 

 

 

 

 

Junto al fuego

 

Hurga el fuego,

lame la oscuridad,

araña la memoria.

Arranca esas antiguas

penas

y además una pizca de alegría.

 

Y entonces

comienza una lluvia mansa

y riega mi cabeza:

así, despierto.

 

Lo que hoy es ceniza de la pobreza,

antaño

tostaba mis pasos terrestres.

Las zarpas del fuego

chamuscan mis cabellos,

pero el frío me golpea las espaldas.

 

Me abriga el fuego, sin embargo.

Recuerdo.

Me siento melancólico.

Y el fuego se apaga.

 

 

 

 

 

Mariposa multicolor

 

–diría el charco.

 

No bien despierto aún,

tu ausencia hormiguea en mis huesos.

En derredor de mi casa se hamaca el viento blando.

Debajo de mi corazón entra el dolor

tras la huella de tu partida,

ahí donde se juntó la miel fluyente

de los amores verdaderos.

Raja mi tiempo el filoso recuerdo

ahora que salgo, casi consumido,

y me dispongo a cantar.

Ha tiempo nos prodigábamos

tiernas caricias

–de eso hace mucho–

y ahora, aquí en el llano

donde fuimos felices,

ruedo en soledad.

Os movéis, tú y la muchedumbre de tus amigos;

vais saltando y volando

y en esto siento que me absorbe la tierra

y me seco y me apago.

 

Mariposa multicolor,

te llamo. Ven, ven a juntar mis aguas:

veremos si mañana, de nuevo colmado,

te doy de beber.

Se cuartea mi piel, mariposa multicolor;

ahora voy a dormir.

Estaré a la escucha de tu revolar,

por si acaso llegues.

Y si no despierto

y me encuentras seco,

de donde vinieras,

gira en torno de mí y entonces,

por última vez, me moveré

antes de que te marches para siempre.

 

 

 

 

 

Colibrí

 

-el de los días primeros.

 

Gira

y salta

como en los comienzos,

en medio del ornato.

 

(¿No te habrán

embriagado aquí tus flores?)

 

Recoge este rocío

que se estampa en el aroma del melón.

Salta.

Cae en la maleza y sube,

relampaguea y se oculta.

 

(¿Qué vas a contarnos,

colibrí?

¿Acaso recogiste

miel

en la maciega de los campos?).

 

Torna a rodar

en el viento.

Se resbala en el tacto del sol,

sobre las flores.

 

(¿No te habrán

embriagado aquí tus flores?

Ya somos pocos

los que nos braceamos el cielo).

 

Se mezcla con el goteo

del rocío

y cae como antaño.

 

(Colibrí…

di lo que vas a decir,

si es que tienes algo que decir,

Y seamos venturosos contigo).

 

 

 

 

Atardecer

 

–cuando quiere extinguirse el día.

 

Salivazo de fuego en los montes

desarraigando lapachos.

Ven, amigo,

ocultémonos, vamos

hacia el Naciente, saltemos, caigamos,

gritemos,

reptemos, amigo mío.

 

Ya relampaguea el sonido en la piedra

chamuscando la vida.

Surge el fuego en el estero.

Ya se entrecruzan los murciélagos:

oscureció…

Ven, te lo ruego, mi amigo;

dancemos,

salvemos los cerros,

vamos.

¿Dónde entraste, dónde te quedaste?

mira que oscureció.

Amigo mío,

¡ven, por favor, y vamos!

 

 

 

 

 

Final (2)

 

Estos caminos se secan

arrugándose.

Se me secan arrugándose la lengua y los pies.

Se secan arrugándose la tierra y estas aguas.

Se torna rugoso el alimento, se adelgaza, cae, se acaba.

La plenitud de pájaros cayó.

Se fragmentaron los compañeros.

Se malogró la siembra, se zafó y entera se apagó.

Se perdió mi abuelo. Y mi madre. Y mi padre. Y mi carne.

Se seca arrugándose la tierra, salta, cae, se quiebra.

Salta. Cae. Se quiebra.

Final.

Miguelángel Meza Nacido en Ka’akupe, Paraguay, en 1955, formó parte del Taller de Poesía “Manuel Ortiz Guerrero” conocido como la Generación de los ... LEER MÁS DEL AUTOR