

Presentamos dos textos claves del recordado poeta mexicano.
Miguel González Gerth
Cábala
A Ramón Martínez López
¡Árbol que oscureció al mundo!
Eran palomas tristes las sombras
que cegaron el último destello.
Fueron el quebranto de la audacia
que abriera la caja fabulosa.
Son un síncope de luz
tras una nube joven.
Huyamos de lo vegetal, me digo.
Sin darme cuenta tropiezo con las huellas
de mis propios pies ingrávidos,
y pienso que el caminar volando
es algo así como la vida:
mitad azar, mitad absurdo.
Yo también soy planta, fruto
de la nefasta, prima relación
del agua y el cerebro;
presencia múltiple que contemplaran
la muerte del alma mártir
y la fuga del pez minero.
Yo también suspiro, en la noche
que atisba el ancho cuartel
custodiado por esqueletos mancos.
Y cuando florecen las alas
de mi fragancia que llaman maligna,
se incendia un jardín de voces.
En ese cáliz inacabable y sordo,
de esa corola sin relieve fijo
se beben sangres de piedra
y se suspende en sombra
la regalía de la natividad:
mi flor nace marchita.
Entonces la expiación es previa
a su pecado, el cínico diría.
No sé. Aquí sólo los ciegos cantan.
A mí se me ha otorgado solamente
el mantillo que cubre calaveras
de capitanes oscuramente blancos.
¡Árbol que oscureció al mundo!
Me pregunto si mis ojos,
que desvelan a una llama
olvidada por el humo,
son un rasgo de tus raíces serpentinas.
Tu altura llena de vívidos colores
desciende trémula sobre mi fe sin tierra.
Cenizas de los muertos
Cuando el sol está yéndose hacia
el sur en el otoño y hundiéndose
cada vez más en el cielo ártico,
los esquimales de Iglulik juegan con hilo
formando una malla con objeto de
atraparlo e impedir así su
desaparición.
J. G. Frazer, La rama dorada
Cuando después de haber soltado el más hondo
lamento de la soledad reaparece uno,
semejante fantasma probablemente asumirá
el aura de un vidente. Pues lo que ve
no es aquello de que la gente habla.
Su relato es algo que las palabras mienten.
¿Qué fin tienen las cosas que decimos?
¿Son las palomas de la Piazza di San Marco
las mismas que las de Trafalgar Square?
En algún sitio yace la respuesta y su verdad
trasciende todo espacio con límites abiertos.
La medida del amor intenta restaurar
el cuerpo hace tanto tiempo desollado.
Hay que robar al tiempo muy piadosamente,
llámese reliquia o llámese como se quiera,
y celebrar dicho prodigio con ritos de primavera
retocado, mas por derecho de conquista, poseído:
lascivia del espíritu (“A ti, mar nuestro, unidos
en prueba de dominio verdadero y permanente”).
De nuevo diestra lucha ha de librarse en contra
de un enemigo peligroso aunque en derrota,
y con viril piedra recordarse la victoria
(“La patria cuenta con que cada hombre haga
su parte; gracias a Dios yo hice la mía”).
¿Qué fin tienen las cosas que decimos?
Las decimos como un cebo, un juego de sonoros hilos
para atrapar al sol que no puede atraparse.
No hay forma cierta de unirse con las olas
o de ganar la guerra: hablar no es realidad, es arte.
En algún sitio todo lo ya dicho se deshace
cual columbario que de pronto queda abierto,
de donde las palabras, palomas que anidaron mucho tiempo,
las santas urnas rompen y aleteando escapan.