Miguel Ángel Zapata

Un árbol cruza la ciudad

 

 

 

UN ÁRBOL CRUZA LA CIUDAD

Cecilia Podestá

Las ciudades están ya escritas en nosotros. No somos los árboles que las cruzan pero si las palabras que pueden describirlas y admirar la relación entre el concreto y una naturaleza que aún nos permite presentir y respirar buscando belleza.

La poesía es así, cito a Miguel Ángel Zapata, un árbol desconocido que cruza la ciudad. Y entre el hombre, la palabra y la naturaleza persiste la necesidad de nombrar la soledad para el retorno a algún lugar que nos de la brisa de las hojas, verdes o muertas. Pero en este libro, el poeta se refiere al cielo que lo cubre todo, también como una jaula porque encierra o guarda todo lo que ya no podemos tocar, como la foto de la madre que apaga la noche mientras se prenden aves alrededor de su pelo negro. La poesía vuelve jaula o cielo las mesas en las que celebramos las palabras que nuestros muertos han escrito en nosotros.  En esta mesa, Eielson nos habla de la soledad, porque la palabra reconoce el sentido del viaje.

Este libro es un gran viaje entre todas las ciudades nombradas y autores que se citan entre sus versos o caen como lluvia sobre la misma mesa en la que escribimos, comemos, nos miramos y vemos pasar la vida, los árboles, los bosques errantes que empiezan y terminan con nuestro llanto o con Chopin invitado a poner sus fantasmas sobre un mantel blanco y sus música cerca del pan, el pescado y el vino, junto a la madre y los cielos que descienden cuando los muertos regresan a la mesa.

Este es un libro para el siguiente vagón porque celebra incluso la tristeza y los ríos oxidados y otra vez los muertos y las ciudades que amamos tanto. Con esto me refiero al poema “Lima”, dedicado a Antonio Cisneros. Para terminar me queda decir que sí, el poema regresa como un cocodrilo en busca de su presa, llorando” también regresa sobre las ciudades y confunde a los poetas con los árboles que las cruzan y se come todo, pero entre sus dientes, seguimos hablando con su corazón, su garra y su saliva, es decir, escribiendo siempre entre amor y el desgarro.

 

 

 

UN ÁRBOL CRUZA LA CIUDAD: cántico franciscano entre geranios y lirios

Hugo Mujica

“Gracias a Dios por estos árboles que cantan en mi corazón…”, la metáfora en ancestral, sus raíces se hunden en nuestra memoria humana, lo visible lo recogen nuestros ojos, lo palpan las manos, y hasta —si no nos miran— nos abrazamos a sus troncos. El árbol es puente, puente entre dos abismos: el oscuro e impenetrable de la tierra y el otro, el que las ramas buscan y celebran: el del cielo, el de la luz que igualmente nos ciega, entre medio, nos dice Zapata, “la foresta de tu inmensidad”, la de Dios, la del don, el de lo que de la tierra brota y lo que el alma crea: “La poesía es así: un árbol desconocido…”. Desconocido pero que se deja entrever en cada hoja, ya hecha papel, de este libro que se nos da a recorrer, de “este árbol que cruza la ciudad”.

Más que poesía —en un más que añade— este libro es cántico, cántico franciscano entre geranios y lirios, liebres, urracas, el Giotto, Nueva York, Florencia, Lima… pintores y poetas, sí una inmensidad movida por una brisa, es la poesía que a todo lo acuna, que se acuna en estos poemas, un libro lleno, lleno y rebasando, un canto serenamente celebratorio: “el cielo te hace repetir en el silencio que la vida es buena, y que todos los aromas llegan con este concierto de voces cansadas de volar”, quizá por cansancio, o para hacérsenos cercano, esa gratitud, ese amén a la vida, descansa e irradia en cada poema de este libro.

 

 

 

Poemas de MAZ

 

 

Haydn

El poema regresa como un cocodrilo en busca de su presa, llorando inútilmente se lo come todo. Me come a mí, no me deja ni mi alma. El violín, el poema, papel del pentagrama, Haydn, la noche que deviene de un dulce coro vienés.

 

 

Un árbol desconocido cruza la ciudad

Escribo poesía caminando.

Árboles como estrellas en el
patio lleno de geranios.

Las ciudades pasan con sus ojeras
bebiéndose toda el agua de las calles.

Dios es el río: un aire de mar brota
de su casa, relámpagos y cuervos
embellecen otra vez las nubes.

Allá las torres y los siete mares,
aquellos reyes coronados por ellos
mismos en el festín de la poesía.

Aquí multitudes de arcos abren los
portones para poder ver el corazón.

La poesía es así: un árbol desconocido
que cruza la ciudad.

