

Presentamos tres textos claves del reconocido poeta chileno y Premio Nacional de Literatura.
Miguel Arteche
Restaurante
Este señor que cena me conmueve.
Se detiene en un punto de su frente,
y piensa ayeres en la mesa, y miente
este señor que vuelve de la nieve.
Y tose, y se levanta, y me sonríe
como un señor que vuelve a su pasado
para buscar la silla donde viven
las muertas hojas y el reloj cansado.
Este señor me busca, y no se atreve
a saludarme, yo no sé, y me mira
para buscar: se sienta y me solloza.
Este señor anciano que suspira
y sorbe, en las tinieblas de las nueve,
el hambre de la sopa silenciosa.
Golf
El gallo trae la espina.
La espina trae el ladrón.
El ladrón la bofetada.
Hora de sexta en el sol.
Y el caballero hipnotiza
una pelota de golf.
Tiembla en el huerto con la espada.
A sangre tienen sabor
las aguas que da el olivo.
El gallo otra vez cantó.
Y el caballero golpea
una pelota de golf.
Traen túnica de grana.
Visten de azote al perdón.
Y el salivazo corroe
del uno al tres del amor.
Y el caballero que corre
tras la pelota de golf.
Duda el clavo y el vinagre,
y duda el procurador,
y a las tinieblas se llevan
huesos desiertos de Dios.
Y el caballero recoge
una pelota de golf.
Negro volumen de hieles.
La lluvia del estertor.
Ojos vacíos de esponja
negra para su voz.
Relámpago que el costado
penetró.
Cordillera del martillo
que clavó.
Vestiduras divididas
por el puño del temblor.
Se arrodilló el caballero
por su pelota de golf.
Amargo amor
Teje tu tela, teje de nuevo tu tela;
deja que el mes de junio azote el invierno de mi patria;
teje la tela de acero y de cemento;
junta tus hilos uno a uno, oh hermoso tejedor;
forma tu tela con fuertes lazos,
con orgullosos rastros de sueño.
Toda la tierra está en las colas del amor;
en las ciénagas del amor podridas están las manzanas.
Cada día tiene un eco, un paso, un rastro, gemido;
cada día la estancia recibe la visita del cuerpo en el lecho;
cada día hay una mano que desnuda;
cada día descansa la ropa en las sillas brillantes por el polvo.
Teje tu tela, oh hermoso tejedor;
teje los restos de los cuerpos que se unieron.
Entre tus hondos pechos de relámpagos quietos,
entre tu vientre oculto de cesto dividido,
en la cálida ráfaga que viene de tu abrazo,
fui un día tu sombra, el “cuándo” entristecido,
el “adónde” que lleva hacia una muerte cierta.
Ya moriré algún día sin preguntar qué pasa,
qué pasa entre tus hombros, en el temblor de espiga
de tu escorzo de nieve,
qué viene por los ecos que acarician tu pelo,
qué flechas encendidas acumulan tus manos,
qué enamorado encuentro ha de tocar tu beso.
No es para volver, no es para cantar
sino tu verde corazón transfigurado,
la melodiosa sombra que duerme en tus pupilas,
el afán escondido que tenía tu ausencia.
Recógeme, amor mío, con tus cálidas plumas;
recógeme y húndeme tu ternura llagada;
colócame en tu olvido, recógeme cantando.
No es para que preguntes, no es para que indagues
el sitio donde puse mi corazón hundido;
recógeme, ahora, para estar en lo ausente,
sin preguntar qué ocurre, qué pasa, por qué vuelves
tu cabeza de ausente firmamento.
Cae ahora hacia mi lado; vuelve
a dividir tu cuerpo, a derramar tu furia,
hasta que te estremezca el nombre del combate
que a muerte libraremos, esa pasión a muerte
entre tú y yo: un huracán de manos
nos hallará apretados en los dones sin término
de una tierra total.