 

 

Una foto de mi madre

Mi madre a sus dieciocho: talle fino, espinazo duro/ morena, delgada cabellos largos, pardos los ojos como chacra de tamarindo. Le cuento cosas del frio las noches del insomne. Sus trenzas no han cambiado con el tiempo, solo una brisa blanca le adorna la frente.  La miro y siento que me dice algo mientras la noche se apaga y de pronto se prenden aves alrededor de su pelo negro.

 

 

Suelo escribir de noche

Y la noche apaga todo el vecindario, los perros duermen, algunos gatos se asoman por las claraboyas y nadie responde a sus gemidos inútiles. Celan va llegando con una cesta llena de rosas, porque la noche es la noche, y me tiende junto a ti sin explicaciones. Por eso escribo de noche con el monólogo diecisiete para chelo de Erland Von Koch.  Entonces Elytis canta con el candil del astro discurriendo por el cielo…

Y al amanecer uno escribe la última sílaba como una promesa para que no muera la poesía. La noche es el jazmín y la madreselva, el agua y el vino que sana. Hay un sol discreto que alumbra cada noche. Nadie lo ve. Solo lo conocen los que la viven sin temor entre el fantasma del insomnio. Michaux (siempre tarde) llega con las velas en alto para que me una a la noche, mía, suya hermosa, mía…hermana soberana.

Suelo escribir bajo la luz tenue que alumbra lo necesario, la inexactitud del papel borroso, el aire desvelado que me llama para vivir.

 

 

Tiempos difíciles

Camino por la ciudad y cada árbol es el milagro de la mañana. Todos cruzan en fila para encontrarse. Así de contento, voy a volver a entrar a un museo, ir con calma a ver un cuadro de Bacon, buscar los peces de Klee para nadar con ellos, o treparme en el frondoso Árbol de Oaxaca de Francisco Toledo, para terminar en un hueco al lado del perro de Goya.

Tal vez el río oxidado sea mi única salida.

Nos salva finalmente la chica del barrio fenicio: por su escote de verano corren los deseos de acuario, sus muslos duritos, y el cabello suelto te devuelve el aliento de una tienda de malaquita, el agua viva de su piel de escaparate.

N.Y., marzo 2017

 

 

El jardín Pushkin

El cielo crece debajo del árbol.

Prisionera sube la sangre y los
barrotes se vuelven viento.

Pushkin oía el eco de la lluvia
como si leyera un poema
en un bosque inaudible.

El árbol es ahora el cielo reverdecido.

El profeta vuela el desierto.

 

 

Lima

Para Antonio Cisneros, in memoriam

Crecí en una ciudad gris-azul con muchas ventanas. Y fue a través de ese color que descubrí otro tono de gris en el cielo: un azul cobalto, ese cálido celeste del mar que no aturde cuando sale el sol por Chorrillos y se esconde en Barranco. Ese es mi color gris-azul, el único que conozco y del que ahora escribo: mi azul de Lima (casi de la Alianza), mi celeste de la costa donde crecí y que ahora recuerdo como la mejor de todas, la que me vio crecer como el peor de todos. De los primeros seis años en Piura, donde nací, un fuerte aguacero y sol pleno. En Lima aprendí de otro tipo de azul: más nutriente y menos predecible que el de Cancún. Las ciudades con mar tienen una luz natural que se siente, pero no se ve. Ahora presiento el azul gris de las playas, esa capa salina que me habla la poesía de Lima, en una noche donde las calles son hermanas del insomnio, y el diluvio citadino es el loquísimo gris-azul que me deleita.

 

 

La espina

La espina del árbol
cae sobre tu mesa.
Limpias las cenizas
de una rama amarga.
Sin temor vas hacia la
noche
y
sus estrellas negras
brillan en tu mesa
con tréboles de madera.
La espina y su oficio
de cañonazo, el árbol
que sigue con su jazz
y su melancolía de perro.

 

 

El arte de la soledad

(II)

Estás en casa felizmente contigo, alegre, y sin nadie
a tu costado:
la mesa larga de madera, un cuadro de Eielson,
varios Quintanilla, viejos libros, vino tinto,
tallarines en salsa roja y el pan al ajo una delicia.

Queda todavía el olor de las almohadas arrugadas, el
momento hueco del abrazo, y las fantasmas que
vuelven como alhucemas a distraer tu grata compañía
cada noche.

 

___________

 

-Miguel Ángel Zapata
Un árbol cruza la ciudad
Maquina Purísima
Lima, 2019

 

portada Un àrbol cruza la ciudad

Miguel Ángel Zapata Poeta y ensayista peruano, destacado representante de la poesía de su país y de la actual poesía hispanoamericana. Catedrático de litera ... LEER MÁS DEL AUTOR